Tribuna:Una reflexión intelectual sobre la incorporación a la CEE / y 3

El reto de Europa

Lo repetiré: el ingreso en la Comunidad Económica Europea lanza sobre España un reto de carácter económico, industrial y jurídico; mas también, y con mayor alcance, otro de orden ético e intelectual. ¿Cuál puede y debe ser nuestra respuesta? En este cabo final del siglo XX, ¿qué debemos hacer nosotros para ser verdaderamente europeos y verdaderamente españoles!En aras de la brevedad, me limitaré a enunciar cinco escuetas proposiciones, cinco elementales consignas. He aquí los mandamientos de mi ambicioso y modesto pentálogo:

1. Revisar lealmente la historia que se nos ha enseñado...

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Lo repetiré: el ingreso en la Comunidad Económica Europea lanza sobre España un reto de carácter económico, industrial y jurídico; mas también, y con mayor alcance, otro de orden ético e intelectual. ¿Cuál puede y debe ser nuestra respuesta? En este cabo final del siglo XX, ¿qué debemos hacer nosotros para ser verdaderamente europeos y verdaderamente españoles!En aras de la brevedad, me limitaré a enunciar cinco escuetas proposiciones, cinco elementales consignas. He aquí los mandamientos de mi ambicioso y modesto pentálogo:

1. Revisar lealmente la historia que se nos ha enseñado a la luz de lo que hoy somos y queremos ser. Puesto que a tantos y tantos españoles nos desplacen algunos de nuestros hábitos sociales -la actitud ante el saber científico y la estimación de la guerra civil, muy en primer término-, tratemos de entender con acierto cómo esos hábitos se han producido y sepamos juzgar con rigor el hecho de su existencia. Nada de lo español debe sernos ajeno, no todo lo español debe sernos aceptable; tal habrá de ser nuestra regla. Como enseñó Ortega, el conocimiento de la historia debe servir, entre otras cosas, para no repetirla.

2. Reformar metódicamente, mediante una inteligente y tenaz labor educativa, nuestra instalación colectiva en la vida histórica. Puesto que lo que somos, tanto en lo que nos complace como en lo que nos disgusta, es ante todo consecuencia de hábitos históricamente adquiridos -con otras palabras: puesto que no es una esencial e invariable alma nacional lo que a los españoles nos ha hecho ser como hemos sido-, logremos configurarnos a nosotros mismos según lo que nuestro tiempo exige y lo que lo mejor de nosotros permita. "Llega a- ser lo que eres", dijo Píndaro. Llega a ser lo que puedes y debes ser, diremos nosotros, más conscientes que él de lo que real y verdaderamente son el hombre y la historia. Lo cual nunca podrá lograrse si la osadía, la responsabilidad y la constancia -sin responsabilidad y sin constancia nunca será eficaz la osadía- no son el cotidiano nervio moral de la conducta.

3. Enseñar a los europeos a ser verdaderos hombres de Europa. Mil veces he predicado yo a mis mas próximos discípulos nuestra obligación de ser más europeos que los que habitualmente así se llaman a sí mismos; en definitiva, la decisión de proseguir en nuestro tiempo la noble tradición española que comienza con Luis Vives y Andrés Laguna y -a través de Ortega, Ors y Madariaga- llega hasta nuestros días. Cuando Europa, oprimida entre las dos superpotencias que han salido de su seno, necesita con urgancia una renovada y oportuna afirmación de su identidad, hay que inventar para ella modos de pensar y de vivir que en el futuro le permitan ser fiel a sí misma. Lo que en su conferencia De Europa meditatio quaedam hizo Ortega entre las ruinas del Berlín de 1949.

4. Para evitar entre los europeos toda posible tentación de narcisismo -qué fácil sentirla cuando uno evoca al Dante y a Leonardo, a Descartes y Baudelaire, a Shakespeare y Newton, a Kant y Goethe-, denunciar oportuna e importunamente las graves e innegables lacras morales de la patria común: el colonialismo, el nacionalismo y el absolutismo en cualquiera de sus formas. Porque Europa, ofuscada antaño por su eminencia y mercantilizada hogaño por sus problemas internos, una y otra vez ha incumplido la primera de las reglas de su ética: el examen de la conciencia propia.

5. Mostrar eficazmente a los europeos el valor universal, tantas veces olvidado o pretendo por ellos, de todo lo que en nuestra cultura es verdaderamente valioso. España es, por supuesto, Cervantes, Velázquez, Calderón, Goya y Cajal, pero también es muchos hombres y muchas cosas que más allá de los Pirineos no se conocen o no se quieren reconocer. La consigna de españolizar a Europa, nacida como utópica y encrespada reacción nacionalista contra el menosprecio de los europeos, y cuando tan torpemente hablaban algunos de la bancarrota de la ciencia, puede y debe tener hoy una interpretación harto más razonable y hacedera.

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Tal es la respuesta al reto de Europa que propongo a mis lectores y a mí mismo me propongo. ¿Proyecto realizable? ¿Utópico arbitrismo de un pobre español que no se resigna a considerar definitivamente imposible lo que desde Feijoo y Jovellanos, y aun desde antes, tantos españoles de la mejor ley han venido deseando? Júzguelo cada cual como le plazca. Yo sólo sé que esos cinco mandamientos son y seguirán siendo la pauta de mi conducta como español europeo. Cuantas veces retorne a mi trabajo cotidiano, a ellos me atendré.

Pedro Laín Entralgo es médico y escritor. Director de la Real Academia Española.

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