Reportaje:

Washington quiere a los palestinos en la mesa

El primer ministro israelí, Isaac Shamir, prolongó su estancia en Estados Unidos bastante más allá de lo indispensable para sus entrevistas con el presidente George Bush y el secretario de Estado, James Baker, con miembros del Congreso y representantes de la comunidad judía norteamericana. No es casual. Shamir quería tomar el pulso a la nueva Administración y al Congreso y consultar y convencer a los líderes judíos. Shamir es un hombre taciturno, firme, incluso obstinado, pero sagaz, circunspecto, y se da cuenta de que la nueva Administración norteamericana está decidida a relanzar el proceso ...

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El primer ministro israelí, Isaac Shamir, prolongó su estancia en Estados Unidos bastante más allá de lo indispensable para sus entrevistas con el presidente George Bush y el secretario de Estado, James Baker, con miembros del Congreso y representantes de la comunidad judía norteamericana. No es casual. Shamir quería tomar el pulso a la nueva Administración y al Congreso y consultar y convencer a los líderes judíos. Shamir es un hombre taciturno, firme, incluso obstinado, pero sagaz, circunspecto, y se da cuenta de que la nueva Administración norteamericana está decidida a relanzar el proceso de paz árabe-israelí poniendo el acento sobre la prioridad del problema palestino.

Shamir también comprende que en Washington se prefiere -al menos de momento- una aproximación gradual antes que una acción diplomática y precipitada, y, sin embargo se pregunta si Bush y Baker estarán lo suficientemente resueltos a no tolerar a la larga maniobras israelíes excesivamente dilatorias.¿La Administración de Bush tiene elaborado un plan diplomático para el Próximo Oriente? Aparentemente no. El Departamento de Estado norteamericano no cuenta esta vez con el lanzamiento de un nuevo plan de paz o programa en concreto.

Así pues, no hay plan Rogers, no hay plan Reagan, tampoco hay iniciativa Schultz, ni nada parecido. "Todo plan detallado implica, inevitablemente, puntos desagradables o irritantes para una u otra de las partes en conflicto. Por, eso -como ha ocurrido regularmente en el pasado- los planes terminaron por ser rechazados por las partes implicadas. Más vale evitarle al presidente ese aprieto. Sobre todo porque es negativo para el proceso mismo, contraproducente", nos dicen en el Departameto de Estado. "Preferimos atenemos a algunas líneas directrices (guidelines), a determinados principios básicos", afirmó uno de los policy planners de Baker.

¿Acaso esta nueva prudencia refleja dudas, incertidumbres, en cuanto a la política concreta? No necesariamente. Esos determinados principios, ya formulados por Bush y Baker en el transcurso de las últimas semanas, fueron lo suficientemente claros como para inquietar a los dirigentes de Israel pese a los abrazos y seguridades de amistad prodigados a Shamir y Arens.

Ni anexión ni ocupación

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Baker dijo al Congreso que si el Gobierno israelí no encuentra interlocutores palestinos en los territorios ocupados "tendrá que terminar negociando con la Organización para la Liberación de Palestina". El presidente Bush lo completó subrayando que ni la anexión ni la perpetuación de la ocupación israelí son aceptables para Estados Unidos, que sigue propiciando el principio directriz de la resolución 242: la paz a cambio de territorio. No caben dudas de que Bush se declara opuesto al establecimiento de un Estado palestino, pero afirma de inmediato que habrá que conciliar las "necesidades de seguridad" de Israel con los "derechos políticos legítimos" de los palestinos.

Si se suman y analizan estas diversas tomas de posición, se percibe que George Bush, aunque permaneciendo fiel a la actitud de Estados Unidos desde 1967, va más lejos que Ronald Reagan. En su boca, la frase clave de Camp David -"los derechos legítimos de los palestinos"- se convierte en los derechos políticos legítimos de los palestinos. ¿Y qué son los derechos políticos de un pueblo, sino el derecho a decidir sobre su destino nacional?

Los dirigentes de Israel no se equivocaron al respecto. De ahí su inquietud e irritación. Arens primero, luego Shamir, protestaron contra ese atentado a los acuerdos de Camp David enérgica, aunque vanamente.

Si Ronald Reagan hacía hincapié en los alcances ideológicos, en el sentimentalismo político ("Israel forma parte del mundo libre, anticomunista y es, por tanto, un aliado por excelencia..."), la nueva Administración de Bush es ante todo pragmática. A no nonsense, business like Administration, de acuerdo con la expresión de un senador republicano.

Este nuevo clima en la Casa Blanca tiene como contrapartida una evolución comparable en el Congreso norteamericano.

En el pasado toda iniciativa presidencial percibida tanto en Jerusalén como en la comunidad israelí era inmediatamente cuestionada por los amigos de Israel en Capitol Hill.

Texto de protesta

El presidente veía aparecer sobre su mesa de trabajo un texto de protesta firmado por una mayoría de senadores (del 65% al 75%). Este sistemático apoyo otorgado a Israel durante largos años no se debía solamente, a las presiones del poderoso lobby proisraelí, conocido por las siglas AIPAC. La sincera admiración del hombre de la calle norteamericano hacia el pequeño y valeroso Estado judío, confrontado a la implacable hostilidad de sus vecinos árabes y regularmente expuesto a nuevas guerras, se sumaba a la íntima. convicción de los norteamericanos de compartir democracias, desconocidas en los países árabes, que habían creado un destino común.Ese estado de ánimo de la opinión norteamericana, reflejado por los medios de comunicación, influía, por supuesto, en senadores y congresistas, cuyo correo era testimonio del sentimiento proisraelí de sus electores; sentimiento permanentemente confirmado por sondeos regulares.

Así, si el 79,73% de los norteamericanos tenía una actitud "netamente favorable" hacia Israel, el mismo porcentaje (75%) era revelado por un sondeo en el año 1969.

La prolongación de la ocupación, y sobre todo la invasión de Líbano en 1982, cambiarían esta actitud. En 1983 el número de norteamericanos "netamente favorables" a Israel disminuía ya a un 55%.

En 1986, sin embargo, cuando con Simon Peres encabezando el Ejecutivo Israel se retiró de Líbano, la proporción aumentó al 59%. En 1988, el 53%, de los norteamericanos se mantenía aún favorable a Israel, según el Chicago Council for Foreign Affairs.

En abril de este mismo año, otro sondeo indicaba que "para cambiar la política palestina de Israel", el 44% de los norteamericanos estaba en favor de una reducción de la ayuda financiera a Israel, mientras que el 37% se oponía a que se aplicara esta forma de presión.

Pero, un sondeo más reciente ha revelado, para consternación de los diplomáticos israelíes en Washington, que el 52% de los ciudadanos norteamericanos opina que Israel "no es un aliado digno de confianza" de Estados Unidos.

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