Editorial:

Llega Gaddafi

LAS CONDICIONES de la visita que el coronel Muammar el Gaddafi está realizando a Mallorca son completamente anormales. Es absurdo creer que con la expresión de visita privada se justifican los silencios, contradicciones y absurdos que han acompañado el conocimiento de la llegada del jefe del Estado libio. Las visitas privadas de personalidades de ese rango se negocian y se preparan con el mismo cuidado que las oficiales; en ciertos casos, incluso con mayor esmero. Resulta inexplicable que la opinión pública española haya conocido el hecho cuando prácticamente Gaddafi se encontraba ya en territ...

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LAS CONDICIONES de la visita que el coronel Muammar el Gaddafi está realizando a Mallorca son completamente anormales. Es absurdo creer que con la expresión de visita privada se justifican los silencios, contradicciones y absurdos que han acompañado el conocimiento de la llegada del jefe del Estado libio. Las visitas privadas de personalidades de ese rango se negocian y se preparan con el mismo cuidado que las oficiales; en ciertos casos, incluso con mayor esmero. Resulta inexplicable que la opinión pública española haya conocido el hecho cuando prácticamente Gaddafi se encontraba ya en territorio español. Y lamentable: la política exterior no es un predio privado, o no debe serlo, de los gobernantes. El secretismo es una práctica antidemocrática. Las razones de seguridad son respetables a la hora de guardar discreción. Pero son más respetables y fundamentales las exigencias y los derechos de los ciudadanos. Este circo en el que frecuentemente se convierten las relaciones entre gobernantes de diversos países no es, desde luego, privativo de España. Pero un circo mundial sigue siendo un circo.En fuentes gubernamentales españolas se empezó por decir que no se sabía nada de tal visita. La Oficina de Información Diplomática declaró que no podía decir nada del tema. El portavoz del Gobierno, señor Sotillos, aclaró que el Gobierno español "estaba informado" del viaje -¡faltaría más!-, pero que no podía añadir otra cosa. Más tarde, el presidente del Gobierno salía en avión para Mallorca con el fin de entrevistarse con el coronel Gaddafi.

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Durante toda la jornada de ayer los servicios oficiales han dado una sensación lamentable de incongruencia y confusión. Se dirá que es habilidad y secreto diplomáticos. A nosotros nos parece ridículo y demuestra un notable desprecio hacia la opinión pública, abundando en las prácticas de prepotencia a las que el Gobierno nos tiene acostumbrados. Hasta la tardía conferencia de prensa del presidente tampoco sirvió para aclarar gran cosa de esta visita que, en cualquier caso, no es un hecho baladí. Gaddafi ha hecho escasísimos viajes a Europa, es un personaje controvertido en la escena internacional, no se ha caracterizado por su amistad hacia España, y su presencia en nuestra tierra es del todo sorprendente.

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Numerosas veces la Prensa ha denunciado las facilidades que el terrorismo internacional -ETA incluida- ha obtenido en Libia de la mano del régimen de este gobernante, al que algunos tildan de lunático. Y su actividad y la de sus grupos de acción ha generado episodios tan graves como el de la Embajada libia en Londres. Por el carácter mismo de su política, que muchos asocian a esas actividades terroristas, sus desplazamientos dan lugar a interpretaciones contradictorias. Pero prescindiendo incluso de ese aspecto, la visita a España del jefe de Estado de Libia, aunque sea privada, ha tenido necesariamente un proceso de preparación. El Gobierno ha decidido, en un momento dado, aceptarla por razones determinadas y asimismo que Felipe González haga el viaje a Mallorca para celebrar una entrevista con Gaddafi. Con ello desaparece el carácter privado del viaje para dar paso a los contactos de Estado. González debe informar al Parlamento cuanto antes sobre el contenido de las conversaciones y sobre los motivos que la fundamentan. Pero mientras el portavoz del Gobierno se llamaba andana -el día que diga que sabe algo de algo quizá se rasgue el velo del templo-, se dejaba a los jefes de relaciones públicas de los hoteles que informaran a la Prensa de Mallorca de la llegada del jefe de Estado de Libia. O el Gobierno lo ha querido así, y entonces es para echarse a llorar, o se ha hecho contra la voluntad del Gobierno, y entonces es para desternillarse de risa: lo que celosos diplomáticos cifran por télex y guardan en sus cajas fuertes se cuenta con naturalidad por un conserje de un hotel de lujo.

Son, en cualquier caso, muy visibles los esfuerzos de Gaddafi, sobre todo después de su pacto de unión con Marruecos, por romper su aislamiento internacional; se entrevistó con el presidente François Mitterrand en la isla de Creta, aunque con resultados más bien negativos, ya que la retirada prometida de las tropas libias del norte de Chad no se ha llevado a efecto. Pero un acercamiento a Gaddafi por parte de España es, en las actuales circunstancias, algo que tiene que repercutir en las dañadas relaciones con Argelia y con el Frente Polisario. El coronel libio se encuentra cada vez más aislado en el mundo árabe y africano, y su interés de visitar España y de hablar con Felipe González en estos momentos es bastante obvio. Desde el punto de vista español, un intento de diálogo puede ser positivo. Pero las condiciones de sorpresa y desinformación que han rodeado las con versaciones de Mallorca dan la sensación de que han predominado en este caso los intereses libios.

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