'Una limosna, po favó'

Las familias portuguesas constituyen el problema más difícil de atajar dentro de la mendicidad infantil

Lo dicen sobre todo en el metro y con voz lastimera: "Somos siete hermanos y no tenemos padre. Vivimos en barracas de cartón y hojalata. Pedimos para poder comer. Es mejor pedir que robar". Son menores de pelo revuelto obligados a sustituir el colegio por las argucias mendicantes que más conmueven a la gente y, por tanto, más dinero reportan. Un estudio municipal señalaba en 1986 que los niños entre dos y cinco años representan un 23% de los mendigos. Sin embargo, los datos de la Policía Municipal muestran un claro descenso: frente al boom de 1982, en que hubo 6.700 recogidas de menores, el pa...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte

Lo dicen sobre todo en el metro y con voz lastimera: "Somos siete hermanos y no tenemos padre. Vivimos en barracas de cartón y hojalata. Pedimos para poder comer. Es mejor pedir que robar". Son menores de pelo revuelto obligados a sustituir el colegio por las argucias mendicantes que más conmueven a la gente y, por tanto, más dinero reportan. Un estudio municipal señalaba en 1986 que los niños entre dos y cinco años representan un 23% de los mendigos. Sin embargo, los datos de la Policía Municipal muestran un claro descenso: frente al boom de 1982, en que hubo 6.700 recogidas de menores, el pasado año la cifra bajó a 430. Las familias portuguesas constituyen el problema más difícil de resolver.

Se llama José Antonio. Es portugués, de 30 años. Vive con su mujer y sus tres hijos en una de las chabolas de Pitis, en Fuencarral. Vinieron a España hace cinco años, y desde entonces la familia subsiste de pedir limosna y de trabajos agrícolas temporales. José Antonio acaba de regresar del norte de Burgos, donde ha estado sacando patatas. Sabe que con tal planteamiento es difícil llevar una vida normal. Ninguno de sus hijos, con edades comprendidas entre los 6 y 12 años, ha pisado una escuela.Hace un año que decidió escolarizarlos, y entonces topó con la burocracia: "Hay que dar tantas vueltas, ir a tantos sitios, venga mañana, venga pasado, que... ibuf!". "Sí, los niños están deseando ir a la escuela. Pero ahora resulta que me los mandan cada uno a un colegio distinto. Y van todos juntos, o nada".

Éste es uno de los casos de familias portuguesas con intención de poner orden en sus actividades y salir de la mendicidad. Otras, la mayoría, se lo toman de una forma muy distinta. Milagros Hernández, directora del Centro de Atención a la Infancia (CAI), dependiente del Ayuntamiento, lo explica: "Son personas que vienen directamente a pedir a España, que no tienen. papeles, nómadas, que si son expulsados a su país regresan una y otra vez. Vienen a hacer dinero y eligen Madrid en determinadas épocas propicias, las Navidades por ejemplo, de la misma forma que eligen septiembre para la vendimia u octubre para las patatas".

Según datos manejados por el CAI, centro al que son llevados los menores recogidos por la policía, cada matrimonio viene a obtener entre 3.000 y 5.000 pesetas diarias, lo que supone para ellos auténticas fortunas. Ejercen, por otro lado, una mendicidad profesionalizada, con cuidadosa elección en las posturas que adoptar, frases de reclamo y zonas de actuación. La Compañía Metropolitano elaboró hace unos años un estudio sobre la mendicidad infantil en el transporte subterrárteo, y llegó a la conclusión de que están apoyados por todo un marketing.

Organización

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

La organización arranca de la línea 6 (Laguna-Ciudad Universitaria), que sirve de foco distribuidor por permitir la accesibilidad a los asentamientos de chabolistas portugueses. Los menores son distribuidos en pequeños grupos o solos a lo largo de una misma línea. Cada uno se adscribe a un tramo concreto, en el que recorre los furgones en las dos direcciones. Un adulto suele actuar como fiscalizador, recogiendo los ingresos cada cierto tiempo.

Se calcula que actúan en Madrid entre 100 y 200 familias portuguesas. Según el informe del Ayuntamiento, un 43,6% del total de mendigos está integrado por portugueses (25,7% gitanos y 17,9% payos), y un 56,4% son españoles (28,7 gitanos y 27,7% payos). Pilar Pérez, responsable del programa municipal de Familia e Infancia, afirma que los portugueses suponen el principal escollo para solucionar la mendicidad. "Aparte de que muchos no quieren, tampoco podemos apoyarles demasiado, porque entonces se nos llenaría Madrid de portugueses buscando nuestras prestaciones sociales".

Los mendigos payos presentan características diferentes. Suelen pertenecer a familias que viven una profunda crisis económica y emocional. En este grupo, la utilización de menores mendicantes es más baja, y la mendicidad es un recurso esporádico. Aun así hay casos espeluznantes.

Como el de ese matrimonio que recientemente se ha pasado más de un mes viviendo en un banco del paseo de Rosales con un niño de 13 meses de edad al que le falta un riñón y que no se tiene en pie. Siempre ha estado en brazos de su madre. Varios vecinos de la zona les proporcionaban comida, dinero e incluso medicinas. "Es una caridad mal entendida", dice Milagros Hernández. Siempre que haya un menor por medio, en vez de darle limosna hay que poner el caso en conocimiento de las autoridades para que tomen rnedidas". La directora del CAI asegura que ninguno de los niños que han tratado hasta ahora presentaba síntomas de estar drogado.

La Comunidad de Madrid y el Ayuntamiento, a través de los teléfonos 900 10 03 33 y 900 10 03 37, se encargan de recoger los avisos referidos a niños mendicantes. A partir del aviso se moviliza la Policía Municipal, el niño es trasladado al CAI, donde se estudia su caso y se propone una solución (desde que abrió, en 1984, ha atendido 1.343 casos). En el 80% de las situaciones se llega a un acuerdo con los padres y se trabaja conjuntamente con la familia. En el 20% restante se tramita la tutela, que ha de ser concedida por el Ejecutivo regional.

Elvira Cortajarena, vicepresidenta de Cruz Roja, señala que el mecanismo falla en este último eslabón. "Nosotros confiamos en fomentar la acogida temporal en familias. Se trata de una figura contractual prevista en la nueva ley de adopción, por la que una familia se convierte en la sustituta de la congénita del niño. Son acogidas temporales, nunca adopción. El programa ya funciona en Asturias y Las Palmas, y está a punto de comenzar en Madrid".

Una isla de colorines

En la carretera a Mercamadrid, en el sur de Madrid, está la colonia chabolista de La Celsa. Ahí viven 140 familias gitanas entre la suciedad y el abigarramiento.En medio del gris maloliente se levanta una isla de colorines: una vivienda prefabricada que huele a colonia de niño, llena de colchonetas con dibujos de nubes, muñecos pintados en las paredes y juguetes. Es la Casa Infantil de La Celsa. Abrió hace 18 años por iniciativa privada, educa ahora a 92 niños de entre seis meses y cuatro años y representa una de las experiencias más interesantes de escolarización dentro de asentamientos gitanos. Carmele, una de las 10 responsables del centro, recuerda que cuando empezaron muchas familias del poblado se dedicaban a la rriendicidad. Ahora, ninguna. Viven de la venta ambulante de ajos, medias, retales.

"Ya empiezan a venir los hijos de nuestros primeros alumnos. La verdad es que en este tiempo los hábitos han cambiado mucho. Al principio nos preguntaban cómo tenían que alimentar a sus hijos, ahora ya lo saben", apunta Carmele.

La dotación de una infraestructura educativa básica es primordial para el Consorcio para el Realojamiento de la Población Marginada, que trabaja con 2.185 familias gitanas. El consorcio ha montado una escuela infantil en el campamento del Cañaveral, y tiene previsto abrir otra en el de Plata y Castañar. Hasta crear el hábito, los educadores de calle recogen a los niños en las chabolas para llevarles a clase.

De cualquier forma, la escolarización entre los gitanos no es la norma habitual: no asisten a clase el 84% de menores de cuatro años, el 48% de cinco años y el 35 % de entre seis y 12 años.

Archivado En