Editorial:

Huida hacia adelante en Perú

LA DECISIÓN de nacionalizar la banca anunciada por el presidente de Perú, Alan García, en la conmemoración solemne del segundo aniversario de su toma de posesión, aparte del efecto de sorpresa y del apoyo popular indudable, no deja de ser preocupante. Indica que el Gobierno del APRA no logra llevar a cabo una política realista y constructiva ante los gravísimos problemas económicos que tiene el país. Es cierto que Alan García heredó una situación angustiosa, determinada por una gran parte de la población sumida en la miseria y una deuda exterior de cerca de 15.000 millones de dólares.Contando ...

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LA DECISIÓN de nacionalizar la banca anunciada por el presidente de Perú, Alan García, en la conmemoración solemne del segundo aniversario de su toma de posesión, aparte del efecto de sorpresa y del apoyo popular indudable, no deja de ser preocupante. Indica que el Gobierno del APRA no logra llevar a cabo una política realista y constructiva ante los gravísimos problemas económicos que tiene el país. Es cierto que Alan García heredó una situación angustiosa, determinada por una gran parte de la población sumida en la miseria y una deuda exterior de cerca de 15.000 millones de dólares.Contando con este punto de partida, García logró, sin embargo, cierta recuperación, y en 1986 el horizonte parecía más halagüeño. El producto interior bruto se elevó en más de un 8% y la inflación se redujo a menos de la mitad, si bien permanecía en torno a un 70%. En la primera mitad de 1987, no obstante, los hechos han demostrado que esa mejoría era efimera. Subieron los precios y las reservas de divisas han disminuido notablemente.

La respuesta de Alan García a este empeoramiento ha sido una huida hacia adelante, basada en medidas administrativas y de otro orden. Por ejemplo, el presidente ha decidido como medida espectacular e inmediata la intervención del Estado, durante tres días, de los bancos, las compañías financieras y de seguros, y las casas de cambio. En ese plazo, la mayoría aprista en el Parlamento adoptará las leyes precisas para que esas medidas provisionales se conviertan en leyes. Pero ello significará sin remedio que las relaciones de Perú con el sistema financiero internacional, ya sumamente tensas por el problema de la deuda, queden abruptamente interrumpidas.

El discurso ideológico con el que el líder aprista ha explicado esta nueva política económica es sin lugar a dudas seductor, y responde a sentimientos compartidos por amplios sectores del pueblo, no sólo en Perú. García ha hablado de poner el sistema financiero al servicio, no de especulaciones improductivas, sino del crecimiento económico, de la reestructuración industrial, de la descentralización regional. El objetivo es, en suma, facilitar créditos que aumenten la demanda gracias a la elevación del nivel de vida de los sectores más humildes.

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Desgraciadamente, esta medida legal de la expropiación de los bancos y su paso a manos del Estado no hace surgir nuevos fondos para convertir en realidad los buenos deseos. En este caso no se trata de un asunto de ideología o de evolución hacia la izquierda; lo que importa aquí es su eficacia. Pero lo que, en general, han generado medidas de ese tipo ha sido una parálisis del sistema financiero durante un período largo y la imposibilidad de encontrar fuentes de financiación.

Es evidente que en la base de estas medidas hay una reacción explicable de Alan García ante la terrible injusticia que está en la base de la deuda exterior, tanto en el caso de Perú como de otros países latinoamericanos. De otra parte, es cierto que el problema de la deuda exige ser abordado en un terreno político, no simplemente en el marco de la relación acreedor deudor, y con medidas generosas que permitan el desarrollo de los países afectados. Sin embargo, no existen condiciones en el mundo de hoy para lograr una solución radical a ese amplísimo problema. La huida hacia delante no cambia los términos reales del problema y a lo sumo los disimula durante un período. En realidad, por penoso que resulte, no parece existir otro camino para afrontar ese gravamen que el adoptado por otros países latinoamericanos que se esfuerzan por arrancar plazos y mejoras parciales. Nacionalizar la banca y romper con el sistema financiero internacional puede lograr el aplauso de la población pero cierra, o dificulta, la vía de arreglos parciales y efectivos.

España se ha esforzado por contribuir a que el problema de la deuda externa sea abordado en el plano internacional con una visión política. También España ha desarrollado sus relaciones con Perú con un espíritu de cooperación y ayuda, e incluso con franca simpatía hacia el proyecto de independencia y progreso representado por el presidente García. Ahora deberá continuar esa política amistosa en las condiciones más difíciles que se han creado.

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