Editorial:

Kohl, en el alero

POR PRIMERA vez, un partido neonazi alemán occidental, cuya política se basa en la irracionalidad, la xenofobia, el nacionalismo y la oposición radical a la unidad europea, estará representado en el Parlamento Europeo. En las elecciones del domingo pasado, el partido Los Republicanos, encabezado por Franz Shoenhuber, un antiguo miembro de las Waffen SS de Hitler, obtuvo más del 7% de los votos y enviará seis diputados a Estrasburgo. No es un fenómeno aislado: también en Francia, el resultado del dirigente ultraderechista Le Pen ha sido apreciable, si bien inferior al de anteriores consultas. L...

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POR PRIMERA vez, un partido neonazi alemán occidental, cuya política se basa en la irracionalidad, la xenofobia, el nacionalismo y la oposición radical a la unidad europea, estará representado en el Parlamento Europeo. En las elecciones del domingo pasado, el partido Los Republicanos, encabezado por Franz Shoenhuber, un antiguo miembro de las Waffen SS de Hitler, obtuvo más del 7% de los votos y enviará seis diputados a Estrasburgo. No es un fenómeno aislado: también en Francia, el resultado del dirigente ultraderechista Le Pen ha sido apreciable, si bien inferior al de anteriores consultas. La incomprensión de la derecha tradicional hacia mutaciones históricas que afectan a la vida ciudadana, como la presencia creciente de una inmigración no europea, fomenta estos brotes.No es probable que ese fortalecimiento de la extrema derecha tenga efectos graves para la marcha del nuevo Parlamento de Estrasburgo, en el cual socialistas y verdes han mejorado sensiblemente sus posiciones. Pero el caso alemán occidental tiene rasgos especiales por razones históricas y por el momento en que se produce. En todas las elecciones de 1989 -Berlín Oeste, Hesse, y el domingo pasado, en las municipales de Renania Palatinado y del Sarre, además de las europeas-, el partido democristiano del canciller Kohl -Unión Cristiana Democrática (CDU) y Unión Social Cristiana (CSU) en Baviera- ha ido de fracaso en fracaso. Kohl esperaba que las visitas de los presidentes Bush y Gorbachov le permitiesen recuperar su influencia electoral. Si ha evitado un descalabro total, la tendencia a la baja de su partido se acentúa, lo que obliga a considerar la probabilidad de un cambio de Gobierno en un plazo más o menos largo.

Nada indica que el avance de Los Republicanos -que no deja de ser modesto y muy centrado en algunas zonas, como Baviera- sea el anuncio de una marea amenazante. Pero sí pone de relieve la sensibilidad de franjas crecientes del electorado democristiano a la propaganda neonazi, sobre todo en Baviera, donde la desaparición del controvertido Strauss ha liberado un voto ultraconservador que se mantenía hasta ahora dentro de los límites de su CSU. Por mucho que Kohl afirme que no pactará con Los Republicanos, no se puede cerrar los ojos ante el peligro de que la cercanía de los dos electorados permita a la extrema derecha ejercer una cierta influencia sobre la CDU y la CSU.

Todo ello dificultará la coalición actual de los democristianos con los liberales. Los liberales han avanzado en las europeas y vuelven al Parlamento de Estrasburgo. Ese avance se debe, sobre todo, al papel de Genscher, líder liberal y eterno ministro de Asuntos Exteriores, como defensor de una política de desarme nuclear y de apertura hacia la URS S. Los efectos del viaje de Gorbachov han sido mucho más rentables para él que para Kohl. El voto liberal respalda una política exterior a la que Kohl se ha sumado sólo por razones tácticas y que tiene, en cambio, coincidencias estratégicas con la del Partido Socialdemócrata Alemán (SPD).

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Los socialistas no se han beneficiado directamente de la caída conservadora. Sólo Oskar Lafontaine, un posible candidato por el SPD a la Cancillería federal para las elecciones de finales de 1990, salió fortalecido en las municipales del Sarre. Sin embargo, la posibilidad de un futuro Gobierno dirigido por los socialdemócratas -coligados con los verdes o incluso con los liberales- no puede descartarse. El problema de fondo es que la RFA está cobrando un papel internacional nuevo en una etapa europea caracterizada por el fin de la guerra fría y por la posibilidad, inimaginable hasta hace poco, de superar la división de Europa. Bush y Gorbachov han reconocido este peso mayor de la RFA en la actual fase de la política europea e internacional. Ello extrema la importancia de que la futura política de Bonn no esté sometida a una hipoteca, aunque indirecta, de las corrientes racistas y nacionalistas. Lo cierto es que, en cualquier caso, el domingo en la RFA, como el jueves en el Reino Unido, estas elecciones europeas han venido a certificar el fin de la hegemonía indiscutible de los dos bastiones del conservadurismo europeo.

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