Tribuna:

Ginebra, ¿sola o con hielo?

¿Está la botella -de Ginebra- medio llena o medio vacía? Hemos entrado en un periodo de las relaciones entre EE UU y la URSS en el que se habla para seguir hablando. Podrá decirse que esa es la historia de la diplomacia, pero en esta ocasión Reagan y Gorbachov se han reunido en la cuna del protestantismo helvético para hablar sólo de seguir hablando. Esta ha sido una cumbre meteorológica; aquella de la que se deduce un cambio de clima. Y, al mismo tiempo, norteamericanos y soviéticos, disciplinadamente flanqueados por una opinión europea a la que todo lo que no sean malas noticia...

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¿Está la botella -de Ginebra- medio llena o medio vacía? Hemos entrado en un periodo de las relaciones entre EE UU y la URSS en el que se habla para seguir hablando. Podrá decirse que esa es la historia de la diplomacia, pero en esta ocasión Reagan y Gorbachov se han reunido en la cuna del protestantismo helvético para hablar sólo de seguir hablando. Esta ha sido una cumbre meteorológica; aquella de la que se deduce un cambio de clima. Y, al mismo tiempo, norteamericanos y soviéticos, disciplinadamente flanqueados por una opinión europea a la que todo lo que no sean malas noticias le parecen noticias, proclaman la importancia de una reunión de la que no se puede proclamar nada más. Se han reunido para reunirse y eso es un éxito.La devaluación del lenguaje es un via crucis cotidiano. La palabra inglesa breakthrough lo dice todo. Hace 40 años se empleaba para designar la ruptura de un frente en las Ardenas o en la corralera de Dunkerque; la reciente historia de la diplomacia la ha usado cada vez más extensivamente y en la actualidad la tenemos por todas partes, pese a que los hechos con su obstinación se encarguen de desmentirla. Se producen break-throughs en todos los órdenes de la política internacional y plus ça change, plus ça reste égal. La cumbre de Ginebra ha producido la ruptura de un clima, de algo intangible, de un tono crispado; el presidente norteamericano Reagan hablaba con acritud de la Unión Soviética; al secretario general Gorbachov le incomodaba todo lo que hacía los EE UU; después de Ginebra Reagan sigue pensando lo que pensaba en su escueta precisión y Gorbachov continua creyendo todo lo que creía, informaciones de Pravda sobre la vida norteamericana incluidas, pero los dos se miran a los ojos de una manera distinta. Hay química, ¡albricias!

La idea tradicional de cumbre implicaba la realización copiosa de unos deberes caseros; las superpotencias se visitaban durante una temporada a través de missi dominici para establecer todo aquello sobre lo que era posible llegar a algún acuerdo; esos acuerdos se anunciaban, se comprometían, se firmaban en su momento y el resultado era tangible. Cosa diferente lo que se ha visto en Ginebra. Porque en Ginebra esencialmente lo que se ha hecho es ver una cumbre. La reunión ha consistido en las imágenes de la reunión. No por casualidad sus protagonistas han sido un veterano actor de cine y un caballero todavía de buen ver que se está revelando como un genio de las relaciones públicas. Para ambos, el objetivo era el de que los vieran y se vieran. Verse, tocarse, comprobar que ambos eran reales, ángeles mansamente humanos, capaces de asentir, disentir, tender un puente de palabras, aunque traducidas, era lo esencial. Dos hombres, los más poderosos de la tierra, con un conocimiento relativamente somero del mundo exterior -cualquier cosa menos Talleyrand y Metternich, Napoleón y Alejandro I- han protagonizado una cumbre de la que ironizó Libération que la prohibición de informar había dejado la imagen quitando el sonido. No hacía falta porque no había guión para esa cumbre. El sonido era sólo sonido y no por ello menos signíficativo.

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Ginebra, ¿sola o con hielo?

Viene de la página 11Las palabras valían porque eran pronunciadas a la media distancia del interlocutor. Que existieran como palabras era mucho más importante que aquello a lo que su presunto contenido condujera, porque se sabía a donde tenía que conducir: a una nueva cumbre en la que ya se verá para que ha servido la primera. Esta ha sido, por tanto, la única y verdadera cumbre celebrada hasta la fecha entre las dos superpotencias, porque es la única cuya realización se había convertido en un fin en sí mismo. El sujeto convertido en objeto, como decía Ortega del error Berenguer, hace que ésta resulte la cumbre de las cumbres, aquella en la que el objeto de reunirse reemplaza al sujeto de las negociaciones.

La reunión de Ginebra se ha producido porque ambas partes la necesitaban. La URSS, porque nada puede perder en ella en la medida en que el reconocimiento de su igualdad estratégica con la nación más rica, poderosa y envidiada de la tierra nunca es mal negocio. EE UU, porque su presidente no podía ni quería retirarse tras su segundo mandato sin haber jugado su particular partida del póker de la paz al más alto nivel.

Reagan estaba en un impasse. Había tronado contra la Unión Soviética, había calificado al poder del Kremlin de Evil Empire pero el Imperio del Mal seguía existiendo y cualquiera que fuesen sus convicciones no le iba a declarar la guerra por tan benemérita razón; la escalada de la retórica que no puede ir acompañada de los hechos tiene indefectiblemente que llegar a sus propios límites. ¿Qué puede hacer un presidente que ha agotado el abuso del vocabulario contra un adversario que no se desvanece a fuerza de invectivas? Conversar. Ese es el necesario breakthrough de la diplomacia de Washington. Cuando uno se queda afónico hay que empezar a hablar en voz baja. La más apropiada para la conversación.

La situación de Gorbachov también tenía sus peculiaridades. Para el líder soviético era importante, en una fase de asunción del poder en la que queda todavía mucho por consolidar, obtener el respaldo internacional que sólo se consigue hablando con el hombre de Washington. La diplomacia relámpago de Gorbachov necesita al menos durante algún tiempo del movimiento continuo para demostrar que existe. Era fundamental que, mientras el líder soviético se hallara en Ginebra, el gran histórico de la diplomacia moscovita, Gromyko, visitara una fábrica en el interior de la URSS. Esas imágenes difundidas por la televisión soviética formaban parte de la cumbre por derecho propio, precisamente porque tampoco necesitaban sonido.

Entonces, ¿qué pasa? ¿Se ha vaciado la mitad superior de la botella o llenado la mitad inferior del recipiente?

El éxito de esta cumbre por antonomasia se debe a que las relaciones entre las dos potencias son relativamente autónomas de quienes las presidan. Ni había guerra fría antes de la reunión ginebrina ni tampoco ahora se han templado súbitamente los aires en la alta cordillera de estas conversaciones. La URSS intervino a fines de 1979 en Afganistán para impedir que se formara en su frontera suroriental lo que a sus ojos era un titismo asiático, y EE UU amuebla la insurrección contra el sandinismo para abortar parecida herejía en América Central. Hay una lógica implacable en ambas intervenciones que hace más difícil el comercio diplomático entre las dos superpotencias, pero que no pone al mundo más cerca o más lejos del enfrentamiento en la cumbre de lo que pudiera estarlo precedentemente. El proyecto norteamericano de guerra de las galaxias llegará o no a hacerse realidad, pero por el momento es sólo una excelente carta de negociación para Washington. Y si la URSS es la superpotencia que EE UU le concede que es, el despliegue un día de los mecanismos de Star Wars se hará en una perfecta simetría con medidas cancelatorias por parte de Moscú. Por eso, la cumbre tenía solo un gran objetivo: dar la ocasión de que se hablaran aquellos interlocutores cuyas más altas representaciones se habían ignorado durante seis años, mientras la teoría de su riguroso abrazo planetario mantenía las cosas donde estaban.

En ese equilibrio, que no desbarata esencialmente la contabilidad de uno u otro arsenal de misiles, sólo quedaba una pieza por encajar. Que los dos emperadores reanudaran un diálogo que los hechos no habían querido interrumpir. Un diálogo que ni Nicaragua ni Afganistán pueden dejar ausente, porque ambas partes tienen unas exigencias mínimas en sus propios limes imperiales, y, al mismo tiempo, están muy satisfechas de los problemas que el adversario encuentra al tratar con sus respectivas rebeliones.

La botella está medio vacía si pensamos que la cumbre ha sido convocada para inaugurar algo, y no para constatar que nada irreparable ha sucedido; y medio llena si concordamos en que los líderes equiparables de este redondo mundo se han reconcilia do, al cabo de seis años, con sus obligaciones al reanudar la vieja costumbre de reunirse. Bienvenida sea la química de las almas mientras la física de los hechos les siga forzando a conversar.

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