Editorial:

Los británicos y la libra

LA REUNIÓN del llamado grupo de los cinco, integrado por los ministros de Economía de Estados Unidos, Japón, la República Federal de Alemania, Francia y el Reino Unido, ha pasado relativamente inadvertida, contrastando el escaso eco de esta sesión con el que tuvo la última, celebrada en septiembre del pasado año y en la que se decidió una caída concertada del dólar en los mercados de cambio.El comunicado de la reunión del pasado fin de semana no puede ser más ambiguo. Se dice simplemente que se han constatado los progresos realizados desde la reunión precedente y que no debería retrocederse de...

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LA REUNIÓN del llamado grupo de los cinco, integrado por los ministros de Economía de Estados Unidos, Japón, la República Federal de Alemania, Francia y el Reino Unido, ha pasado relativamente inadvertida, contrastando el escaso eco de esta sesión con el que tuvo la última, celebrada en septiembre del pasado año y en la que se decidió una caída concertada del dólar en los mercados de cambio.El comunicado de la reunión del pasado fin de semana no puede ser más ambiguo. Se dice simplemente que se han constatado los progresos realizados desde la reunión precedente y que no debería retrocederse desde el nivel alcanzado. Dicho de otra manera: los Gobiernos intervendrán si el dólar muestra una tendencia a apreciarse. Quedan, sin embargo, dos cuestiones en el aire: la primera se refiere al límite inferior de una eventual caída del dólar, y la segunda, al nivel deseable de los tipos de interés. Es más que previsible que se haya hablado de ambas, a pesar de lo cual no ha trascendido nada hacia el exterior.

Aunque es muy difícil hablar de consenso entre los economistas, la opinión más extendida es que el dólar está sobrevalorado. Basta aducir como prueba el fuerte déficit de la balanza por cuenta corriente norteamericana, equivalente a un 3,5% del producto interior bruto. Las consecuencias de este déficit serán muy profundas y, de momento, han terminado ya con la posición acreedora de la economía norteamericana frente al mundo. Para finales de la década, algunos expertos prevén que la deuda norteamericana podría alcanzar el billón de dólares, superando entonces el endeudamiento de los países en vías de desarrollo. La única manera de evitar esta situación consiste en restablecer la competitividad de los productos norteamericanos en los mercados mundiales, y para ello es preciso que el dólar pierda una parte de su valor. El problema consiste en cómo hacerlo de manera ordenada para evitar convulsiones al sistema monetario internacional.

El segundo problema, estrechamente ligado al anterior, es el de los tipos de interés. Durante mucho tiempo se ha sostenido que para que Europa y Japón puedan tomar el relevo de la economía norteamericana como locomotoras del crecimiento económico mundial es preciso que bajen los tipos de interés reales no sólo en Europa y Japón, sino también en Estados Unidos. De no ser así, los capitales europeos seguirían fluyendo hacia Estados Unidos y sería muy difícil impedir la apreciación del dólar. Los principales mantenedores de la necesidad de una bajada de los tipos de interés han sido los japoneses y los franceses. Por su parte, los británicos se han opuesto resueltamente, utilizando como argumento las previsibles dificultades de la libra esterlina en el caso de que tal caída se produjese. Esta posición coincide con los deseos británicos de mantener un margen de independencia en la definición de su política monetaria, lo que les ha llevado hasta ahora a permanecer al margen del sistema monetario europeo.

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Cabe, sin embargo, preguntarse si la posición británica es razonable. Es indudable que una reducción concertada de los tipos de interés sería una operación compleja y no exenta de riesgos, que implicaría necesariamente una mayor coordinación de las políticas monetarias de los principales países del mundo. Las consecuencias, sin embargo, de una operación de esta naturaleza serían muy positivas, no sólo para el mundo industrializado (que vería incrementadas las posibilidades de un mayor crecimiento económico), sino también para los países en vías de desarrollo, que verían disminuir la pesada carga de su endeudamiento. No es un azar que sean Francia y Japón, países que han concedido tradicionalmente un mayor peso a los factores reales de la economía frente a los financieros, quienes han sostenido con mayor vigor la necesidad de impulsar a la baja los tipos de interés. Tampoco debe sorprendernos que el Reino Unido continúe en la línea de preferir las supuestas ventajas políticas que le proporciona el papel de la libra esterlina en el mundo frente a los inconvenientes que la defensa de una paridad discutible de su moneda ha tenido y tiene sobre su sistema productivo. Entre la prosperidad y el poder, han elegido una vez más el poder, por muy ilusorio que éste pueda parecer a quienes no pertenecemos al área de la libra.

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