Editorial:

Crimen de Estado

AL EJECUTAR a tres ciudadanos de Shanghai condenados a muerte por haber entorpecido el transporte ferroviario en el momento de las movilizaciones estudiantiles, el Gobierno chino se ha cubierto de oprobio ante el mundo. Las gigantescas movilizaciones llevadas a cabo por los estudiantes en Pekín, Shanghai y otras ciudades pidiendo democracia llamaron la atención por su carácter pacífico. A los tres ejecutados ni siquiera se les imputaban delitos de sangre. Hay que temer, pues, que se aplique la última pena a otros de los muchos presos que han sido encarcelados en las últimas semanas.La opinión ...

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AL EJECUTAR a tres ciudadanos de Shanghai condenados a muerte por haber entorpecido el transporte ferroviario en el momento de las movilizaciones estudiantiles, el Gobierno chino se ha cubierto de oprobio ante el mundo. Las gigantescas movilizaciones llevadas a cabo por los estudiantes en Pekín, Shanghai y otras ciudades pidiendo democracia llamaron la atención por su carácter pacífico. A los tres ejecutados ni siquiera se les imputaban delitos de sangre. Hay que temer, pues, que se aplique la última pena a otros de los muchos presos que han sido encarcelados en las últimas semanas.La opinión mundial debe movilizarse con más energía que hasta ahora para detener esa ola de terror desatada en China por un Gobierno que ha permanecido sordo a las demandas de numerosos Gobiernos -en concreto, los europeos y el de EE UU- que le instaron, por razones humanitarias, a que no aplicase la pena de muerte. Ahora urge intensificar la presión, utilizando sanciones económicas efectivas. El Gobierno de Pekín tiene que saber que el mundo no puede tolerar que siga cometiendo ejecuciones para aterrorizar a su pueblo.

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