Tribuna:

Política económica y competitividad empresarial en España

La previsible caída de los índices de productividad españoles derivada de la fortaleza de la peseta y de la tendencia al alza de los tipos de interés es uno de los factores a los que habrá de hacer frente la economía española en el cercano horizonte de la integración total en la CE, según el autor de estas líneas, para quien la mejora de la productividad, infraestructuras, formación y desarrollo tecnológico determinarán el papel de nuestro país en la Comunidad.

En España se están produciendo hoy, como consecuencia de nuestra incorporación a las Comunidades Europeas (CE), una serie de si...

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La previsible caída de los índices de productividad españoles derivada de la fortaleza de la peseta y de la tendencia al alza de los tipos de interés es uno de los factores a los que habrá de hacer frente la economía española en el cercano horizonte de la integración total en la CE, según el autor de estas líneas, para quien la mejora de la productividad, infraestructuras, formación y desarrollo tecnológico determinarán el papel de nuestro país en la Comunidad.

En España se están produciendo hoy, como consecuencia de nuestra incorporación a las Comunidades Europeas (CE), una serie de situaciones económicas que no son sino un adelanto de lo que va a ocurrir en los próximos años, si observamos lo acontecido en otros países de Europa semejantes al nuestro.Partimos de la base de que la peseta se incorporará en 1989-1990 al Sistema Monetario Europeo (SME) y de la convergencia creciente de las políticas económicas -es decir, monetarias, cambiarias, etcétera- con un paso cualitativo de avance en la creación del mercado único en los años noventa.

La incorporación de España a la CE y al SME va a producir, está produciendo ya, un flujo de capitales hacia España, del norte de Europa al sur, de donde es abundante el recurso capital y el ahorro a donde es escaso y, por tanto, ofrece mayores posibilidades de rentabilidad.

Ante este flujo de capitales privados y públicos, la Comunidad Europea, presionará al alza la cotización de la peseta, que se revaluará en términos reales con las monedas del norte; es decir, no podrá reflejar en su devaluación todo el diferencial de inflación con la República Federal de Alemania y países de su entorno económico más próximo.

Esto es en definitiva lo que le ha pasado a la lira (+30%) y al franco francés (+ 15 %) con relación al marco desde la creación del SME.

La revaluación implicará, salvo que se produzcan incrementos de productividad paralelos, una pérdida de competitividad de los productos españoles. Es decir, si los capitales que se introducen en España los dedicamos a consumo público y privado en lugar de a inversión, con el consiguiente incremento de productividad o desarrollo de nuevos productos, nuestra economía irá perdiendo competitividad en el mercado único europeo.

Aplicación de recursos

Hoy, sin que la peseta se haya incorporado al SME, ya estamos haciendo frente a una situación semejante, debido a la ósmosis creciente de las economías y a la devaluación de las fronteras financieras.

Hay una entrada masiva de capitales, la peseta se ha revaluado y este estado de optimismo circunstancial puede conducir a una mala aplicación de los recursos.

No soy un experto, pero a nadie se le puede ocultar que un crecimiento de los impuestos en un año doble que el crecimiento previsto, después de un período de incremento de la fiscalidad acelerado, tiene que producir tensiones graves en una economía que sale de una crisis profunda.

El aumento de gastos públicos implica un incremento de la demanda interna, presión inflacionista, subida de tipos de interés y menor inversión.

La relación rentabilidad posible de la inversión empresarial / tipo de interés disminuye, desmotivando la inversión empresarial; en definitiva, el incremento de productividad y empleo.

Por otro lado, el Estado ha demostrado ser un mal administrador de los recursos, y es normal cuando se tiene en cuenta su tamaño, las presiones políticas a que está sometido y la complejidad de su aparato productivo-administrativo.

El incremento creciente, por tanto, del gasto público, aun cuando hoy se pueda hacer dentro de esta bonanza temporal con menor déficit fiscal, puede agotar el crecimiento de la economía española y podrá representar un empobrecimiento futuro de nuestra economía.

¿Por qué no ha pasado esto en Italia, como si duda está ocurriendo en Francia y Grecia? La respuesta puede estar en la aparición de la economía sumergida (con su carga de injusticia social), capaz de mantener el crecimiento de la productividad en la industria italiana con una tasa de ahorro y de inversión muy altas.

En esta perspectiva cabe preguntarse cuál puede ser el objetivo de una administración con una óptica de centro-izquierda.

¿Incrementar la satisfacción de las necesidades de toda la comunidad en lo referente a sanidad, educación, comunicaciones, empleo, etcétera, con una clara atención a la redistribución de la renta, o es el objetivo que el máximo posible de estas prestaciones se ofrezca desde el sector público, cuando por su propia complejidad dudamos de la relación de eficacia de los recursos así asignados?

Esta pregunta adquiere una importancia significativa cuando no se vislumbra una alternativa política en el horizonte cercano.

California contra Florida

No es suficiente conformarnos con porcentajes de descentralización en sí mismos; si nos gastamos los recursos en cursos de expresión corporal en los ayuntamientos, en lugar de mejorar nuestra capacidad productiva, nuestras infraestructuras básicas, la formación de nuestra población y el desarrollo de nuevas tecnologías, contando más con la iniciativa privada en competencia de mercado, es muy posible que en lugar de llegar a ser la California de Europa nos quedemos en una mala copia de Florida.

es economista.

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