Editorial:

El insoportable futuro de Waldheim

LA SITUACIÓN de Kurt Waldheim como presidente de la República Austriaca es insostenible. No está en condiciones de cumplir las funciones que su cargo implica en el terreno de las relaciones internacionales. La mayoría de los Estados se niegan a recibirle: Estados Unidos, por las leyes que prohíben la entrada a los nazis, y los otros, por decisión política. Contrariamente a lo que pensaron muchos austriacos al votar por él, las revelaciones sobre la conducta de Waldheim en la época hitleriana no surgieron en 1986 simplemente para impedir su elección. Había, y sigue habiendo, un problema de fond...

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LA SITUACIÓN de Kurt Waldheim como presidente de la República Austriaca es insostenible. No está en condiciones de cumplir las funciones que su cargo implica en el terreno de las relaciones internacionales. La mayoría de los Estados se niegan a recibirle: Estados Unidos, por las leyes que prohíben la entrada a los nazis, y los otros, por decisión política. Contrariamente a lo que pensaron muchos austriacos al votar por él, las revelaciones sobre la conducta de Waldheim en la época hitleriana no surgieron en 1986 simplemente para impedir su elección. Había, y sigue habiendo, un problema de fondo sobre el cual la opinión pública internacional quiere, con pleno derecho, ser informada: si una personalidad como Waldheim, secretario general de la ONU durante muchos años, es o no culpable de crímenes durante la etapa hitleriana.El tema acaba de rebrotar con la publicación, en periódicos alemanes y yugoslavos, de nuevos documentos según los cuales el teniente Kurt Waldheim participó en las terribles deportaciones cometidas por los nazis en 1942, en las montañas de Kozara, en Yugoslavia. No es casual que estos documentos hayan aparecido en estos momentos: está a punto de terminar sus trabajos la comisión internacional de historiadores que, por iniciativa del Gobierno austriaco, fue creada para esclarecer a los ojos de la opinión pública mundial la conducta de Kurt Waldheim. Desde el principio surgieron contradicciones acerca de las personas que debían integrar esa comisión. Parecía lógico, teniendo en cuenta que los principales crímenes achacados a Waldheim tuvieron lugar en Yugoslavia, que en ella figurasen historiadores de este país. Sin embargo, no ha sido así: el historiador Dusan Plenca no fue admitido en su seno; se le ofreció que "asesorase", a lo que se negó.

La actitud yugoslava, al sacar a la luz, precisamente ahora, nuevos documentos de extrema gravedad para Waldheim, parece responder a un doble objetivo: demostrar sin duda la culpabilidad de Waldheim, pero a la vez dejar en entredicho las labores de la comisión de historiadores.

En todo caso, caben pocas dudas acerca de la veracidad de los nuevos documentos: en la hipótesis de que resultasen falsos, el único beneficiado sería Waldheim. Es difícil imaginar que periódicos yugoslavos con un evidente respaldo oficial, como Borba o Politika, pudiesen prestarse a tal operación. Además, que Waldheim ha mentido de manera reiterada sobre su actividad durante la II Guerra Mundial es algo totalmente demostrado. Él mismo ha tenido que reconocer hechos que en un principio había negado: que fue oficial del Ejército nazi y que estuvo destinado en los Balcanes.

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Independientemente de lo que dictaminen los historiadores de la comisión, existe un problema político grave: la identificación que Waldheim pretende establecer entre su conducta personal y lo que hizo la generalidad de sus conciudadanos es sumamente negativa para el prestigio internacional de Austria. Ésta, como país neutral situado entre el Este y el Oeste, cumple un papel importante en Europa que el antiguo canciller Kreisky rodeó de particular brillantez. En cambio, la cerril tozudez de Waldheim está dañando la imagen de su país en una Europa en la que el repudio del nazismo sigue siendo un valor en plena vigencia.

Hoy, lo mejor para Austria y para la comunidad internacional sería que una confirmación inequívoca de la veracidad de los últimos documentos yugoslavos obligue a Waldheim a dimitir. Así, por muchos problemas políticos que pueda plantear su sustitución, se pondría fin a la situación actual, completamente anormal, en la que el presidente de Austria es una persona sentada en el banquillo de los acusados, con gravísimas presunciones contra él y en espera de pruebas definitivas de su culpabilidad.

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