LA POLÍTICA EXTERIOR NORTEAMERICANA

Una cruzada extremista con nombre falso

Si se mira la palabra conservador en el diccionario se encuentran adjetivos como precavido, moderado, prudente. Ahora piensen en lo que los originales conservadores de hoy quieren hacer con la política exterior norteamericana. Entenderán cómo una vieja tradición política se ha transformado en algo extremista y extraño.La derecha intelectual que marca la línea estos días está entusiasmada con el aventurerismo en la política exterior. Quieren luchar en las playas de Angola y en las colinas de Camboya, no porque Estados Unidos tenga intereses vitales en esas regiones, sino porque la...

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Si se mira la palabra conservador en el diccionario se encuentran adjetivos como precavido, moderado, prudente. Ahora piensen en lo que los originales conservadores de hoy quieren hacer con la política exterior norteamericana. Entenderán cómo una vieja tradición política se ha transformado en algo extremista y extraño.La derecha intelectual que marca la línea estos días está entusiasmada con el aventurerismo en la política exterior. Quieren luchar en las playas de Angola y en las colinas de Camboya, no porque Estados Unidos tenga intereses vitales en esas regiones, sino porque la ideología lo exige. Creen que Estados Unidos debe combatir el comunismo donde quiera que aparezca en el Tercer Mundo.

El alcance de este nuevo globalismo político fue explicado claramente hace unos días por el miembro de la Cámara de Representantes Jack Kemp, portaestandarte conservador de Buffalo, Nueva York. Jack Kemp sugirió derrocar no sólo al Gobierno de Angola, sino también al de Mozambique.

El conservadurismo norteamericano solía defender la precaución en las relaciones exteriores; el control de las mismas. Se oponía a las cruzadas internacionales, incluso contra una ideología tan incompatible como el comunismo. Le preocupaba someter los recursos norteamericanos a exigencias excesivas. Deseaba alcanzar unos objetivos limitados en el extranjero mediante medios estrictamente constitucionales.

'Mister conservador'

Tales eran las opiniones del senador Robert Taft, de Ohio, mister conservador, tal como se le llamaba en la década de 1950. Se opuso incluso al Tratado del Atlántico Norte en 1949 porque pensaba que comprometía a Estados Unidos en obligaciones militares impredecibles. Como estricto constitucionalista que era, se oponía a llevar adelante una guerra no declarada en Corea.

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Ahora nos encontramos en la era de los neoconservadores, que quieren que Estados Unidos intervenga en todas partes. No les preocupan los aspectos constitucionales o de otro tipo. No se puede permitir que ideas anticuadas se interpongan en el camino de la cruzada: la tradición del respeto a los Gobiernos establecidos, la aversión, profundamente arraigada, de Estados Unidos a los métodos secretos, la obligación de los presidentes de respetar la voluntad del Congreso.

Christopher Layne traza brillantemente el contraste entre esos dos modelos de conservadurismo en el número de invierno de la revista Foreign Poliey. Denomina "verdaderos conservadores" a la vieja escuela, y dice que es hora de que se reafirmen sus puntos de vista precavidos y realistas.

Según Christopher Layne, los neoconservadores- creen que la "principal amenaza a Estados Unidos es ideológica". La ausencia de una firme resolución norteamericana en cualquier parte del mundo producirá "una estampida mundial hacia el bloque soviético". Consecuentemente, los neoconservadores argumentan que Estados Unidos debe intentar hacer retroceder la ideología comunista o marxista en donde quiera que aparezca, al precio que sea.

Layne señala una ironía histórica: la filosofía de la cruzada se ha apoderado de la derecha en un momento en que es obvio que Estados Unidos no puede permitirse cruzadas exteriores ilimitadas. Cuando a Taft le preocupaban los límites de los recursos de Estados Unidos, tales límites eran amplios.

Actualmente no lo son, a la vista del enorme déficit presupuestario y de nuestra nueva condición de nación deudora.

Fuerza nacional

"La esencia de una política conservadora", concluye Layne, "consiste en preservar la fuerza nacional, economizar los recursos y aumentarlos con prudencia".

El diplomático y académico norteamericano que más ha destacado últimamente en la defensa de objetivos realistas es George Kennan.

Casualmente, Kennan publica un trabajo en el último número de Foreign Affairs, en el que resume su eterno punto de vista de que Estados Unidos debe limitar sus compromisos en el exterior a aquello que es esencial y alcanzable.

"Los norteamericanos deben superar su tendencia a la generalización", escribe, "y aprender a considerar cada caso de acuerdo con sus circunstancias. La mejor medida de estas circunstancias no reside en el atractivo de ciertos símbolos semánticos generales, sino en el efecto de la situación concreta sobre los intereses tangibles y demostrables de Estados Unidos".

No hay duda de que ésta es la forma correcta de empezar a analizar cualquier posible cruzada en el extranjero, en términos de simples intereses norteamericanos. ¿Se encuentran en peligro vidas o propiedades norteamericanas? ¿Está amenazada la estabilidad de la región? ¿Cuál será el coste de la intervención, en dólares y en daños, a otros intereses norteamericanos? ¿Qué final se prevé?

Intervenciones y complós

Las intervenciones y los complós contra los Gobiernos establecidos solían ir en contra de Estados Unidos, y se pensaba que esa era la táctica soviética. Actualmente, cuando los políticos hablan con toda tranquilidad de derrocar a Gobiernos por razones exclusivamente ideológicas, nadie frunce el ceño.

Tales tácticas siguen siendo equivocadas por lo que tienen de contrarias a los valores norteamericanos, pero además no superan la verdadera prueba conservadora de la defensa de nuestros intereses.

Anthony Lewis es periodista en The New York Times.

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