Informar desde el Este, tarea ingrata

El Foro de Londres confirma que los periodistas orientales también tienen problemas en Occidente

"No le podemos dar, un visado porque no podemos garantizar su seguridad en Rumanía. La población está indignada por sus artículos contra nuestro presidente, Nicolae Ceaucescu, y le podría pasar cualquier cosa". Con estas palabras de un funcionario de la Embajada de Rumanía en Viena le era denegado hace años, por primera vez, un visado a este corresponsal. De no ser una cuestión tan seria la respuesta hubiera producido hilaridad. Los rumanos tienen grandes dificultades para conseguir Prensa de otros países socialistas; el acceso a diarios independientes occidentales es sólo un sueño.

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"No le podemos dar, un visado porque no podemos garantizar su seguridad en Rumanía. La población está indignada por sus artículos contra nuestro presidente, Nicolae Ceaucescu, y le podría pasar cualquier cosa". Con estas palabras de un funcionario de la Embajada de Rumanía en Viena le era denegado hace años, por primera vez, un visado a este corresponsal. De no ser una cuestión tan seria la respuesta hubiera producido hilaridad. Los rumanos tienen grandes dificultades para conseguir Prensa de otros países socialistas; el acceso a diarios independientes occidentales es sólo un sueño.

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La indignación de los rumanos se debe menos a las informaciones y comentarios de un diario español que al hambre y al frío que padecen, a la destrucción sistemática de su rico patrimonio cultural, a la mordaza impuesta a sus intelectuales, a la mentira institucionalizada, a los apaleamientos e incluso desapariciones de aquellos que tienen el coraje de denunciar al déspota bizantino y a su clan, que han hundido a Rumanía en la tragedia.Las amenazas más o menos veladas a los corresponsales occidentales eran una excepción a principios de esta década cuando fue formulada la advertencia a este corresponsal. Hoy proliferan. Arthur Meyer, entonces corresponsal en el Este del diario suizo Tagensanzeiger, hoy en el Standard de Viena, fue advertido sobre "los muchos accidentes de tráfico que se producen en Rumania", como método de disuasión ante su insistencia en conseguir un visado para este país, acogiéndose al Acta de Helsinki, firmada por Bucarest.

Rumanía, 'punto negro'

Rumanía se ha convertido en el punto negro del mapa informativo de Europa. Decenas de periodistas occidentales están vetados. Últimamente se impide la entrada incluso a periodistas de otros Estados socialistas como Hungría. El artífice de la miseria que padecen los rumanos, su presidente, acalla las voces críticas en el interior con su instrumento más electivo, la policía secreta Securitate, con detenciones y palizas. A los críticos extranjeros los intenta acallar vetándoles la entrada en Rumanía, con amenazas y canjeando visados por informaciones benévolas.Durante estos días se celebra en Londres el Foro sobre Información, cuyo mandato emana de la Conferencia de Seguridad y Cooperación en Europa (CSCE) concluida en Viena en marzo pasado. Están presentes los 35 países firmantes del Acta de Helsinki, todos los europeos menos Albania, más EE UU y Canadá. Además de diplomáticos y expertos en derecho internacional, forman parte de las delegaciones profesionales de la información que intervienen a título personal.

Dos concepciones

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Es la mejor ocasión habida nunca desde la firma del Acta de Helsinki en 1975 para intentar mejorar las condiciones de trabajo de los periodistas. El desarrollo de la reunión demuestra que la inclusión de periodistas impide un lenguaje negociador diplomático. Los profesionales de la información han criticado y denunciado agobiemos propios y extraños por el trato que les otorgan, a ellos y a sus colegas, en el Este y en el Oeste.Además, han chocado ya con virulencia las dos concepciones de periodismo, cuyas fronteras han dejado hace tiempo ya de ser idénticas con las de los bloques. La URSS, Hungría y Polonia se han desmarcado claramente de la idea de que el periodista es un servidor del Estado y de la ideología y como tal debe ser tratado según su obediencia y lealtad.

Bulgaria y Checoslovaquia intentan emularlos, aunque les traicione la costumbre y ciertas convicciones de las que reniegan pero que no han superado.

La República Democrática Alemana (RDA), cuyas ancianas autoridades están alarmadas por las reformas liberalizadoras de la URSS y otros aliados, reacciona con nerviosismo, recurriendo al manido ataque de la desinformación para descalificar a los periodistas occidentales y a frases tan estelares como "nuestra población está suficientemente informada", pronunciada por su jefe de delegación en Londres.

Finalmente, Rumanía dejó claro que nadie debe albergar esperanzas de mejora mientras se mantenga el régimen de Ceaucescu. En un discurso calificado de "abominable" por delegados del Este y del Oeste, el representante rumano acusó a los periodistas críticos con el régimen de ser "agentes de intereses antirrumanos" y a los gobiernos de no cumplir con el Acta de Helsinki por no reprimir estas críticas.

Por otra parte, Occidente no tiene por qué ser autocomplaciente en lo que respecta al trato de los periodistas del Este. Búlgaros, polacos, soviéticos y otros son abiertamente discriminados en países con tan larga tradición democrática como el Reino Unido y Estados Unidos.

Las esperas para obtener visados se extienden semanas y su acceso a las fuentes está jalonado de impedimentos. Si un búlgaro tiene que esperar un mes por un visado para cubrir un partido de balonmano en Londres, no debe extrañar que los informadores occidentales topens con inmensas dificultades para acudir a alguna región en crisis en un país socialista.

La reciprocidad, el "tú molestas a mis periodistas, luego yo maltrato a los tuyos", como dijo el periodista británico Neal Ascherson ante el Foro de Londres, está justificado desde la óptica gubernamental, pero perjudica a todos, ya que crea un equilibrio negativo.

Como viene sucediendo en casi todos los foros intemacionales, la URSS ha dado pruebas de nuevo en Londres de la voluntad de su actual dirección de cambiar no sólo la vida política en la patria de la revolución bolchevique, sino también los hábitos profundamente arraigados en la historia rusa como la sumisión, la intolerancia y la falta de cultura de debate.

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