Editorial:

Moscú y el islam

EL VIAJE a la URSS del hoyatoleslam Rafsanyani, el hombre fuerte de Irán después de la muerte de Jomeini, es una indicación significativa sobre la evolución que se apunta en Teherán tras la desaparición de la figura carismática que ha ejercido el poder durante 10 años. El presidente del Parlamento y jefe de las fuerzas armadas encabeza el ala pragmática del régimen islámico iraní y es además el candidato que con toda probabilidad saldrá elegido presidente de la República en las elecciones del próximo agosto. Su viaje a Moscú le coloca como la principal figura política iraní en la escena...

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EL VIAJE a la URSS del hoyatoleslam Rafsanyani, el hombre fuerte de Irán después de la muerte de Jomeini, es una indicación significativa sobre la evolución que se apunta en Teherán tras la desaparición de la figura carismática que ha ejercido el poder durante 10 años. El presidente del Parlamento y jefe de las fuerzas armadas encabeza el ala pragmática del régimen islámico iraní y es además el candidato que con toda probabilidad saldrá elegido presidente de la República en las elecciones del próximo agosto. Su viaje a Moscú le coloca como la principal figura política iraní en la escena internacional y como la persona capaz de romper la situación de total aislamiento en que está Irán.Si el testamento de Jomeini anatematiza tanto a los "sin Dios" del Este como a los "tiránicos y blasfemos" del Oeste, Rafsanyani lo interpreta -por ahora- dando preferencia a las relaciones con la URSS. Sabía que encontraría en Moscú unos interlocutores muy necesitados de mejorar sus relaciones con Irán por dos razones fundamentales: una de política internacional y una segunda de orden interior. Afganistán es un punto neurálgico en las relaciones entre ambos países. Es cierto que no se han confirmado las previsiones de una derrota soviética comparable a la que Estados Unidos sufrió en Vietnam; el Gobierno de Najibulá sigue en Kabul y no ha perdido ninguna gran ciudad, pero no ha sido capaz de dar ningún paso serio hacia un compromiso que ponga fin a una guerra civil que destroza el país y mantiene un conflicto en esa zona tan delicada. A la URSS le interesa que Irán apoye sus esfuerzos en pro de una solución política entre Najibulá y la resistencia, algunas de cuyas facci ones son de confesión shií y tienen su centro en Teherán. El ministro de Exteriores de Irán, antes de viajar con Rafsanyani a Moscú, estuvo en Pakistán para discutir el problema afgano. Como consecuencia de las conversaciones de Gorbachov y Rafsanyani sobre Afganistán, ambos países preconizan una acción de los Gobiernos de la zona para convencer a la resistencia de que acepte una solución negociada.

En el plano interior, una de las amenazas serias para la perestroika reside en las corrientes nacionalistas que agitan las repúblicas de Azerbaiyán, Uzbekistán, Turkmenistán y Kazakistán, donde han aparecido brotes de fundamentalismo islámico entre poblaciones que sufren con frecuencia miseria y paro. Si en el conflicto con los nacionalismos de los países bálticos Moscú tiene interlocutores políticos con los que puede discutir y pactar, no hay nada semejante en las repúblicas del Sur, en las que las actitudes nacionalistas, a menudo racistas incluso, tienen un carácter pasional, religioso y fanático. Por eso Gorbachov está tan interesado en evitar que lleguen de Irán, fronterizo con Azerbaiyán y Turkmenistán, propagandas islámicas incitando a la acción contra el poder soviético. Rafsanyani, en los acuerdos establecidos durante su viaje, ha asumido el compromiso de "no interferencia en asuntos internos". La URSS acepta a cambio mantenerse silenciosa en el caso Rushdie, a pesar de la legítima indignación de muchos de sus intelectuales.

Aunque Rafsanyani se ha mostrado muy escéptico sobre la posibilidad de mejorar las relaciones con EE UU, si de verdad quiere ser pragmático tendrá que buscar vías para dar un giro a la política iraní con Occidente. En algunas de sus declaraciones en Moscú ha hecho gala de un jomeinismo delirante, como al decir que nadie puede anular la condena de Rushdie. A pesar de todo, su viaje debe ser considerado como una primera apertura al exterior, una primera señal del cambio que puede producirse en Irán.

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