Editorial:

Después del fracaso de Fez

EL APLAZAMIENTO sine die de la cumbre de jefes de Estado árabes, que en principio debía celebrarse en Fez, y la reconciliación entre Siria y Jordania, que ha tenido su expresión más solemne con la visita a Amman del presidente Asad, indican que en el mundo árabe se están produciendo cambios. Es cierto que las rivalidades personales, los problemas de prestigio suelen ocupar un lugar no pequeño en la política árabe, y no han estado ausentes del fracaso de Fez. Sería erróneo, no obstante, ignorar las corrientes inás profundas y permanentes que se perfilan en un conjunto de países, e...

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EL APLAZAMIENTO sine die de la cumbre de jefes de Estado árabes, que en principio debía celebrarse en Fez, y la reconciliación entre Siria y Jordania, que ha tenido su expresión más solemne con la visita a Amman del presidente Asad, indican que en el mundo árabe se están produciendo cambios. Es cierto que las rivalidades personales, los problemas de prestigio suelen ocupar un lugar no pequeño en la política árabe, y no han estado ausentes del fracaso de Fez. Sería erróneo, no obstante, ignorar las corrientes inás profundas y permanentes que se perfilan en un conjunto de países, entre los cuales existen diferencias sustanciales, pero que, se esfuerzan por conservar una identidad y ciertas posiciones comunes en los problemas internacionales.La imposibilidad de reunir la cumbre de Fez refleja, en primer lugar, la negativa de una gran mayoría de los países árabes de convertir el apoyo a Libia en la causa unificadora de la Liga Árabe. De una parte, la realidad del régimen de Gaddafi es bastante atípica en el mundo árabe, y de otra, sus intentos de "fusiones" y "alianzas" se han saldado con muy pocos éxitos. Con todo, sería erróneo deducir que el impacto del bombardeo de Trípoli y Bengasi y la solidaridad manifestada respecto a Libia sean superficiales. Estados Unidos ha convertido a Gaddafi en el símbolo de la resistencia ante una agresión injusta, otorgándole así, ante millones de ciudadanos árabes, un protagonismo extraordinario. El caso tunecino es indicativo: ante el silencio del Gobierno se produjeron amplias manifestaciones contra EE UU cuyo efecto desestabilizador puede ser peligroso en una delicada situación de presucesión en la jefatura del Estado.

Otro factor del fracaso de la cumbre es, sin duda, el menor peso de la causa palestina, y sobre todo la desaparición de las perspectivas de solución. Recordemos que la última cumbre, celebrada en 1982, precisamente en Fez, fue el momento de máxima cohesión del mundo árabe en torno al plan del rey saudí Fahd para resolver la cuestión palestina; de ahí se desprendió luego el acuerdo Arafat-Hussein para permitir una negociación conjunta jordano-palestina con Israel. Europa, en su reunión de Venecia, adoptó una posición clara en favor de ese camino. Hoy las esperanzas de entonces están enterradas. A ello han contribuido la intransigencia israelí, las vacilaciones de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) y, sin duda, la ola de terrorismo, que se ha recrudecido de modo particular en los dos últimos años, movida por Estados como Siria, Libia y, sin duda, otros, interesados en hacer fracasar esa posibilidad de solución negociada.

La política de EE UU, directamente ligada a la de Israel, y sin capacidad para lograr que éste acepte soluciones moderadas, incluso en los momentos en que existían para ello posibilidades reales, ha sido decisiva en este debilitamiento del papel de los países moderados en el mundo árabe. Los ataques militares contra Gaddafi acentúan esta tendencia porque obligan a los países árabes que se han situado siempre al lado de Occidente a tomar sus distancias con respecto a EE UU. Si hoy Europa no es capaz, como empezó a hacer en 1982, de presentar una opción de diálogo que no sea la simple subordinación a los métodos de fuerza de Washington, se acentuará una evolución -ya visible en los casos de Kuwait, Jordania y otros países- a fortalecer las relaciones con la Unión Soviética. Una de las consecuencias más evidentes de esta evolución ha sido el crecimiento del peso de Siria en el mundo árabe. Las conversaciones de Amman -a raíz del fracaso de Fez- entre el rey Hussein y el presidente Asad para lograr "una posición árabe más coherente" son muy significativas. Siria obtiene con ello un reforzamiento de su posición, No se han dado a conocer noticias sobre los resultados de las largas conversaciones cara a cara del rey Hussein y del presidente Asad, pero es probable que tengan efectos a plazo más o menos largo. Pero está claro que la línea divisoria tradicional en el mundo árabe, entre países revolucionarios y moderados, pierde vigencia y que se están articulando nuevas agrupaciones de fuerzas.

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El otro peso fuerte del mundo árabe es Egipto; su expulsión de la Liga Árabe fue un factor de debilidad para ésta y un obstáculo para superar diferencias. El presidente Mubarak está haciendo una política particularmente cauta, recuperando sus relaciones árabes sin romper con Israel, estrechando sus relaciones con Europa y restableciéndolas con la URSS. No parece que Egipto tenga prisa en dar la batalla de su retorno a la Liga Árabe, cosa lógica en las presentes condiciones. Pero el peso de Egipto es ya hoy fundamental para cualquier intento de solución de los problemas de Oriente Próximo.

En relación con el terrorismo, uno de los aspectos esenciales a considerar, y que parece escapar a la visión de la Casa Blanca, es el interés directo de numerosos países árabes por acabar con él. Y más concretamente con el terrorismo de grupos como el de Abu Nidal, que han ensangrentado últimamente aviones, barcos y ciudades en el Mediterráneo y en Europa. Mubarak se esfuerza por conservar una OLP comprometida en una política negociadora, y convenció a Arafat de que firmase la declaración de El Cairo renunciando formalmente a la violencia terrorista.

Hoy el diálogo de Europa con el mundo árabe puede revestir particular importancia para defender la estabilidad en el Mediterráneo y para desarrollar una lucha inteligente contra el terrorismo. Europa ha dado pasos en Tokio que empeoran su imagen precisamente porque se ha presentado subordinada a EE UU, pero no debe renunciar asus posibilidades de diálogo y de pacificación.

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