Cartas al director

No ha sido el único

El pasado domingo día 13 recorría distraída mi mirada por la sección Cartas al Director. Bajo el título de Pesados silencios, quedé sobrecogida, el corazón me dio un vuelco 37 un amargo nudo aprisionó mi garganta. La noticia, más o menos, decía así: "Un hombre de 47 años se murió de infarto en una terminal de autobuses. La causa: negligencia médica, abandono, desprecio absoluto hacia la vida humana".Otro hombre, mi marido,

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también de 47 años, murió en circunstancias similares, aunque, claro, menos notoriamente. ...

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El pasado domingo día 13 recorría distraída mi mirada por la sección Cartas al Director. Bajo el título de Pesados silencios, quedé sobrecogida, el corazón me dio un vuelco 37 un amargo nudo aprisionó mi garganta. La noticia, más o menos, decía así: "Un hombre de 47 años se murió de infarto en una terminal de autobuses. La causa: negligencia médica, abandono, desprecio absoluto hacia la vida humana".Otro hombre, mi marido,

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también de 47 años, murió en circunstancias similares, aunque, claro, menos notoriamente. Este lo hizo en privado, en la soledad de su cuarto, sólo estuvieron presentes dos de sus cuatro hijos, de corta edad; al rato, un par de amigos, los mismos que 20 minutos antes le acompañaron a casa desde el hospital Gregorio Marañón, donde le aseguraron que no tenía nada, si acaso estrés, estrés producido por lo tenso de la situación laboral que en esos días estaba viviendo.

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Era jefe de personal de una multinacional, con una situación de huelga, donde esa misma tarde acababa de mantener una reunión muy tensa con el comité de empresa. Pero, ya se sabe, los jefes de personal para eso están. Son de otra especie. De ellos ha escrito Camilo José Cela que existen porque en este mundo tiene que haber de todo.

Pues bien, esa fatídica tarde mi marido me acompañaba a mí a una visita previamente concertada con nuestro médico de cabecera. En la puerta del ambulatorio se sintió mal y tuvo que sentarse en el bordillo de la acera. Se recuperó un poco y pasamos a consulta. Nuestro médico, después de escuchar lo sucedido, le reconoció y aconsejó su inmediato traslado a un hospital. Su juicio clínico fue angina de pecho, que podría degenerar en infarto. Para evitar el mismo creía conveniente su ingreso, ya que podría tener un mejor control de la evolución del cuadro que presentaba. Él mismo asistió a mi marido con oxígeno y le suministró Cafinitrina Sublingual, llamando acto seguido a una ambulancia, provista también de oxígeno, para su traslado.

Después de hacer entrega dedos volantes, uno al conductor de la ambulancia y otro al Servicio de Urgencias del citado hospital Gregorio Marañón, quedó, iba a decir ingresado; la verdad es que no sé cómo ni dónde estuvo.

Después de cinco horas en una sala-pasillo donde reinaba el hacinamiento, la suciedad y el intenso calor, se me avisó por megafonía. Mi marido ya podía irse a casa, no tenía nada. Yo insistí, dije lo que mi médico de cabecera opinaba.

No se me escuchó, se me trató displicentemente; al fin y al cabo, ¿qué es un médico de cabecera? ¿Con qué medios cuenta? Quizá no más allá de un simple fonendo. Un hospital es otra cosa; estamos cansados, hartos de oír las fuertes inversiones que se destinan para la mejora de la calidad de la asistencia sanitaria. Pero, ¿quién ve a los enfermos? ¿Quién controla estos servicios de urgencia?

En el informe del hospital no consta la hora de entrada ni la hora de salida, ni siquiera el nombre ni el número de colegiado del médico que le atendió. Mucho menos refiere el buen juicio del médico que oportunamente pudo salvarle la vida y no le dejaron.

La sanidad da asco, el sistema está podrido. ¡Qué más da! No ha sido el único ni desgraciadamente será el último, aunque por esos ambulatorios puedan encontrarse personas, como don Antonio Torres Villamor, que ejercen su profesión con verdadera entrega y vocación.

Animo a las personas que pasen por situaciones parecidas a que no guarden su dolor para ellos solos. Por solidaridad con los demás, estos casos deben ser denunciados.- María del Pilar IIlescas. .

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