Editorial:

Integristas en el banquillo

NUEVOS IMPEDIMENTOS legales aplazaron ayer la anunciada comunicación de la sentencia dictada contra los 90 integristas islámicos juzgados en Túnez y para los que se pidió la pena capital. Oficialmente, los procesados lo han sido por "violencia, extremismo y totalitarismo", y sus casos forman parte de una larga represión que ya alcanzó en sus tiempos a la izquierda; en otros momentos, al sindicalismo, y que ahora se dirige contra el mismo integrismo islámico con el que el régimen de Burguiba fue tolerante en el pasado. El viejo líder tunecino llena con su nombre y acción toda la historia contem...

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NUEVOS IMPEDIMENTOS legales aplazaron ayer la anunciada comunicación de la sentencia dictada contra los 90 integristas islámicos juzgados en Túnez y para los que se pidió la pena capital. Oficialmente, los procesados lo han sido por "violencia, extremismo y totalitarismo", y sus casos forman parte de una larga represión que ya alcanzó en sus tiempos a la izquierda; en otros momentos, al sindicalismo, y que ahora se dirige contra el mismo integrismo islámico con el que el régimen de Burguiba fue tolerante en el pasado. El viejo líder tunecino llena con su nombre y acción toda la historia contemporánea de su país, desde la resistencia, la prisión y la pena de muerte en Francia, que le fue indultada, hasta la presidencia de la República, que sigue ostentando hoy, a los 84 años. Pretendió una democracia al estilo occidental, pero él mismo no se lo permitió: no supo contenerse ante cada enemigo, presunto o real, o cada aspirante a la sucesión de su poder, que ahora se acaba por mera biología.La persecución al integrismo es, sin embargo, más fuerte y más acuciante que su antigua manera de desprenderse de enemigos. En Túnez es una fuerza que se alimenta de un misticismo del que carecen otras manifestaciones ideológicas. El país se desangra por los costurones de su débil economía y el pozo sin fondo de la corrupción. Las luchas por el poder que va abandonando el combatiente supremo, y que en una sombra sólo relativa ejerce su esposa -Wassila Burguiba-, descorazonan al pueblo. El integrismo ofrece el regreso al Corán -Burguiba es agnóstico- y la creación de un Estado teocrático. Un Estado teocrático al estilo de Irán, de modo que en el juicio se ha acusado a los integristas de estar impulsados por esa potencia extranjera.

Los intentos de reconciliación que se están llevando a cabo en estos momentos entre Rabat y Argel, como entre Túnez y Libia, en la estela de lo que un día se llamó el Gran Magreb, se hacen, más que para impulsar una política exterior común, para que sus Gobiernos unifiquen sus políticas interiores. Sus distintas formas de gobierno se resumen todas en un poder fuerte y un avasallamiento de las oposiciones, pero es cierto también que el integrismo musulmán -o la forma en que se presenta en estas zonas- puede ser lo que en nuestro lenguaje ocuparía el lugar de un fascismo populista.

En los hogares del norte de África hay estampas de Jomeini, como antes las hubo de Nasser, que predicaba la unidad islámica. Las radios se conectan con Teherán o con emisoras clandestinas. Para quienes no pueden captarlas hay un reparto de casetes grabadas con mensajes religioso-políticos (mucho más eficaces que los libros o los folletos en estas zonas de gran analfabetismo) que brotan no sólo de Irán, sino también de El Cairo, donde estos instrumentos de propaganda se producen por millones. El renacimiento islámico afecta a millares de jóvenes intelectuales y estudiantes ávidos de valores heroicos y unívocos. Y a millones de campesinos y obreros que han ido viendo desmoronarse otras estructuras políticas y regresan a la fe original, que en Irán pudo realizar la verdadera revolución que no se ha conseguido en otros países. El combate que está latente en Líbano -la guerra, dentro de la guerra, de integristas contra moderados o modernos- aparece en otros países larvado o clan destino, y los Gobiernos reaccionan en cuanto tienen ocasión o necesitan ofrecer un escarmiento rotundo contra los que consideran conspiradores. En este sentido, el proceso de Túnez y las fuertes condenas que de él se deriven serán una muestra más de esta dura y fratricida batalla.

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