Tribuna:

El nacionalismo constitucional y la Diada

Uno de los temas se suelen señalar como pendiente de resolución en el sistema político español es el derivado de la cuestión nacional. Precisamente ahora se replantea en Euskadi (sobre todo por la crisis del Partido Nacionalista Vasco) y en Cataluña (con las anuales polémicas sobre la desunión ante la Diada del 11 de septiembre). Casi siempre que se busca una explicación al tema del nacionalismo, muchos autores se olvidan del más potente, del que puede utilizar los recursos más contundentes: el nacionalismo de Estado. Y uno no puede comprender un nacionalismo interno si no lo pone en relación ...

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Uno de los temas se suelen señalar como pendiente de resolución en el sistema político español es el derivado de la cuestión nacional. Precisamente ahora se replantea en Euskadi (sobre todo por la crisis del Partido Nacionalista Vasco) y en Cataluña (con las anuales polémicas sobre la desunión ante la Diada del 11 de septiembre). Casi siempre que se busca una explicación al tema del nacionalismo, muchos autores se olvidan del más potente, del que puede utilizar los recursos más contundentes: el nacionalismo de Estado. Y uno no puede comprender un nacionalismo interno si no lo pone en relación con el globalizador del Estado-nación.A veces, ese olvido se combina con la idea de que desde la promulgación de la Constitución de 1978 ya no existe el nacionalismo español 31 ya no hay lugar para las reivindicaciones nacionalistas periféricas. Un ejemplo es el planteamiento que hacía Jordi Solé Tura en su libro Nacionalidades y nacionalismo en España. Así, se defiende la Constitución como creadora de un modelo político, como dato inamovible, como un corte en la historia y una posibilidad de superar muchos -por no decir la mayoría- de los conflictos nacionales en el Estado. Parece que se propugna lo que Manuel García Pelayo ha calificado como "una concepción racional normativa de las constituciones". Esa es la visión originariamente: liberal que creía ingenuamente que la sola razón humana, elevada a categoría de norma, con abstracción de la realidad social, solucionaba los problemas de la convivencia política.

En mi opinión, la Constitución contiene aspectos positivos y negativos, como expresión del consenso que la produjo. Pero en la cuestión nacional predominan los valores del nacionalismo de Estado sobre otros nacionalismos (y al igual ocurre con los valores conservadores en lo que se refiere al modelo social). )( el contenido dado a los términos nación y nacionalidad en la Constitución española obedecen a aquel predominio.

A pesar de que la mayoría de los científicos advierten sobre el carácter multívoco del término nación, la tesis aludida defiende que nación y nacionalidad son términos equivalentes, y así se justifica el confuso artículo 2º de la Constitución. Si se mantiene que "nación y nacionalidad designan la misma realidad", ¿por qué uno, nación, aparece constitucionalmente emparejado con el término Estado, y otro, nacionalidad, con comunidad autónoma? Así es lógico incurrir en la contradicción de afirmar que en el artículo 2º "se funde en una misma definición constitucional el concepto de nación española unitaria y los conceptos de nacionalidad y región como componentes esenciales de esta nación". ¿No es eso un absurdo? ¿No habíamos quedado que nación y nacionalidad designan la misma realidad?

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La 'nación de naciones'

Para intentar solucionar este embrollo se utilizó la peregrina idea de nación de naciones. Solé Tura en algún momento abona esa idea, pero en el fondo busca la solución atribuyendo en puridad a la nacionalidad sólo el valor de lengua y cultura, muy lejos de la reivindicación del poder político. Incluso en esta tesitura el problema sería: ¿cómo conservar la lengua y la cultura sin poder político?.

En el marco de esa aparente solución es coherente concluir que "cada vez tendrá menos sentido que unas instituciones autonómicas como las vascas, las catalanas, las gallegas u otras se presenten como nacionales en el sentido tiradicional del término". Ante ese galimatías conceptual, ¿no sería mucho más transparente quedarse con la explicación de realpolitik sobre las imposiciones fácticas ejercidas precisamente sobre los constituyentes en el momento de redactar el citado artículo?

Los mismos elementos que se utilizan para analizar el nacionalismo en abstracto, a mi entender son perfectamente aplicables al nacionalismo españolista. Y así deberían calificarse las afirmaciones partidistas de Felipe González sobre el abstracto "interés de la nación española". O las declaraciones de Narcís Serra sobre "lo que conviene a España" (refiriéndose a la UMD). O la propaganda a favor del voto afirmativo en el referéndum sobre la OTAN, apelando a los "intereses de España"...

El 'Estado español'

Conectando con lo anterior se pueden ir analizando otros factores como la simbología, el bilingüismo, el uso del término España o Estado español, etcétera. (Por cierto, Gil Robles sostenía que "no basta decir Estado español, porque el Estado español, que no es en definitiva otra cosa que la organización jurídica de la colectividad política, puede muy bien avenirse con el concepto catalanista de la federación de nacionalidades".)

Se propugna, por ejemplo, que en las nacionalidades se practique el bilingüismo porque es más universal y menos provinciano que el monolingüismo. Frente a eso, yo creo que es sin duda aún más universal un multilingüismo, como el que existe en Suiza, o la solución de convivencia yugoslava, o la solución de principio territorial como la belga. Todas estas propuestas son actuales, modernas y universales, pero de muy difícil realización en el marco de la actual Constitución española. ¿Por qué esa Constitución, por ejemplo, no equipara las diversas lenguas, según parece, ni en los mismos territorios de las comunidades? ¿No responde esta opción constitucional a un predominio españolista en el consenso?

Un factor poco anecdótico es el rechazo que hace aquella tesis del derecho a la autodeterminación. Es consecuente descartar aquel derecho si uno considera la actual Constitución como un punto de llegada insuperable. Digamos, de paso, que con los mismos argumentos se debería rechazar todo planteamiento auténticamente socialista, comunista o de transformación social, pues quien propugne estos objetivos no encontrará en la actual Constitución las modalidades concretas piara conseguirlos.

No tener en cuenta el nacionalismo constitucional y el españolismo puede conducir a un voluntarismo alejado de la realidad, y no hay que confundir deseos con realidades. En una democracia parlamentaria la representatividad viene expresada, entre otros indicadores, de forma decisiva por las elecciones. Y si un 46,6% de los votantes de Cataluña en las últimas elecciones autonómicas votó a Pujol (frente a un 31 % y un 5,8%, respectivamente, al PSC y al PSUC) es porque aquél consiguió mayores adhesiones y, por tanto, mayor representatividad entre la nacionalidad catalana. Y éste es el problema de la izquierda en Catalunya. Y éste es el problema socialista en las tres denominadas nacionalidades históricas: Euskadi, Galicia y Cataluña.

La pregunta elemental es por qué el PSOE va perdiendo su consolidada mayoría electoral en las elecciones autonómicas de estas nacionalidades. No sirven las razones plebiscitarias, ni el desencanto o el radicalismo de la juventud, ni argumentar sobre carismas o eslóganes. El problema es más profundo porque las derrotas electorales son expresiones de pérdidas de consenso ciudadano. Y en el combate para recuperar consenso y alcanzar la hegemonía, vale la pena recordar que las autonomías implican tres vertientes: la histórica-política (la propia de las nacionalidades), la democrática (profundizar la democratización del Estado a través de una distribución territorial del poder) y la racional administrativa (mejora de los servicios públicos). El PSOE no sabe cómo abordar la primera (interprétese el recurso del Gobierno contra el artículo 34 de la ley de Función Pública de Cataluña, por ejemplo); subestima la segunda (recuérdese los obstáculos que se ponen a la participación de las autonomías en la formación de la voluntad estatal), y no aprovecha la tercera (piénsese en la permanencia de los Gobiernos Civiles o en las duplicaciones administrativas).

Quizá porque se es consciente de la derrota en lo que se refiere a la hegemonía, alguien ha dicho que hay que acabar con aquellos nacionalismos (como otros dicen que hay que hacer una política antipujolista). Es absurdo avanzar por este camino. Se tiene que abordar la cuestión en todas sus vertientes. Sería posible hacerlo desde una perspectiva de izquierdas, sobre la base de las distintas nacionalidades, replanteándose el tema del Estado. Se trataría de superar todos los nacionalismos, comenzando por el del Estado-nación, para alcanzar niveles superiores de convivencia. Es entonces cuando se posibilitarían lecturas más autonomistas de la Constitución.

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