Tribuna:

Miedo

Conozco a un hombre, el padre de una amiga, que en la angustia de las primeras horas del 23-F sólo atinaba a balbucir: "¡Otra vez los curas no, otra vez los curas no!". Él es agnóstico y un republicano veterano. Tras la guerra recibió una amenazadora visita del párroco del barrio: nuestro hombre no iba a la iglesia, y eso, le advirtieron, podría traerle nefastas consecuencias. Así es que el padre de mi amiga, que guardaba entre pecho y espalda toda la desolación y el miedo del vencido, se pasó 40 años asistiendo disciplinadamente a misa los domingos. De ahí que cuando el golpe no temiera los s...

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Conozco a un hombre, el padre de una amiga, que en la angustia de las primeras horas del 23-F sólo atinaba a balbucir: "¡Otra vez los curas no, otra vez los curas no!". Él es agnóstico y un republicano veterano. Tras la guerra recibió una amenazadora visita del párroco del barrio: nuestro hombre no iba a la iglesia, y eso, le advirtieron, podría traerle nefastas consecuencias. Así es que el padre de mi amiga, que guardaba entre pecho y espalda toda la desolación y el miedo del vencido, se pasó 40 años asistiendo disciplinadamente a misa los domingos. De ahí que cuando el golpe no temiera los sables ni los tanques, sino el revolotear triunfal de las sotanas.Una creía que esa atmósfera asfixiante, esa confusión entre el poder espiritual y el represivo, se había disipado ya, afortunadamente, en la normalización de nuestras vidas. Pero hete aquí que acabo de recibir una conmovedora carta. La firma una mujer de letra mordida por la edad, y me pide que hable sobre el impuesto religioso. Y explica que muchos tienen miedo a negarse a pagar para no verse identificados como contrarios a la Iglesia. Es una carta que rezuma angustia y la misma indefensión de quien teme ser condenado a 40 años de misas. Por lo menos.

Sí, por supuesto, la mujer debe de ser mayor, y su temor actual probablemente no sea más que un residuo de tiempos pretéritos, una traumática condensación de la memoria. Pero, por otra parte, ¿quién sabe lo que puede suceder en los pueblos, la presión social de los sitios pequeños? Anda ahora la Iglesia, o su dorada cúspide, en plena ofensiva guerrillera. Y la campaña en pro del pago del tributo se entremezcla con el restallar del látigo del dogma. Destituyen a teólogos, despiden a directores de revistas, la línea dura está triunfando. Ruge la Iglesia más siniestra, la negación de la Iglesia, el ancestro inquisitorial. Quién sabe: entre el derecho a la propia fe y el derecho al descreimiento, ambos irreprochables y legítimos, hay una fisura en la que, tal como están las cosas, quizá quepan aún la represión y el miedo.

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