Editorial:

Alto el fuego

DESPUÉS DE la decisión de Irak de aceptar el alto el fuego para el próximo día 20 de agosto sin exigir negociaciones directas previas con Irán, cabe esperar que cesen las hostilidades en la amarga guerra del Golfo, porque, si bien es cierto que un alto el fuego no significa que esté garantizada una paz duradera, una vez que las armas se han callado, es muy difícil que vuelvan a reanudarse los combates. Y ello por graves que sean las contradicciones que sin duda van a surgir entre los dos beligerantes en el complejo proceso de aplicación de la resolución 598 de la ONU.El alto el fuego ha...

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DESPUÉS DE la decisión de Irak de aceptar el alto el fuego para el próximo día 20 de agosto sin exigir negociaciones directas previas con Irán, cabe esperar que cesen las hostilidades en la amarga guerra del Golfo, porque, si bien es cierto que un alto el fuego no significa que esté garantizada una paz duradera, una vez que las armas se han callado, es muy difícil que vuelvan a reanudarse los combates. Y ello por graves que sean las contradicciones que sin duda van a surgir entre los dos beligerantes en el complejo proceso de aplicación de la resolución 598 de la ONU.El alto el fuego ha sufrido un retraso de tres semanas a causa de un viraje totalmente inesperado en la posición iraquí. Al exigir unas negociaciones directas antes del cese de hostilidades -algo que no figura en la resolución 598-, Bagdad modificó su actitud precisamente en el momento en que la nueva posición de Teherán permitía poner fin a los combates y a los bombardeos. De esa torpe maniobra dilatoria sólo Bagdad ha salido perjudicado. Los últimos ataques iraquíes, con uso de armas químicas -como han comprobado expertos de la ONU-, han causado indignación y repulsa en el mundo. Por otra parte, si Irak pensó que podía desestabilizar al régimen de Jomeini facilitando que unidades de muyaidin (grupos iraníes enemigos de Jomeini) ocupasen algunos poblados, tal cálculo era absurdo y fracasó rápidamente. Felizmente, y gracias a fuertes presiones de EE UU, la URSS y de algunos de los países árabes más influyentes, Irak ha renunciado a una exigencia irracional.

Es evidente que EE UU y la URSS tienen intereses concretos, además del general de contribuir a la paz del mundo, en que se ponga fin a la guerra del Golfo. La Administración republicana podría apuntarse un éxito en su labor internacional, y ello daría a Bush, mal colocado en los sondeos, una carta no despreciable. En cuanto a la URSS, hace visibles esfuerzos por mejorar sus relaciones con Teherán, con lo cual busca sin duda vías para que ciertos sectores islámicos de Afganistán adopten una actitud más favorable en la cuestión espinosa de establecer un Gobierno de coalición en Kabul.

En todo caso, la entrada en vigor del alto el fuego planteará a la ONU una serie de acciones de gran envergadura, como el establecimiento en los frentes de observadores que deberán verificar el cese de hostilidades y el retorno de las tropas a las fronteras internacionales de 1980, si bien el actual trazado de los frentes corresponde de hecho a esa condición. A la vez, la ONU deberá garantizar el retorno de los prisioneros de guerra a su país. Pero hay en la resolución de la ONU un punto aún más delicado: el que encarga al secretario general la creación de un órgano imparcial que estudie las responsabilidades por el estallido del conflicto. Para Irak, que desencadenó las hostilidades en 1980, la aplicación de ese punto será causa de serios quebrantos de cabeza. El camino de la paz está salpicado de obstáculos y la ONU va a afrontar una de las pruebas más importantes de su historia. Será fundamental que, en esta coyuntura, los miembros permanentes del Consejo de Seguridad (EE UU, URSS, Francia, Reino Unido y China), y en general los países más interesados en la situación de la zona del Golfo, respalden las acciones del secretario general, ayudando a coronar con éxito las etapas de la paz. En realidad, la ONU no tiene medios propios; depende de la voluntad política y del apoyo concreto que estén dispuestos a prestarle sus miembros, y sobre todo los Estados con mayor peso en la vida internacional.

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Hoy, el problema más inmediato es que entre en vigor el alto el fuego en la fecha determinada por Pérez de Cuéllar. Significará el final de una guerra terrible que ha durado ocho años y que ha causado más de un millón de muertos, heridos y mutilados. Será un momento crucial de la vida internacional en las últimas décadas del siglo XX.

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