Editorial:

La Colombia de Virgilio Barco

UNA LARGA práctica política ha quebrado estos días en la República colombiana. Desde el acuerdo de 1956 por el que se creaba el Frente Nacional y a efectos prácticos desde las elecciones de 1958, los dos grandes partidos históricos de Colombia, el liberal y el conservador, habían venido gobernando en coalición. No solamente se establecía un turno de hecho entre las dos formaciones políticas, sino que, aun dejando que el partido vencedor formara Gobierno y ocupara la presidencia, se pactaba un programa hasta cierto punto común y se reservaba unos puestos en el Gabinete a la formación perdedora....

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UNA LARGA práctica política ha quebrado estos días en la República colombiana. Desde el acuerdo de 1956 por el que se creaba el Frente Nacional y a efectos prácticos desde las elecciones de 1958, los dos grandes partidos históricos de Colombia, el liberal y el conservador, habían venido gobernando en coalición. No solamente se establecía un turno de hecho entre las dos formaciones políticas, sino que, aun dejando que el partido vencedor formara Gobierno y ocupara la presidencia, se pactaba un programa hasta cierto punto común y se reservaba unos puestos en el Gabinete a la formación perdedora.Por primera vez desde esa fecha el partido derrotado, en este caso el conservador, se niega a ocupar las carteras que se le ofrecen y declara virtualmente concluido el pacto. Si esto significara que la democracia colombiana se considera suficientemente asentada como para no necesitar de expedientes de emergencia como el de 1956, suscrito tras los largos años de virtual guerra civil entre los dos grandes partidos que costó más de 200.000 muertos, la ruptura sería una noticia saludable. Sin embargo, nada parece hallarse más lejos de la realidad.

Los cuatro años de mandato del presidente conservador Belisario Betancur, al que el pasado día 7 de agosto ha sucedido el liberal Virgilio Barco, fueron un intento de trascender aquel pacto atacando de raíz algunos de los grandes males de la reciente historia colombiana. La multiguerra civil sostenida por no menos de cuatro importantes grupos guerrilleros era el exponente de los estrechos márgenes del juego político, casi monopolizado por liberales y conservadores, y a incorporar a la sociedad esa marginalidad en armas se dirigió la obra de Betancur.

Arrastrando tras de sí a un ejército en el mejor de los casos receloso, el líder conservador intentó ser el presidente de todos los colombianos y por un momento pareció a punto de reducir el absceso guerrillero. Dos de los cuatro grupos, entre ellos el multiclasista M- 19, llegaron a firmar la paz con su propio país. Al mismo tiempo, Betancur desmarcaba la diplomacia colombiana de su tradicional asidero norteamericano, impulsando el Grupo de Contadora para dar una solución pacífica al problema centroamericano. Por todo ello, Betancur era en sí mismo un elemento perturbador de aquel pacto, aunque su fracaso se revelara inevitable con la reanudación de la plena actividad sediciosa. El asalto de la guerrilla al Palacio de Justicia en Bogotá, en noviembre de 1985, con la espantosa carnicería en la que parece probada la participación directa del Ejército valía como aviso para un fracaso.

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De esta forma, el relevo de Betancur o la derrota del candidato conservador Álvaro Gómez por el liberal Barco en las elecciones del pasado 25 de mayo, no podía significar el mantenimiento de una situación histórica, sino el retorno a rumbos más previsibles de la política colombiana, de los que había tratado de zafarse el líder conservador.

Virgilio Barco, un hombre formado en Estados Unidos, que se siente más cómodo en la lengua de Shakespeare que en la de Cervantes, no sólo no va a mantener la comisión de paz, enlace permanente con la guerrilla, sino que ha nombrado para dirigir al organismo encargado de la rehabilitación de los grupos en disidencia armada a. Carlos Ossa, conocido crítico de Betancur y de todo lo que se pudiera interpretar como debilidad con la subversión. No será, por tanto, una política de reinserción social lo que cabe esperar en estas horas del Gobierno colombiano. De la misma forma, el nombramiento de Julio Londoño, un técnico de ministerio, para la cartera de Exteriores tampoco parece lo más sugerente para seguir apoyando los esfuerzos del Grupo de Contadora. El propio Barco se ha mostrado repetidamente partidario de acudir a las grandes instancias como la Organización de Estados Americanos (OEA) ante problemas como el centroamericano, relegando a segundo plano iniciativas más personalizadas.

En estas condiciones, que los conservadores hayan declinado la oferta de Barco parecía inevitable, por más que ello no signifique que el espíritu Betancur sea el que domina en la veterana formación política. El presidente saliente se ha distanciado del propio candidato de su partido y el movimiento conservador vive unos momentos de confusión sobre su identidad y destino que probablemente son los que mejor explican esa retirada al Aventino. Como dijo García Márquez, "después de Betancur nada será lo mismo en Colombia". Cierto, pero también hay que subrayar que si un pacto se ha roto, con ello no ha nacido precisamente una nueva era.

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