Editorial:

Tierra por paz

LAS CONTINUADAS disensiones internas en el Gobierno israelí en torno al tratamiento del problema palestino comienzan a ser motivo de un escepticismo generalizado. Se diría, por el número de veces que se han deshecho coaliciones, por las ocasiones en las que la disolución del Gabinete es cosa hecha y la convocatoria de elecciones inminente, que existen sustanciales divergencias de criterio entre las diversas formaciones políticas y religiosas que integran y conforman a aquél.Desde hace meses, el Gobierno presidido por el primer ministro Shamir pretende que la solución pase por convocar u...

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LAS CONTINUADAS disensiones internas en el Gobierno israelí en torno al tratamiento del problema palestino comienzan a ser motivo de un escepticismo generalizado. Se diría, por el número de veces que se han deshecho coaliciones, por las ocasiones en las que la disolución del Gabinete es cosa hecha y la convocatoria de elecciones inminente, que existen sustanciales divergencias de criterio entre las diversas formaciones políticas y religiosas que integran y conforman a aquél.Desde hace meses, el Gobierno presidido por el primer ministro Shamir pretende que la solución pase por convocar unas elecciones entre los palestinos de los territorios ocupados. Repentinamente, el ala intransigente del Likud -el partido conservador del primer ministro- decidió la semana pasada imponer cuatro condiciones al proyecto electoral: que no sea un paso previo a la idea de independencia palestina, que no implique renuncia a la presencia israelí en los territorios ocupados, que la intifada acabe antes de su celebración y que Jerusalén quede excluido de¡ proceso.

La reacción de los coligados gubernamentales, los laboristas de Simón Peres, fue inmediata: las condiciones hacían inviables las elecciones en Gaza y en Cisjordania, constituían una traba a la paz en la región e imposibilitaban la continuación de su partido en el Gobierno. A medida que pasaban las horas, aunque Peres recomendó la ruptura inmediata de la coalición, la reacción se fue haciendo más tibia y -empezó a subrayarse que la decisión debía tomarla el comité central del partido "sin precipitarse" y siempre considerando que existe una posibilidad de "reconciliación". Y es que una ruptura de la coalición quiere decir elecciones generales, lo que no augura un brillante porvenir a ninguno de los dos partidos. Shamir, por su parte, se ha apresurado a decir que las cuatro condiciones, en realidad, son de orden puramente interno.

Mientras tanto, el líder de la OLP, Yasir Arafat, aseguró que la maniobra israelí desenmascara nuevamente las verdaderas intenciones de¡ sionismo, que son las de no progresar ni un milímetro en dirección a la solución del conflicto y sustentarse en el apoyo incondicional de EE UU, sin el que estas prácticas no serían ya posibles. Su evidente mal humor le ha llevado a sugerir que empieza incluso a ser poco útil que la OLP hable con los representantes estadounidenses. Acaso no le falte razón. Y el secretario de Estado Baker, añadiendo su grano de arena a la confusión reinante, amenazó a Israel el pasado fin de semana con la convocatoria de una conferencia internacional de paz, un concepto que no es nuevo y que ya ha sido barajado por toda la comunidad internacional, incluido Estados Unidos.

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Pese a lo evidente de las profundas diferencias ideológicas, a la hora de encararse con la negociación por la paz en Oriente Próximo, todos los israelíes adoptan posturas extremadamente conservadoras. En realidad, Israel se niega a aceptar la única fórmula que sería viable, la del intercambio de tierra por paz.

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