Juan Pablo II condena las injerencias extranjeras en el continente africano

Juan Pablo II pronunció ayer ante el cuerpo diplomático acreditado en Camerún el discurso hasta ahora más importante y político de la gira que realiza actualmente por Africa. Condenó la discriminación racial, las injerencias extranjeras que "atizan las guerrillas con el sólo fin de desestabilizar" estos países, la venta de armas "que estimula a los beligerantes", la doctrina de la seguridad nacional, la tortura y las ejecuciones sin proceso. El Papa también se refirió a la deuda exterior, que calificó como "un problema demasiado pesado para las débiles fuerzas económicas de los países africano...

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Juan Pablo II pronunció ayer ante el cuerpo diplomático acreditado en Camerún el discurso hasta ahora más importante y político de la gira que realiza actualmente por Africa. Condenó la discriminación racial, las injerencias extranjeras que "atizan las guerrillas con el sólo fin de desestabilizar" estos países, la venta de armas "que estimula a los beligerantes", la doctrina de la seguridad nacional, la tortura y las ejecuciones sin proceso. El Papa también se refirió a la deuda exterior, que calificó como "un problema demasiado pesado para las débiles fuerzas económicas de los países africanos".

Juan Pablo II hizo por la mañana en un hangar del aeropuerto aún en construcción de Bamenda, la capital del noroeste, una enérgica llamada a la indisolubilidad del matrimonio y pidió una respuesta unitaria de la Iglesia de Camerún para que se apliquen en el control de natalidad sólo los métodos "naturales".En el encuentro con el cuerpo diplomático faltaba el representante de Suráfrica, país con el cual Camerún no tiene relaciones diplomáticas. El encuentro se celebró en el palacio del presidente de la república, Paul Biya. El Papa, tras haber saludado al presidente católico y recordarle que su misión será la de promover la unidad nacional y la de hacer converger todas las fuerzas hacia el desarrollo del país, se dirigió a los embajadores.

A ellos les recordó que Camerún, encrucijada difícil de razas, lenguas y religiones distintas, necesita ante todo "un gran espíritu de tolerancia y de diálogo" y afirmó refiriéndose a la Iglesia: "nadie está excluido aquí de nuestra simpatía ni de nuestro diálogo". Momentos antes, el Papa se había referido a los representantes del Islam y del mundo protestante como expresión de ecumenismo y les había hablado como pocas veces se ha visto con Juan Pablo II.

El Papa ha utilizado para hablar de diálogo, en un país donde la Iglesia católica es minoritaria y los enfrentamientos entre cristianos y musulmanes han llegado a ser en el pasado extremadamente violentos y producido un gran número de víctimas, conceptos muy diversos que suele usar donde la iglesia es claramente mayoritaria, como por ejemplo en América Latina. El Papa dijo ayer a los musulmanes, por ejemplo, que diálogo quiere decir "ser tolerantes frente a las diferencia", y también "aprender a conocer la fe de los unos de los otros superando prejuicios y malentendidos".

A los embajadores les dijo que "África tiene hambre de paz", que por eso quien ama de verdad a estas gentes "evitará soplar sobre el fuego de la violencia".

Existía una cierta curiosidad en los círculos diplomáticos y políticos por saber si Juan Pablo II iba a abordar el espinoso asunto de la deuda externa que aflige a los países africanos, y que asciende actualmente 170.000 millones de dólares (unos 28 billones de pesetas).

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Juan Pablo II tocó la cuestión y se refirió a todos los países del Tercer Mundo,. Afirmó que ellos "desean que se les ayude lealmente a resolver el complicado problema de préstamos y endeudamientos demasiado pesados a los cuales han sido empujados a precio de grandes riesgos".

El Papa pidió que los problemas de la seguridad Este-Oeste no hagan olvidar los problemas reales del Tercer Mundo. Los embajadores escuchaban con interés al Papa, que les habló en francés. A veces alguno de ellos llegó a interrumpirlo con un aplauso.

Segregación racial

Al referirse a las violaciones de los derechos humanos, Juan Pablo II volvió a abordar ayer la discriminación racial, un problema que, según el Papa, "está levantando justamente la indignación de la colectividad y de la Iglesia", y añadió: "es triste comprobar que se prolonga todavía un sistema de apartheid que, en medio de una dura represión, continúa provocando demasiadas víctimas, pisoteando el derecho humano fundamental".Después, el Papa lanzó toda una serie de declaraciones contra las detenciones arbitrarias, las condenas o ejecuciones sin proceso, la prisión por delito de opinión, la tortura y el problema de los desaparecidos. Y por último la cuestión de la llamada seguridad nacional: "Nadie niega la oportunidad de la seguridad frente a las amenazas incluso dentro de los regímenes democráticos pero lo que ocurre es que se invoca con demasiada frecuencia dicha seguridad nacional sin garantías de justicia, como si una divergencia de tipo político, fuese ya un delito".

Apoyó también Juan Pablo II el derecho a la independencia nacional de los países de África, y expresó su deseo de que dicha independencia alcance también a Namibia.

Por la mañana, Juan Pablo II, hablando durante una misa en la ciudad de Bamenda, hizo una llamada muy fuerte a la indisolubilidad del matrimonio, aunque sin pronunciar una sola vez la palabra poligamia, que es aquí un grave problema que tienen que afrontar los misioneros. El Papa defendió la indisolubilidad matrimonial y condenó el divorcio e indirectamente la poligamia, y pidió al mismo tiempo la colaboración de los obispos para que se respete en África la doctrina de la iglesia sobre el control de la natalidad, usando sólo los llamados métodos naturales y no los artificiales.

Que el problema no es fácil lo demuestra el hecho de que aquí los misioneros distribuyen en los poblados un folleto con ilustraciones para informar sobre este problema a las familias y en el que se describen, junto a los métodos naturales, los artificiales, tanto masculinos como femeninos.

Los sacerdotes de la selva que nosotros llamamos "hechiceros" habían asegurado ayer que harían llover durante la misa del Papa y, en efecto, en el momento de empezar la ceremonia aparecieron las primeras gotas de agua. Pero no duró, enseguida las nubes se fueron y salió nuevamente un sol de justicia.

Todo ello porque el día anterior, al administrar Juan Pablo II el bautismo a 10 nuevos cristianos en, la ciudad de Garona, cayó un auténtico diluvio. Y aquella agua torrencial, justo en el momento del bautismo, fue interpretada poco menos que como un milagro del "gran sacerdote" de Roma.

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