Cartas al director

Rosa y Lucía

Paradojas hay muchas en economía. Recordemos que, según Keynes, enterrar botellas rellenas de esterlinas para que obreros parados trabajen desenterrándolas puede ser una eficaz medida contra la recesión. O aquella otra, ésta de orden estadístico, según la cual la renta nacional disminuye cuando un hombre desposa a su cocinera, atribuida a Pigou. María Ángeles Durán ha tratado ahora de aportar algunas más (Las paradojas de la economía española, EL PAÍS, 10 de diciembre), pero no lo consigue. La doctora Durán, que profesa la sociología y el feminismo como si fueran religiones, narra con á...

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Paradojas hay muchas en economía. Recordemos que, según Keynes, enterrar botellas rellenas de esterlinas para que obreros parados trabajen desenterrándolas puede ser una eficaz medida contra la recesión. O aquella otra, ésta de orden estadístico, según la cual la renta nacional disminuye cuando un hombre desposa a su cocinera, atribuida a Pigou. María Ángeles Durán ha tratado ahora de aportar algunas más (Las paradojas de la economía española, EL PAÍS, 10 de diciembre), pero no lo consigue. La doctora Durán, que profesa la sociología y el feminismo como si fueran religiones, narra con ágil pluma una parábola más propia del neorrealismo italiano de posguerra que de un tratamiento científico del problema. Porque, no nos engañemos, Rosa y Lucía, las dos protagonistas y mártires de la parábola, tomaron una decisión que implicaba desprecio por las leyes establecidas en defensa de los derechos de los trabajadores. En otras palabras, se estaban explotando mutuamente en el peor estilo de la economía sumergida. Es evidente que ninguna de las dos sabe economía, aunque una de ellas haya oído retazos sueltos al hijo que estudia económicas. En leyes fiscales estaban tan ayunas como en normativa laboral. Y de todo ello se quiere extraer la moraleja subliminal de que la economía como ciencia tiene la culpa de que la sociedad no haya reconocido todavía la valiosa aportación a la riqueza nacional que realizan las mujeres que trabajan en su hogar. En efecto, la contabilidad nacional no tiene en cuenta el trabajo doméstico no remunerado, pero sí el remunerado, y esto es lo que explica la paradoja de Pigou. Nada se opone, sin embargo, a que se tenga en cuenta: bastaría con que los especialistas se pusieran de acuerdo para aplicar algún método realista de estimación y que se pusiera en práctica en todos los países del mundo. No es cierto, por consiguiente, que la economía sirva de muy poco para entender lo que pasa en un país o en una familia. Evidentemente, no lo explica todo, pero sirve al menos para desmontar las pretendidas paradojas de la doctora Durán. Como sirve también para advertirle que la inclusión del trabajo doméstico no remunerado en la estimación de la renta nacional podría correr el peligro de que algún político viera en él una fuente de renta encubierta objeto de gravamen. Ésta sí que sería una paradoja irritante.

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