Tribuna:

El peligroso hombre de S. W. Hawking

Hawking respondía en este periódico tiempo atrás a una pregunta sobre el hombre de la siguiente manera: "Yo prefiero comparar al hombre con un computador (...) dudo de que se le ocurra a nadie la idea de que un computador posea un alma inmortal". Lo de menos es si el hombre tiene un alma y ésa es inmortal. Lo sorprendente es definir al hombre desde su propio invento, como su propio experimento. El eminente hombre de ciencia británico será de los que celebraron hace unos años la ocurrencia de la revista neoyorquina Time de declarar a un robot hombre del año, una inteligencia perfe...

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Hawking respondía en este periódico tiempo atrás a una pregunta sobre el hombre de la siguiente manera: "Yo prefiero comparar al hombre con un computador (...) dudo de que se le ocurra a nadie la idea de que un computador posea un alma inmortal". Lo de menos es si el hombre tiene un alma y ésa es inmortal. Lo sorprendente es definir al hombre desde su propio invento, como su propio experimento. El eminente hombre de ciencia británico será de los que celebraron hace unos años la ocurrencia de la revista neoyorquina Time de declarar a un robot hombre del año, una inteligencia perfecta, impasible, que no necesita recordar porque no hay peligro de que se le olvide nada.La lógica de Hawking no es, de todas maneras, nueva; nueva, si se quiere, sería la autoridad científica con que se remata el vuelco filosófico operado por Nietzsche. Para Nietzsche, toda la jerga ilustrada del hombre como sujeto, libertad, historia, son meros antropomorfismos, es decir, modos antiguos de hablar sobre un hombre que ya no existe. Inútil plantearse cuestiones relativas a su identidad subjetiva o confiar en un habla capaz de dar razones o fiarse en posibilidades de entendimiento entre los hombres o hablar de hambre y sed de justicia. El nuevo hombre es una inteligencia sin historia ni moral, del todo inocente, sin recuerdos ni culpabilidad.

El argumento nietzscheano tiene un hilo conductor y un presupuesto; el hilo conductor es la idea del tiempo. Si para el hombre antiguo su vida y la de los demás está emplazada (tiene un plazo), esto es, es un proyecto cuya realización depende del hombre, el hombre nuevo nada tiene que esperar ni realizar. El superhombre bastante tiene con superar la apatía del eterno retorno de lo mismo recurriendo a la euforia de su voluntad, que ha conseguido desenmascarar al hombre antiguo, que nunca fue. Su razón de ser es la afirmación de la conquista. El presupuesto de la muerte del hombre es la muerte de Dios. El eco de la muerte de Dios es la muerte del hombre, tal y como proclama el loco de la gaya ciencia. También lo dice Hawking: cuando las leyes de la física demuestren la autocreación del mundo, entonces se verá claro que el hombre es una compleja pieza mecánica del universo. A partir de ese momento, preguntas sobre su destino o el sentido del universo "son preguntas sin sentido", porque sin sentido son las cuestiones que no se pueden responder.

Del superhombre nietzscheano y de la inteligencia perfecta hawkingiana lo más llamativo es su incapacidad de recordar: ni memoria filosófico-histórica ni memoria personal- social. No hay memoria histórica en el sentido de que el pensamiento científico consuma una determinada tradición filosófica que identifica la racionalización como una reconstrucción de laboratorio de la realidad que tenemos a mano; -una lingüistización del hombre, de su entorno, de las relaciones con los demás, que se dice ahora. Lo innombrable no existe. Sobre esta tradición se dice con frecuencia que ha fracasado porque en lugar de crear un hábitat de vida ha conseguido poner la realidad al borde de la extinción. Las declaraciones de Hawking demuestran que, pese a las denuncias de los filósofos, la cosa va en serio. El modelo de hombre ya no es el ser histórico, sino una máquina perfecta; el hombre es una imitación de sí mismo. Pero esta tradición del pensamiento no es la única de Occidente. Hubo otra que puso el acento en las experiencias más sobrecogedoras del hombre, como la muerte, el dolor o la injusticia. Se experimentaba esa realidad sin buscar consuelo, como preguntas sin respuestas, como gritos sin articulación racional. Es la tradición judía. Precisamente lo que caracteriza al monoteísmo hebreo es un plantarse ante esas experiencias absurdas sin encontrar solución en respuestas humanas. Al pueblo de Israel no le convencía el politeísmo de sus vecinos porque las respuestas que daban eran consuelos (mitos) inventados por el hombre.

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Sólo quedaba el recuerdo de injusticias pasadas, de dolores colectivos que se transmitían de padres a hijos para relativizar una realidad que, abandonada a su propia inercia, sólo multiplicaría las injusticias presentes. De esa experiencia brotaban preguntas sin respuestas, pero que son auténticas preguntas por el sentido. Esa tradición no estaba del todo ausente en Nietzsche cuando reconocía que "nosotros, los conocedores del hoy, los sin Dios y antimetafísicos, todavía tomamos nuestro fuego de aquella hoguera que durante un milenio encendió la vieja creencia...". Aquella lumbre parece definitivamente apagada, y por eso Hawking declara insensatas las preguntas por el sentido, a las que se refería Nietzsche.

Tampoco hay capacidad de recuerdos personal-sociales. Una computadora, ya se sabe, no necesita recordar, porque no olvida nada. Tiene una determinada memoria, pero no recuerdos. Sólo recuerda el éxito -lo que se produce-, no lo que fracasa. Pero lo que humaniza es lo que la máquina no puede recordar. Hace unos días se expuso en una céntrica calle de Viena una escultura de Alfred Hrdlicka, Contra la guerra y el fascismo. Representa a un viejo judío que con sus manos limpiaba la calle. El monumento recuerda un hecho real: cuando llegaron los nazis a Viena obligaron a los judíos a limpiar con las manos, cepillos de dientes y lejía pintadas alusivas a la independencia de Austria. "Todos los vimos, pero nadie hizo nada", decían los paseantes más antiguos. Tampoco la mayoría de la población estaba por esos recuerdos ni por el monumento. ¿Para qué recordar a los turistas escenas tan desagradables? Pero gracias al valor de los pocos que todavía quieren recordar se ha conseguido recuperar un trozo de recuerdo para que aquello no se repita.

La inteligencia perfecta, que pretende ser la computadora, tiene un precedente, el superhombre, que no fue ajeno al holocausto. Si hoy todavía somos capaces de hablar con un asomo de orgullo de ese modelo de hombre que pueda ser la computadora es, sin duda, como dice Metz, porque en el holocausto murió el espíritu de una cultura, lajudía, para la que esa inversión de modelos es sencillamente inimaginable. Todo da a entender que la lógica de Hawking es imparable; cada vez el hombre es más su experimento que sus recuerdos. No es una buena noticia.

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