DESASTRE EN BUCAREST

Rumanía, un país que da pena

A la gente le da miedo hablar, los teléfonos están 'pinchados' y las cartillas de racionamiento proliferan

Tres kilogramos de carne de vaca al año (uno el 1 de enero, otro el 1 de mayo y el tercero para la fiesta nacional, el 23 de agosto); 120 gramos de mantequilla al trimestre; 250 gramos de pan al día; todo por persona. Por coche y mes, 30 litros de gasolina. Las cartillas de racionamiento son la norma fuera de Bucarest, aunque en la capital también están racionados el azúcar y el aceite. La leche en polvo para niños precisa una receta del médico. En muchos lugares, fuera de Bucarest -a veces, incluso, en algunos de sus barrios-, las autoridades cortan la luz por las mañanas y de cinco de la tar...

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Tres kilogramos de carne de vaca al año (uno el 1 de enero, otro el 1 de mayo y el tercero para la fiesta nacional, el 23 de agosto); 120 gramos de mantequilla al trimestre; 250 gramos de pan al día; todo por persona. Por coche y mes, 30 litros de gasolina. Las cartillas de racionamiento son la norma fuera de Bucarest, aunque en la capital también están racionados el azúcar y el aceite. La leche en polvo para niños precisa una receta del médico. En muchos lugares, fuera de Bucarest -a veces, incluso, en algunos de sus barrios-, las autoridades cortan la luz por las mañanas y de cinco de la tarde a nueve de la noche, cuando la gente vuelve del trabajo a sus casas y cena lo que puede. Además, muy a menudo se corta el agua, y uno se acostumbra a la penumbra de las bombillas de 25 vatios.

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Los cortes de luz a la hora crítica, por la tarde, eran habituales en Brasov. "Desde el 15 de noviembre, ya no", señala un joven estudiante brasoviano germano-rumano. "Incluso a menudo cortaban toda la calefacción de las casas de pisos", añade, a pesar de que la temperatura interior de las casas no puede rebasar los 12 grados.Brasov, una ciudad de unos 320.000 habitantes, en Transilvania, más limpia y más alegre que Bucarest, fue escenario de violentos acontecimientos. El 15 de noviembre, "unas 10.000 personas", según testigos obreros de la fábrica de camiones Bandera Roja y otros, salieron a la calle para protestar porque, además de todas, las otras penurias, les habían recortado la paga al no cumplir los planes de producción. Entre ellos había rumanos y miembros de las minorías germana y húngara. Juntos atacaron el Ayuntamiento -eran días de elecciones municipales- y asaltaron las lujosas casas del partido que han sido reparadas de inmediato.

En la sede del partido, los obreros encontraron una despensa "con naranjas y quesos redondos enteros", dice con envidia una chica. "Eran cosas que no habíamos visto en años", comenta. Los obreros echaron todo por la ventana, incluidos "ordenadores, máquinas de escribir y retratos de Nicolae Ceaucescu", que destruyeron. La policía dispersó a los manifestantes con gases lacrírnógenos. Un policía, según un viejo alemán, murió. Un número indeterminado de trabajadores de la fábrica siguen detenidos "Sin agua, sin calefacción, sin comida y con sus pagas recortadas no me extraña que se rebelaran" comenta el anciano, "pero no se repetirá". Por si acaso, hay más policía en la ciudad.

Tras los acontecimientos, una asamblea de los representantes de los trabajadores de la fábrica culpó a la dirección de la mala gestión de la empresa. La dirección ha dejado sus cargos. La asamblea también condenó la actuación de los obreros, calificada de "delitos ajenos al sistema socialista" y ha pedido que el "colectivo de trabajadores" sea el que juzgue a los infractores.

"Por ahora nos pagan"

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"Por ahora nos pagan. Pero durante cuanto tiempo, no lo sabemos. No puedo decir más. Es peligroso", comenta un empleado tapándose detrás de un automóvil para hablar. Esta, fábrica depende mucho de las exportaciones, y éstas han caído. En las tiendas de Brasov ha mejorado algo el surtido de alimentos. Se pueden encontrar huevos y pollos congelados. Tras los incidentes, la situación mejoró, comenta un estudiante; pero ahora, de nuevo, "no hay carne, ni leche, ni mantequilla, ni queso. Nada. Sólo pan".En Comarnic, un pueblo a unos 110 kilómetros de Bucarest y 60 de Brasov, la situación es mucho peor. "¿Carne?", comenta una tendera, "no". Y se pasa la mano por el estómago. Al final, nos llama y nos saca un trozo de embutido que tenía escondido. No hay patatas ni casi verduras. Sólo alguna vieja zanahoria.

Todo es por pagas la deuda externa. "Un empeño del presidente", dicen los funcionarios. Para lograr divisas hay que exportar. Y así, se racionan los alimentos para exportarlos en vez de consumirlos. El sueño autárquico de Ceaucescu está también presente en este empeño.

Es un país que da pena. En Bucarest y en el campo hay unos edificios antiguos preciososPero de noche, en un Bucarest que se sume en la oscuridad por falta de luz eléctrica, no se ven.El país tiene riquezas naturales -petróleo, tierras fértiles y otras ventajas- y ha tenido un indudable desarrollo económico. Pero la gestión económica, especialmente en los últimos tiempos, ha sido desastrosa. En Bucarest la megalomanía de Ceaucescu está destruyendo parte de la ciudad antigua para construir un complejo que albergue a la Presidencia, al Comité Central y al Consejo de Ministros.

Y en invierno está el frío. Las casas, a 12 grados. Ha crecido la mortalidad infantil. Hay niños mueren de frío en las guarderías. Las luces que se apagan en restaurantes como el Capsa, fundado en 1852, con una extensa carta teórica, pero corta en la realidad. La gente se sienta en los conciertos con abrigo y sombrero, al igual que se come en el hotel Carpati, supuestamente el mejor restaurante de Brasov. En esta ciudad, nos explica un germano-rumano, el gas tiene tan poca presión que a menudo no da para calentar agua para hacer un té. En los hospitales de Bucarest, sucios y con malos servicios, es muy normal que dos enfermos estén en una misma cama. Faltan medicinas y no hay gasolina para las ambulancias.

El hombre nuevo

En esta situación, Ceaucescu debe ser el único dirigente del Este que aún habla del paso de la etapa socialista a la comunista, según él, para el año 2000 en Rumanía. "Quiere, además, crear el hombre nuevo, el de la novela 1984, de George Orwell", comenta un diplomático. En algunas zonas rurales ha comenzado ya su plan de tirar abajo las viviendas unifamiliares para crear cuarteles agroíndustriales en bloques de pisos con una cantina y una cocina común, lo que permite un mayor control.La persecución del aborto ha aumentado. El régimen quiere sobre todo que aumente la población rumana frente a las minorías étnicas. Los anticonceptivos están prohibidos. Las mujeres en edad reproductiva son examinadas una o dos veces por mes para evitar que aborten. Si van al dentista para sacarse una muela, el dentista les pide el comprobante ginecológico. Los recién casados se ven penalizados si un año después de la boda la mujer no está embarazada.Es un Estado policial. Al llegar por la noche a cenar a una embajada, el guardia de la garita coge inmediatamente el teléfono y llama. Se supone que a los extensísimos servicios de seguridad. Al salir, lo mismo. En medios diplomáticos occidentales se dice que uno de cada tres rumanos trabaja para los servicios de seguridad.

Los teléfonos están pinchados. Hay micrófonos y es dificil tener una conversación confidencial. Los diplomáticos de la Comunidad Europea y de la OTAN hacen reuniones en las embajadas que tienen salas especiales antiescucha. Los particulares no pueden tener máquinas de escribir y las pocas que hay están numeradas y registradas.

La gente tiene miedo de hablar. Los estudiantes con los que conversamos en Brasov nos dijeron: "Es peligroso hablar con vosotros, los periodistas".

El viejo germano-rumano antes mencionado nos comentó al abordarle: "¿Quién me dice que no son ustedes miembros de la Secu (policía de seguridad), encubiertos como periodistas extranjeros?". Pero les gusta hablar y a menudo acaban contando cosas, si les dejan. Estos días la policía acordonó las casas de todos los disidentes conocidos, que son pocos. Hay mucha gente que quiere irse del país, pero no les dejan.

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