Un pueblo de Tarragona implanta la 'ley seca' para los inmigrantes marroquíes

Los temporeros africanos, rechazados en Mont-roig por "no saber comportarse"

Ningún joven del pueblo quiere trabajar en el campo. Las 200 o 300 pesetas por hora que los payeses pagan por recoger aceitunas o lechugas saben a muy poco en una localidad acomodada como Mont-roig, con 4.200 habitantes, a seis kilómetros de las nucleares de Vandellós. En las listas del paro tampoco hay nadie dispuesto a enrolarse en la cosecha. El único recurso es la contratación de mano de obra barata, procedente de África. La presencia estable de un colectivo marroquí que ronda las 200 personas ha comenzado a provocar problemas. Al igual que en algunos pueblos de Lérida, el Ayuntamiento ha ...

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Ningún joven del pueblo quiere trabajar en el campo. Las 200 o 300 pesetas por hora que los payeses pagan por recoger aceitunas o lechugas saben a muy poco en una localidad acomodada como Mont-roig, con 4.200 habitantes, a seis kilómetros de las nucleares de Vandellós. En las listas del paro tampoco hay nadie dispuesto a enrolarse en la cosecha. El único recurso es la contratación de mano de obra barata, procedente de África. La presencia estable de un colectivo marroquí que ronda las 200 personas ha comenzado a provocar problemas. Al igual que en algunos pueblos de Lérida, el Ayuntamiento ha pedido al Gobierno Civil un mayor control "para evitar que se altere la convivencia". Mientras, los bares, por su cuenta, han implantado la ley seca.

Francesc Pascual, agricultor, miembro del sindicato progresista Unió de Pagesos, explica que la contratación de trabajadores africanos se ha hecho imprescindible "para que no se nos eche a perder el trabajo de todo un año". Pascual desgrana sus argumentos mientras tres marroquíes, encaramados a una escalera, desprenden las aceitunas de las ramas.

Los trabajadores africanos trabajan entre seis y ocho meses al año percibiendo por todo el período una cantidad que oscila entre las 150.000 y las 350.000 pesetas. Muy pocos tienen los papeles en regla, Incumpliendo la ley de Extranjería. Algunos, los menos, están contratados y viven en casas con las mínimas condiciones. La mayoría, sin embargo, come y duerme en barracas, que carecen de luz, agua y gas. Los agricultores no quieren ni oír la palabra "explotación", y se remiten al pasado de los trabajadores españoles durante los años sesenta en la Europa industrializada. "Agunos de ellos ganan tanto como para volver a su tierra en avión", afirma Pascual.

Los africanos, sin embargo, opinan lo contrario. Said de 27 años, gana 150.000 pesetas en medio año. Dice, en un correcto castellano, que se encuentra muy mal" y que sólo piensa en "volver a Marruecos".

Tras ocho o nueve horas de trabajo en el campo, los norteafricanos invaden el pueblo. Buscan diversión para evadirse de sus precarias condiciones de vida. Musulmanes de pies a cabeza, la falta de costumbre de ingerir alcohol provoca altercados en las pacíficas calles de Mont-roig. Las peleas y reyertas entre ellos han sido algo cotidiano. El pueblo está cansado. Los bares han implantado la ley seca. El alcohol se ha acabado para los marroquíes y sólo les sirven refrescos; o cafés. El camarero de un céntrico bar de Mont-roig explica que, "como mucho", les sirve dos cervezas. "No están acostumbrados a beber y se desmadran", afirma. El dueño de otro local explica: "No me importa que vengan, siempre y cuando se comporten. Ya no les sirvo ni una gota de alcohol. Aquí han llegado a devolver sobre la máquina de tabaco, han ensuciado el baño y fumado porros. En un bar decente no se pueden permitir ciertas cosas", sentencia.

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Nadie quiere hablar, al igual que ha ocurrido en los recientes casos de Lérida, de racismo. Todos atribuyen las diferencias a "la falta de saber comportarse" de estos temporeros. Los marroquíes tienen otra visión de las cosas. Mohamed Atduti, de 26 años, confiesa, con mirada triste, sentirse "rechazado por el pueblo". Es su segundo año en Mont-roig. Abandonó su país "porque, allí no había empleo y me pagaban la mitad que aquí". Su pariente, Bosini Abdalá, de 51 años, asiente. Desde hace 18 años viene a España a trabajar, contratado y con permiso de residencia, y todavía nadie le ha, querido alquilar una casa. "Se ha casado mi octavo hijo y quiero traerme a mi mujer aquí, pero hasta que no encuentre un lugar no podré hacerlo", explica. Los dos beben naranjada.

Un conflicto que se extiende

El Ayuntamiento de Montroig ha decidido reclamar la intervención del Gobierno Civil para que aplique la ley de Extranjería a los marroquíes con todas sus consecuencias. El alcalde, Josep Maria Aragonés, independiente, rechaza que tras la campaña exista racismo. Como muestra de ello alega que "si fueran alemanes, sucios, y se emborracharan, pasaría lo mismo. Éste es un pueblo pequeño y se ha creado un problema de convivencia".Aragonés se soprende de que "a franceses que viven aquí desde hace 20 años se les pidan mil y un papeles y a ellos [los marroquíes] no se les exija nada. Queremos que el gobernador aplique al pie de la letra la ley de Extranjería". La máxima autoridad provincial, Vicente Valero, siguiendo los pasos de su homólogo en Lérida, Josep Ignasi Urenda, ha ordenado una investigación a la Guardia Civil y la realización de encuestas entre las dos partes para conocer la magnitud del conflicto.

El caso de Lérida, donde los temporeros son en su mayoría de raza negra y procedentes de Gambia, se arrastra desde hace un año. En las localidades cercanas a Lérida trabaja en el campo más de un millar de temporeros africanos que han conseguido un cierto grado de organización. En localidades como Vilanova de Segrá (700 habitantes) o Bellvís (2.400) han sido denunciados ante el Gobierno Civil algunos establecimientos públicos, especialmente bares, por impedir la entrada a los temporeros africanos. Algunos han argumentado como justificación para tomar la medida que los negros crean disturbios, y otros que pierden clientes autóctonos. Todo el mundo cree que no es cuestión de racismo, incluido el sindicato Unió de Pagesos, que sostiene que los agricultores "no saben lo que quiere decir este término", según su portavoz en Lérida, Josep Roigé.

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