Tribuna:

Los problemas de la paz en Centroamérica

Después de largos meses de una letárgica y resignada calma, el ballet diplomático centro y latinoamericano ha vuelto a querer ocupar los principales escenarios regionales. Se entiende: la imposibilidad de las fuerzas políticas de la región afines a Estados Unidos de avanzar en el terreno militar, aunado a la creciente parálisis de la Administración de Reagan en materia de política exterior y el consiguiente temor de sus aliados locales a quedarse pronto sin padrino, son factores todos ellos que han contribuido al recrudecimiento reciente de las iniciativas de paz en Centroamérica. Por d...

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Después de largos meses de una letárgica y resignada calma, el ballet diplomático centro y latinoamericano ha vuelto a querer ocupar los principales escenarios regionales. Se entiende: la imposibilidad de las fuerzas políticas de la región afines a Estados Unidos de avanzar en el terreno militar, aunado a la creciente parálisis de la Administración de Reagan en materia de política exterior y el consiguiente temor de sus aliados locales a quedarse pronto sin padrino, son factores todos ellos que han contribuido al recrudecimiento reciente de las iniciativas de paz en Centroamérica. Por desgracia, es dudoso que las nuevas gestiones mediadoras -o las ya existentes, ahora resucitadas- corran mejor suerte que las anteriores.La hibernación de las actividades del Grupo de Contadora y del llamado Grupo de Apoyo (Argentina, Brasil, Perú y Uruguay), impuesta por el rechazo del Gobierno de Estados Unidos a cualquier esquema negociador que no contemplara la remoción del poder del Frente Sandinista en Nicaragua, fue violentamente interrumpida por el éxito momentáneo del plan Arias. Sin embargo, a pesar de su popularidad inicial, la propuesta de paz centroamericana formulada por el presidente de Costa Rica sufrió el "sino destino que Contadora: las condiciones de su atractivo inicial -imparcialidad, realismo, vaguedad resultaron también ser las bases de su derrumbe.

DOBLE PREMISA

Más allá de los detalles -cese del fuego, negociaciones entre los Gobiernos de Nicaragua y El Salvador y sus respectivas oposiciones políticas internas, elecciones de algún tipo en un futuro indefinido, fin de la ayuda de Estados Unidos a la contra antisandinista-, el plan Arias descansaba en dos premisas. La primera era que ante las embestidas del Congreso demócrata, alimentadas por el escándalo Irán-contra, y frente a la evidencia irrecusable de la impotencia militar de sus testaferros nicaragüenses, el Gobierno de Ronald Reagan optaría por una salida elegante si ésta le fuera presentada por un aliado cuyas credenciales anticomunistas y antisandinistas resultaran impecables. La segunda premisa era que los sandinistas en Nicaragua aceptarían a fin de cuentas cualquier fórmula de negociación que implicara un final de la ayuda estadounidense a la contra que no tuviera como punto de partida el que abandonaran el poder, y que no los humillara al sujetar todo a un diálogo con la contra o a una deslegitimación de los procesos políticos previamente celebrados en Nicaragua.

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El joven presidente de Costa Rica acertó en lo tocante a la segunda hipótesis: al cabo de algunos titubeos iniciales, el Gobierno de Managua aceptó la propuesta de Arias como base de negociación y anunció su disposición a asistir a una cumbre centroamericana convocada para finales de junio en Guatemala -la llamada reunión de Esquipulas II- Al posponerse ésta, el Gobierno que encabeza Daniel Ortega dudó en aceptar la nueva fecha propuesta, y sobre todo las condiciones exigidas por Estados Unidos a través de Honduras y de El Salvador. Pero parece que los sandinistas han aprendido la lección de Gorbachov: la mejor manera de lidiar con el actual Gobierno norteamericano es diciendo que sí a todo, a sabiendas que las divisiones internas en Washington impiden el cumplimiento o la realización de cualquiera de las promesas o sugerencias hechas por ese Gobierno anteriormente.

No obstante, el pacificador Tico sobreestimó gravemente el margen de maniobra de que dispone ya el presidente estadounidense: por razones que veremos a continuación, éste se vió obligado a torpedear la reunión en la cumbre. Estados Unidos obligó a El Salvador, y en menor medida a Honduras, a anteponer una serie de objeciones técnicas -reuniones de cancilleres previas, agenda preestablecida, etcétera- que llevaron a posponer la cumbre hasta agosto. Aunque Nicaragua volvió a aceptar la nueva cita, no es seguro que ésta se celebre, en gran parte por las mismas razones que cancelaron la primera conferencia.

INTERVENCIÓN DESEADA

El Gobierno de Estados Unidos sabe que la suerte final de la contra cuelga de un hilo, tanto en el frente militar en Nicaragua como en materia de financiación en el Congreso norteamericano. Tiene plena conciencia de que para una tropa que pelea ante todo por dinero y cuyos principales cuadros siguen siendo mercenarios, cualquier interrupción o reducción del flujo financiero trae consecuencias dramáticas. Los especialistas de la CIA y del Departamento de Defensa comprobaron esta característica peculiar de la guerra que libran por interpósita persona durante 1985 y 1986, cuando la contra prácticamente dejó de combatir y se refugió casi en su totalidad en los campamentos de Honduras.

Los estrategas estadounidenses también saben que en el fondo todos los dirigentes de la contra -y la gran mayoría de la masa- siguen convencidos de que a la última hora Estados Unidos intervendrá directamente en Nicaragua y los portará en sus brazos hasta Managua. Por estas dos razones, cualquier corte en la ayuda que brinda el Congreso de Estados Unidos a la contra tiene un efecto desmoralizador asombroso: significa semarias sin sueldo, y no es posible creer que tales recortes favorecen la invasión, al mostrar que sólo de esa manera se puede derrocar a los sandinistas. Al contrario: con un Gobierno de Estados Unidos debilitado y, acercándose al final de su mandato, las probabilidades de la intervención directa son cada vez más remotas.

Pero si la reducción de la ayuda hace estragos entre los combatientes, cualquier suspiro negociador surte el MISMO efecto del financiamiento. Si está en curso una negociación, incluso en forma embrionaria, ¿para qué hacerla peligrar con más ayuda? ¿Por qué no, mejor, suspender la ayuda el tiempo de una ronda negociadora, como señal de buena voluntad? Son argumentos de peso que una Administración de Reagan, ya seriamente desgastada, sólo podría rebatir con grandes dificultades. El problema es que una vez suspendida la ayuda puede resultar imposible reanudarla, por la misma inercia legislativa: es más fácil votar a favor de un programa legislativo en curso que echar a andar uno nuevo.

Ronald Reagan -o sus asesores, da igual- sabe que aun el más mínimo acercamiento a la mesa de negociaciones implica el fin de sus amados contras. La precariedad política y militar de su situación no admite soluciones intermedias: si el apoyo de Estados Unidos comienza a mostrarse vacilante, se desmorona todo. Ésta es la primera razón por la cual las nuevas iniciativas diplomáticas no prosperan ni encierran mayores posibilidades de éxito: Estados Unidos no puede permitirse el lujo de negociar, porque sus hombres de mano están demasiado débiles.

La segunda razón es que para el Gobierno de Reagan el coste político interno de seguir saboteando todos los esfuerzos negociadores en la región sigue siendo mínimo. Y esto es. gran parte responsabilidad (le los propios autores latinoamericanos de las diversas propuestas de paz, en particular la de Contadora. Desde un principio, y sobre todo a partir de octubre de 1984, cuando los cinco países centroamericanos estuvieron a punto de convenir en un documento denominado Acta de Paz y de Cooperación para América Central, vetado por Estados Unidos, los Gobiernos de América Latina se han negado a responsabilizar públicamente a Estados Unidos del fracaso de sus propias gestiones.

Han permitido que se acredite la idea de que las objeciones que en varias oportunidades Estados Unidos ha antepuesto a tal o cual párrafo o artículo de un texto determinado son objeciones válidas, o que en todo caso deben ser tomadas en cuenta. Para todos es obvio desde hace tiempo que Estados Uni'dos no se opone a una redacción en particular, o a la falta de mecanismos de verificación, sino a la idea misma de un arreglo que deje intacto el poder político sandinista en Nicaragua. Pero en lugar de decirlo en voz alta, y ante todo en Estados Unidos, los Gobierilos de Contadora, y ahora el presidente óscar Arias, de Costa Rica, callan sus frustraciones o las envuelven en un elíptico y retorcido lenguaje burocrático que entre otras características tiene la de ser irreproducible por la gran prensa norteamericana.

Lo que acaba de suceder con el plan Arias es sintomático: el Departamento de Estado insistió hasta la saciedad que su Gobierno no se oponía a la propuesta, que no había presionado al presidente Duarte de El Salvador para que anulara la cumbre del 25 y 26 de junio y que ve con agrado la celebración de una cumbre centroamericana, pero a condición de que ésta esté bien preparada. Envista de que ningún interlocutor con autoridad-a saber, el mismo Arias, los Gobiernos de Contadora- se atrevió a desmentir dichas aseveraciones, para buena parte de la opinión pública y del Congreso norteamericano pasaron a ser autorriáficamente ciertas. Arias tergiversó, calló y otorgó por omisión su beneplácito a la versión de Estados Unidos; Contadora tampoco dijo esta boca es mía.

Los países latinoamericanos no poseen un gran peso en Washington. Esto es tan cierto hoy como ayer. Pero en algunas coyunturas, y para algunos sectores pequeños pero decisivos, la opinión de naciones como México, Argentina, Venezuela o la misma Costa Rica puede contar mucho. No hay duda de que el Crobierno de Ronald Reagan se hubiera enfurecido sí algún vecino latino se pusiera a moverle el piso en su propia casa, pero esto justamente es una prueba de la fuerza desconocida que los latino american os se rehúsan a poner en tensión. Por otro lado, carece de sentido involucrarse en una gestión mediadora si se descarta de antemano la posibilidad de influir de la manera más eficaz sobre las partes en confficto.

UNA ESPERA LARGA

El escándalo Irán-contra, efectivamente, ha golpeado con severidad al Gobierno de Washington, y en particular ha causado serios daños a su política centroamericana. El tan llevado y traído espacio político que supuestamente se na abierto está por verse, y lo más probable es que ese espacio, en caso de existir, resulte Insuficiente para desembocar en verdaderos pasos adelante hacia una solución de los conflictos del istmo. Las correlaciones de fuerza en la región son mucho más complejas de lo que parecen, y el ritmo de sus desplazamientos es mucho más lento de lo que uno quisiera.

El capítulo actual ya dio frutos: Costa Rica, antes un aliado incondicional de Estados Unidos, se ha separado del bloque antisandinista para volver a ocupar un lugar digno y autónomo en el concierto regional. Si los países de Contadora se decidieran a actuar con menos empeflo conferencista en Contadora y más firmeza política en Estados Unidos, algo aún podría cambiar. Si no, habrá que e sperar el desenlace en el campo de batalla y en las urnas norteamericanas en 1988. Para los que van a morir, es una espera larga.

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