Niños condenados a ganarse la vida / y 2

Los chicos del algodón

Apenas una semana separa las labores de la vendimia en la provincia de Cádiz del comienzo de la recogida del algodón en la de Sevilla, en la comarca de Lebrija.

Es una temporada laboral que está indefectiblemente unida a las movilizaciones de los sindicatos campesinos en contra de la maquinización de la recogida de algodón, que provoca un menor índice de empleo de mano de obra. Las acciones de protesta han llegado a tener consecuencias de orden público, y es habitual que aparezcan grandes máquinas destruidas por los trabajadores. Sin embargo, permanece oculto el empleo infantil. No ...

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Apenas una semana separa las labores de la vendimia en la provincia de Cádiz del comienzo de la recogida del algodón en la de Sevilla, en la comarca de Lebrija.

Es una temporada laboral que está indefectiblemente unida a las movilizaciones de los sindicatos campesinos en contra de la maquinización de la recogida de algodón, que provoca un menor índice de empleo de mano de obra. Las acciones de protesta han llegado a tener consecuencias de orden público, y es habitual que aparezcan grandes máquinas destruidas por los trabajadores. Sin embargo, permanece oculto el empleo infantil. No se habla de los cientos de niños que acompañan a sus familias, en esa tarea.

Un niño vendimiador de Chiclana, preguntado sobre si le gustaba más el trabajo o el colegio, contestó: "Las dos cosas igual". En Villamartín, Bornos, Puerto Serrano y Espera, los pueblos de la sierra norte de la provincia de Cádiz, los maestros contemplan desolados sus aulas semivacías en el comienzo del curso.

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Se trata de las ausencias de los llamados niños del algodón. Cerca de 500 niños abandonan en esta época el colegio para trabajar durante casi un mes en la recogida de la flor que un día será eficaz aséptico o caro tejido.

Pero no son la únicas laborales a las que los escolares se ven abocados en la búsqueda de unos ingresos que completen la magra economía familiar. En Medina Sidonia, los niños suelen adentrarse en los cotos cercanos para recoger la ración diaria de espárragos, palmitos o tagarninas.

Otros chavales se dedican a la recogida de caracoles y tienden pequeñas trampas para pardales. Su caza será vendida luego en el pueblo y, más tarde, degustada en tabernas y mesones como pajaritos, trinchados en un alambre a guisa de pincho moruno.

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