Un miembro de la Vicaría de Solidaridad sale ileso del primer ataque contra la Iglesia

Un funcionario de la Vicaría de la Solidaridad, Luis Toro, salió ileso en el primer ataque que sufre la Iglesia católica por parte del Comando Once de Septiembre, que se ha adjudicado cuatro asesinatos de izquierdistas tras el atentado contra Pinochet. La ola represiva sigue avanzando. Ayer se confirmó que a dos sacerdotes norteamericanos se les expulsará de Chile, y familiares de los dirigente políticos detenidos denunciaron que se les impidió visitarles y entregarles ropa y comida.El abogado Toro no fue secuestrado debido a la decidida intervención de sus vecinos. En la noche del viernes 12,...

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Un funcionario de la Vicaría de la Solidaridad, Luis Toro, salió ileso en el primer ataque que sufre la Iglesia católica por parte del Comando Once de Septiembre, que se ha adjudicado cuatro asesinatos de izquierdistas tras el atentado contra Pinochet. La ola represiva sigue avanzando. Ayer se confirmó que a dos sacerdotes norteamericanos se les expulsará de Chile, y familiares de los dirigente políticos detenidos denunciaron que se les impidió visitarles y entregarles ropa y comida.El abogado Toro no fue secuestrado debido a la decidida intervención de sus vecinos. En la noche del viernes 12, su esposa recibió una llamada telefónica en la que una voz masculina le advirtió que los funcionarios de la Vicaría serían asesinados por el Comando Once de Septiembre, y "Toro será el primero".

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El Comando Once de Septiembre comenzó a actuar después del atentado contra Pinochet, anunciando en llamadas a agencias de noticias que se vengaría de la muerte de cinco escoltas presidenciales, cobrando "ojo por ojo". Fuentes opositoras lo vinculan al aparato represivo del régimen, aunque el Gobierno, sin embargo, atribuyó a "purgas entre marxistas" las víctimas que este comando se adjudicó.

Toro, un abogado democristiano de 43 años, está acostumbrado a recibir amenazas, como la mayoría de los funcionarios de la Iglesia católica, y esa noche durmió en su domicilio. A las dos de la madrugada del sábado estaba meciendo a su bebé, que no podía dormir, cuando sintió un ruido leve en el jardín de su casa, ubicada en Ñuñòa, un barrio de clase media.

Se asomó por la ventana y miró hacia el patio: cuatro individuos armados y encapuchados saltaban en ese momento la reja del jardín, y afuera estaba aparcado un coche blanco. Toro no perdió la calma. Fue a dejar el bebé con su esposa, corrió a buscar el teléfono y a ocultarse en un armario. Desde allí llamó al secretario ejecutivo de la Vicaría, Enrique Palet. Sólo le dijo "llegaron".

Mientras Palet pedía auxilio al radiopatrulla de carabineros, Toro llamó a un vecino y le pidió que diera la alarma ante el asalto, mientras los integrantes del Comando Once de Septiembre intentaban forzar la sólida puerta de su casa. La ayuda del vecino fue vital. Encendió las luces, salió al balcón y gritó: "¡Asaltan a Lucho!'. El vecindario escuchó las voces y reaccionó de igual manera. Frente al bullicio y las luces, los secuestradores huyeron.

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Dos minutos más tarde llegó a la residencia un jeep civil con ocho paisanos armados. "Somos de carabineros. Ustedes pidieron protección, abra la puerta", dijeron. A Toro el grupo le pareció sospechoso y les preguntó a qué unidad pertenecían. El grupo no se identificó y empezó a forzar la puerta.

La llegada de un coche de carabineros volvió a salvar a Toro. El comando huyó, sin que la patrulla policial les persiguiera y pudieran ser localizados, a pesar de que durante la madrugada sólo pueden transitar carabineros y soldados.

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