Tribuna:

La cultura urbana

La estructura urbanística y monumental de las ciudades no es gratuita. Cada sociedad ha engendrado un tipo de ciudad acorde con sus peculiaridades. El alcalde de Madrid, en este artículo, reflexiona sobre la urbe como espejo de la naturaleza colectiva y social del hombre y de su espíritu de conservación y cooperación. Y analiza desde esta óptica la necesidad de rescatar para Madrid unas características que le fueron propias y que en los últimos años han quedado difuminadas.

La ciudad es, sin duda alguna, la institución que mejor responde a la naturaleza colectiva y social del hombre y a...

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La estructura urbanística y monumental de las ciudades no es gratuita. Cada sociedad ha engendrado un tipo de ciudad acorde con sus peculiaridades. El alcalde de Madrid, en este artículo, reflexiona sobre la urbe como espejo de la naturaleza colectiva y social del hombre y de su espíritu de conservación y cooperación. Y analiza desde esta óptica la necesidad de rescatar para Madrid unas características que le fueron propias y que en los últimos años han quedado difuminadas.

La ciudad es, sin duda alguna, la institución que mejor responde a la naturaleza colectiva y social del hombre y a su espíritu de conservación y cooperación. La historia de la humanidad es, en cierto modo, un lento camino del campo hacia las urbes y de la vida rural a la ciudadana, de la cultura campesina a la cultura urbana.Desde las primeras aldeas hasta la metrópoli industrial, los humanos han ido agrupándose y organizándose en ciudades al compás de necesidades y circunstancias históricas. El miedo, la inseguridad, las creencias religiosas o las necesidades económicas, mercantiles y administrativas han dado ciudades amuralladas, ciudades templo, ciudades mercado o ciudades burocráticas en las que los castillos, las plazas de armas, las catedrales, los conventos, las lonjas y casas de contratación, los edificios públicos, han ido configurando a lo largo de siglos el paisaje y la estructura urbana.

Las milicias, el clero, la aristocracia cortesana, los gremios de artesanos, la burguesía y el mismo proletariado han sido estamentos sociales definidores de las más variadas manifestaciones de vida colectiva.

La ciudad es, en cierto modo, el resumen del progreso humano, donde se han superado antiguos miedos, se han satisfecho necesidades materiales y se han ganado libertades y valores espirituales irrenunciables.

La ciudad es acumulación colectiva de saber, de conocimientos, de experiencias históricas y memoria de siglos, pero es también el lugar donde se fragua el futuro de la humanidad, pues la sociedad contemporánea es ante todo una sociedad urbana.

Pero las ciudades, tras un proceso de crecimiento desordenado y anárquico y un sentido del progreso y del desarrollo mal entendido, ofrecen no pocas contradicciones, motivo de constante preocupación entre los estudiosos y administradores, conscientes de la pérdida de ciertos valores cívicos y urbanos, formas de comportamiento y sistemas de control moral vecinal que definían los límites entre libertad y seguridad, entre lo privado y lo público, entre la casa y la calle, lugar de convivencia comunal.

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Dejando aparte el peso de la crisis macroeconómica que de modo tan especial gravita sobre la economía urbana, las grandes ciudades, como Madrid, han perdido buena parte de la tradicional vinculación social que unía al hombre con su ciudad, una relación de pertenencia ecológica e histórica que se ha deshumanizado a consecuencia de ese rápido crecimiento y del increcimiento de una población con poco arraigo y mal integrada en el proceso evolutivo de la moderna cultura urbana.

El coste del crecimiento

En este sentido, Madrid, como otras muchas ciudades, está pagando cara su transformación en metrópoli, donde la cantidad ha puesto en peligro buena parte de nuestras cualidades y de nuestra personalidad.

El esfuerzo de los últimos años por recobrar la imagen de la ciudad, su biografía, sus tradiciones, Fiestas y aun devociones, unido al esfuerzo por despertar la creatividad y las más modernas formas de expresión popular urbana, supone una filosofía integradora del pasado con el presente, en la que todos y cada uno de los vecinos compartan la plaza, la calle, el barrio, el distrito y la ciudad entera como cosa común y propia.

Las ciudades son libros abiertos: en cada monumento, en cada edificio singular, placa o nombre de calle, o en cada conmemoración, hay una figura, un personaje o un acontecimiento histórico, que es eterna lección de pedagogía ciudadana, que hay que aprender e interpretar, que sirve de lazo de unión entre los madrileños y que llenan de contenido y sentido la evolución de la ciudad y nuestra misma existencia colectiva.

Recuperar esa personalidad, el patrimonio histórico, la memoria colectiva y esas relaciones humanas que vinculan a la ciudad, se ha convertido en una urgente necesidad si queremos devolverle a la ciudad su prestigio y a los vecinos su fe en la vida urbana y en su cultura.

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