Tribuna:Una reflexión intelectual sobre la incorporación de España a la CEE / 1

El déficit científico

La plena incorporación de España a las Comunidades Europeas comporta un desafío que supera la esfera de lo económico, industrial y jurídico, y se introduce de lleno en el orden ético e intelectual. Con esta consideración empieza el autor de este artículo una reflexión sobre España y Europa, en la que revisa, entre otras cuestiones, la situación de la ciencia española.

Desde que nuestro país ha sido admitido en la Comunidad Económica Europea (CEE), reiteradamente se ha hablado del reto económico, industrial y jurídico que para España constituye tal admisión. Europa, reto para España. Sin...

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La plena incorporación de España a las Comunidades Europeas comporta un desafío que supera la esfera de lo económico, industrial y jurídico, y se introduce de lleno en el orden ético e intelectual. Con esta consideración empieza el autor de este artículo una reflexión sobre España y Europa, en la que revisa, entre otras cuestiones, la situación de la ciencia española.

Desde que nuestro país ha sido admitido en la Comunidad Económica Europea (CEE), reiteradamente se ha hablado del reto económico, industrial y jurídico que para España constituye tal admisión. Europa, reto para España. Sin duda. Pero ¿sólo económico, industrial y jurídico es el reto de nuestra pertenencia a Europa? Pienso que no. Pienso que la integración en la Europa comunitaria lleva para nosotros consigo un desafío más profundo, de orden ético e intelectual. La adecuación económica, industrial y jurídica a las exigencias de la Comunidad Europea es, desde luego, importante y urgente. Más importante y fundamental que ella es, sin embargo, la plena y acabada instalación de la vida española en el conjunto de las actitudes y líneas de conducta que respecto de la vida intelectual, y por extensión respecto de la vida social, forman el suelo más central de la cultura europea ¿Por qué y cómo?Si todos los ingredientes de la cultura española tuviesen la calidad y la importancia de nuestra literatura, nuestras artes plásticas, nuestra obra colonizadora y las mejores venas de nuestra religiosidad, en modo alguno sería para nosotros reto cultural nuestra incorporación a la CEE; daríamos a ella tanto como de ella pudiéramos recibir. Pero una lamentable nota negativa de la cultura española, la exigüidad de nuestra parte en la historia de la filosofía y la historia modernas, y una dolorosa nota positiva de nuestra vida política, la excesiva apelación la guerra civil como recurso para resolver el problema de la convivencia ciudadana, hacen que no sea plena y acabada nuestra europeidad. Tal es la razón del más hondo reto que nos plantea la incorporación a la Europa económica y técnica.

¿Por qué la patria del Cantar del Mío Cid, Ramón Llull, Jorge Manrique, Ausias March, La Celestina, Luis Vives, Ignacio de Loyola, Luis de León, el Lazarillo, Vitoria, Suárez, Cervantes, Lope, Quevedo, Góngora, Velázquez y Calderón no ha dado, a la vez que ellos, científicos equirables a los Copérnico, Paracelso, Vesalio, Harvey, Fermat, Kepler, Galileo, Huygens y Newton, y filósofos como los grandes escolásticos, Descartes, Spinoza, Leibniz y Kant?

No, no voy a enfrascarme una vez más en la descripción de la polémica de la ciencia española. Aquellos a quienes interese el tema, lean dos libros excelentes y recientes, Ciencia y técnica en la sociedad española de los siglos XVI y XVII de José María López Piñero, e Historia de la ciencia española, de Juan Vernet. Me limitaré a afirmar algo en lo cual todos estarán conformes: que en España ha habido alguna ciencia moderna -bastará recordar a Caramuel, Mutis y Cajal- y que ha sido europea y valiosa la ciencia que ha habido; pero ni en cantidad ni en calidad nos satisface a los españoles exigentes lo que científicamente hemos hecho.

Una ciencia exigua

¿Por qué esa exigüidad de nuestra contribución a la historia de la ciencia moderna? Con su profunda honestidad intelectual y su gran amor al método, Cajal expuso las varias respuestas que hasta él se habían dado. La sequedad de nuestro clima y la aridez de nuestro suelo (hipótesis oligohídrica), la penuria de nuestros recursos materiales y la frecuencia de guerras inútiles (hipótesis económico-política), el rigor de nuestra Inquisición (hipótesis del fanatismo religioso) y el menosprecio del trabajo mecánico, la industria y el comercio (hipótesis del orgullo y la arrogancia de los españoles) serían, según los diversos autores, las causas principales de nuestra escasa dedicación a la ciencia. Ninguna convence enteramente a nuestro sabio, y frente a la parcial razón de todas ellas propone su hipótesis de la segregación intelectual: "A nuestro atraso", escribe, "contribuyeron indudablemente las guerras inútiles, la Inquisición, el finchado aristocratismo, la emigración a América, el desdén por el trabajo mecánico y la irreparable esterilidad de una tierra eternamente sedienta; pero... la causa culminante de nuestro atraso cultural no es otra que el enquistamiento espiritual de la Península. España es un país intelectualmente atrasado, no decadente... Nuestros males no son constitucionales, sino circunstanciales, adventicios. España no es pueblo degenerado, sino ineducado". Tesis ya implícitamente contenida en la crítica de Feijoo -antes, en las lamentaciones de Juan de Cabriada- y en el empeño educativo de Giner de los Ríos.

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No es difícil advertir que, aunque tengan alguna parte de verdad, todas las interpretaciones mencionadas,son penúltimas, todas exigen una clave interpretativa más radical. ¿Por qué España hizo las guerras que hizo, y por qué los españoles han solido vivir sus peleas internas como guerras de religión? ¿Por qué la Inquisición española fue como efectivamente fue? ¿Por qué el disidente político, religioso o intelectual ha sido tantas veces considerado como de hecho lo ha sido? ¿Por qué esa tradicional desestimación española del trabajo mecánico, y aun del trabajo a secas? ¿Por qué la "segregación intelectual" y el "enquistamiento espiritual" de que Cajal habla?

Caminando desde lo factual y obvio a lo interpretativo y discutible, mi primera respuesta puede ser ordenada en la siguiente serie de asertos:

1. Ha sido escasa nuestra contribución a la historia de la ciencia porque siempre ha sido muy escaso el interés de la sociedad española por el saber científico, y pequeño, por consiguiente, el número de los españoles consagrados a su conquista. En el sistema de intereses y prestigios de nuestra sociedad, el saber científico ha ocupado y ocupa un lugar muy secundario.

2. En las zonas rectoras de la sociedad española, tal manquedad ha llevado con frecuencia en su seno, como causa principal, una actitud de recelo o de rechazo frente a la osadía intelectual que tan imperativamente exige la conquista del saber filosófico y científico.

3. Entre los pocos que por vocación han llegado a sentirla, la osadía intelectual ha sido frecuentemente cohibida o refrenada por la acción coactiva a que conducen esos inveterados hábitos sociales.

En el ejercicio responsable de una constante y empeñada osadía intelectual tiene su nervio la historia del pensanúento, europeo desde que Europa existe; desde la Alta Edad Media. Pues bien: ¿cómo no advertir que a ella han solido oponerse los estamentos que tradicionalmente han regido nuestra sociedad?

Dos situaciones históricas verdaderamente prometedoras ha conocido en nuestra historia el cultivo de la ciencia: la segunda mitad del siglo XVIII y los 50 años que transcurren entre 1885 y 1935. Bajo Fernando VI y Carlos III, e incluso hasta la prisión de Jovellanos en el castillo de Bellver, todo hace esperar que la ciencia española logre pronto un indudable nivel europeo. La botánica, la cosmografía y la química que se hacen en España contribuyen originalmente a lo que entonces están haciendo los botánicos, los cosmógrafos y los químicos del resto de Europa. ¿Lo hacen, sin embargo, con la suficiente osadía intelectual?

En el prólogo a sus excelentes Observaciones astronómicas y físicas, Jorge Juan se confiesa copernicano, por lo cual su libro tiene dificultades con la Inquisición. Sólo un informe del jesuita P. Burriel, en el que hace ver que Jorge Juan considera el heliocentrismo no más que como una hipótesis plausible, no como una verdad de hecho, salva su libro de la prohibición, Lo cual le obliga a añadir a la segunda edición un amplio estudio preliminar, significativamente titulado Estado de la astronomía en Europa y juicio de los fundamentos sobre que se erigen los sistemas del mundo, para que sirva de guía al método en que debe recibirlos la Nación sin riesgo de su opinión y su religiosidad. Las expresiones de Jorge Juan son vehementes y amargas: "Hasta los mismos que sentenciaron a Galileo se reconocen hoy arrepentidos de haberlo hecho, y nada lo acredita tanto como la conducta de la misma Italia... ¿Será decente con esto obligar a nuestra Nación a que, después de explicar los sistemas de la filosofía newtoniana, haya que añadir: pero no se crea que esto es en contra de las Sagradas Letras? ¿Dejará de hacerse risible una Nación que tanta ceguedad mantiene?". Es evidente que la sociedad española cohibía la osadía intelectual -bien médica, por lo demás- de nuestro sabio y noble compatriota.

Falta de ambición

El déficit de osadía intelectual puede también expresarse como falta de ambición para actuar en la punta de vanguardia de la investigación científica. Hasta la generación de Cajal, ¿no han sido el retraso y la negligencia en la documentación dos de los principales defectos de nuestros hombres de ciencia? He ahí la valiosa pléyade de nuestros botánicos dieciochescos: Mutis, Quer, Gómez Ortega, Cavanilles, Zea, Hipólito Ruiz, Pavón. La obra taxonómica de todos ellos cuenta en la historia universal de la botánica; el propio Linneo hubo de reconocerlo. Pero ¿por qué los temas que entonces constituían la punta de vanguardia de la investigación botánica -sexualidad y desarrollo embrionario de las plantas, movimiento de la savia, cambios gaseosos en la fisiología del vegetal- poco o nada fueron cultivados entre nosotros? Esa deficiencia ¿no delata la escasa ambición científica y, por consiguiente, la poca osadía intelectual de nuestros botánicos? A la misma conclusión llegaríamos estudiando, ya en la víspera de nuestro tiempo, la penetración del darwinismo en España.

Nuestra sociedad, tradicionalmente instalada en lo que cree seguro, ha rechazado lo que considera peligroso, ha cohibido una y otra vez, en consecuencia, la osadía intelectual de nuestros hombres de ciencia y -hasta la súbita y pintoresca explosión del caso Cajal- no ha sabido o no ha querido incluir el saber científico en el sistema de sus intereses y prestigios. ¿Por qué?

es médico y escritor. Director de la Real Academia Española.

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