FIN DE UNA DICTADURA

Victoria, victoria; Cory, Cory, Cory"

R. V. ENVIADO ESPECIAL, "Victoria, victoria; Cory, Cory", gritaban como alocados los manifestantes que a las nueve y media de la noche de ayer, tras el asedio al principal acceso del palacio de Malacañang, derribaban las barricadas de alambradas y atravesaban el simbólico Mendiola Bridge (el puente de Mendiola) al anunciarse que Marcos había abandonado el palacio presidencial. Se aceleraban los acontecimientos y las previsiones de la mayoría de manifestantes, que creía que el asalto pacífico sería mucho más lento y quizá penoso.

"Hay que cortar el suministro de agua, gas y luz al pa...

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R. V. ENVIADO ESPECIAL, "Victoria, victoria; Cory, Cory", gritaban como alocados los manifestantes que a las nueve y media de la noche de ayer, tras el asedio al principal acceso del palacio de Malacañang, derribaban las barricadas de alambradas y atravesaban el simbólico Mendiola Bridge (el puente de Mendiola) al anunciarse que Marcos había abandonado el palacio presidencial. Se aceleraban los acontecimientos y las previsiones de la mayoría de manifestantes, que creía que el asalto pacífico sería mucho más lento y quizá penoso.

"Hay que cortar el suministro de agua, gas y luz al palacio de Malacañang y Marcos no podrá resistir más de una semana..., está solo", decía el sacerdote Francis Beed, un padre franciscano de origen canadiense, frente a las barricadas de alambradas que protegen el acceso al simbólico puente de Mendiola, a medio kilómetro de la entrada principal del palacio presidencial filípino.

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La caída de la noche del martes, frente a las tropas de elite de la guardia presidencial que han disparado al aire varias veces antes, no asusta a los 400 manifestantes. En su mayoría son jóvenes estudiantes, militantes de BAYAN, la nueva alianza nacionalista que agrupa desde la izquierda moderada hasta los movimientos clandestinos de anarquistas o comunistas. "No pueden tirar hacia nosotros porque todos somos hermanos filipinos", decía el seminarista Elíseo Napiere, de 20 años de edad, llegado ayer a Manila desde Tagaítaí City.

"Nuestra misión es procurar que no haya disturbios entre nuestros hermanos de distintas tendencias políticas y mantener el carácter de asalto pacífico", añadió, sonriente, el joven seminarista, vestido con sotana blanca, una gran cruz de madera en el cuello, un rosario que cuelga de su bolsillo y, a pesar de la oscuridad, un típico salacot de palmera en la cabeza, "Es definitivamente el poder del pueblo, y la Iglesia está más que nunca con el pueblo", agrega su compañero de estudios, plegarias y fatigas, el padre Alfie África. Ambos pertenecen a la Orden de los Misioneros Filipinos y, terminados los estudios, esperan salir para otros países asiáticos a evangelizar al catolicismo en tierras extrañas, generalmente dominadas por otras religiones.

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