Cuatro siglos de tradición

Los bailes de máscaras, el uso generalizado de disfraces y el entierro de la sardina han sido los tres pilares básicos del carnaval madrileño durante los cuatro siglos en que se viene celebrando."El carnaval madrileño tuvo su momento de máximo esplendor en los últimos años del siglo XIX y en los primeros del XX", afirma Julio Caro Baroja, el más importante estudioso español de estas fiestas de invierno. "Era un carnaval con claras divisiones por barrios y clases sociales. La burguesía lo celebraba en los desfiles de la Castellana, de tipo italiano, en los que abundaban las mismas máscar...

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Los bailes de máscaras, el uso generalizado de disfraces y el entierro de la sardina han sido los tres pilares básicos del carnaval madrileño durante los cuatro siglos en que se viene celebrando."El carnaval madrileño tuvo su momento de máximo esplendor en los últimos años del siglo XIX y en los primeros del XX", afirma Julio Caro Baroja, el más importante estudioso español de estas fiestas de invierno. "Era un carnaval con claras divisiones por barrios y clases sociales. La burguesía lo celebraba en los desfiles de la Castellana, de tipo italiano, en los que abundaban las mismas máscaras estereotipadas que se podían ver en Colonia o Niza, los mismos pierrots y arlequines. El carnaval popular, el de los barrios, que tenía un carácter más desgarrado y rústico,un mayor aire medieval, se puede identificar con el mundo de las destrozonas y del entierro de la sardina".

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Los testimonios más antiguos del carnaval madrileño se remontan al siglo XVI, pero es en la primera mitad del XVII, en época del rey Felipe IV, cuando alcanzan su primer momento de esplendor. Según cuenta Caro Baroja en su obra El carnaval, el 28 de febrero de 1637, martes de carnestolendas, recorrió las calles de Madrid una mojiganga en que se criticaba la política del monarca y de su valido, el condeduque de Olivares. Al año siguiente, también en martes de carnaval, el rey y la corte participaron en palacio en un boda fingida en la que Olivares iba disfrazado de portero; el conde de Grajal, el conde de Villalba y el marqués de Aytona, de damas; el conde de Oropesa, de alabardero; el duque de Híjar, de gentilhombre; Jaime de Cárdenas y Francisco de Cisneros, de dueñas; la reina, de obrero mayor, y el propio rey, de ayuda de cámara.

Castillo Solórzano, Juan de Zabaleta y Mesonero Romanos son algunos escritores costumbristas que se ocuparon del carnaval madrileño. Las fiestas aparecen también en obras de ficción de Lope de Vega, Calderón, Vélez de Guevara, Ruiz de Alarcón, Coloma o Valle-Inclán. Los cuadros de Goya o de Gutiérrez Solana dan también fe de la importancia que tuvieron las carnestolendas en la villa y corte.

Arrojar salvado o harina, mantear perros y gatos, colgar de la cola de estos animales mazas, vejigas, cuernos y botes, arrojar aguas inmundas sobre los viandantes desde los balcones, apedrearse con huevos o naranjas, colgar y mantear peleles y satirizar en mojigangas el comportamiento de las autoridades públicas fueron algunos de los más frecuentes pasatiempos de carnaval de los madrileños. Algunas de estas costumbres fueron prohibidas por los alcaldes de casa y corte en Madrid en 1586 por vez primera y hasta en 40 ocasiones a lo largo de los siglos.

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Los bailes de máscaras para la burguesía se generalizaron a finales del siglo XIX. El Círculo de Bellas Artes celebró el primero de los suyos en 1891, en el teatro de la Comedia.

Los bailes se hicieron en ocasiones en casas particulares. Caro Baroja recuerda el celebrado en casa de su tío Ricardo, al que acudió disfrazado el que había de ser presidente de la República española: Manuel Azaña.

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