La batalla de las reclamaciones por errores médicos

El deporte nacional de Norteamérica

Las demandas por daños y perjuicios son un deporte nacional en Estados Unidos. Los tribunales están llenos de ciudadanos que intentan pedir resarcimiento al vecino que aplastó el ficus al aparcar el coche o a la pequeña tienda de comestibles donde tropezaron contra un saliente del pavimento. Si ésta es la norma en lo cotidiano, con más razón y más beneficio probable proliferan las demandas contra la clase médica, justificadas en parte por la ausencia de una sanidad pública y de un sistema de seguridad social que cubra los posibles casos de invalidez, las bajas por accidente o las largas c...

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Las demandas por daños y perjuicios son un deporte nacional en Estados Unidos. Los tribunales están llenos de ciudadanos que intentan pedir resarcimiento al vecino que aplastó el ficus al aparcar el coche o a la pequeña tienda de comestibles donde tropezaron contra un saliente del pavimento. Si ésta es la norma en lo cotidiano, con más razón y más beneficio probable proliferan las demandas contra la clase médica, justificadas en parte por la ausencia de una sanidad pública y de un sistema de seguridad social que cubra los posibles casos de invalidez, las bajas por accidente o las largas convalecencias que pudieran atribuirse de alguna manera al tratamiento médico recibido.Esta indefensión y una larga tradición de litigio por los derechos individuales concretos ha desarrollado en el ciudadano un instinto especial que le sirve para vigilar a médicos y hospitales. Por su parte, las compañías aseguradoras privadas han edificado una red de seguros y reaseguros que protege a los profesionales de todas las posibles demandas que se les puedan plantear en el ejercicio de su profesión.

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Los norteamericanos ya no sólo piden resarcimiento a un hospital por administrar un tratamiento inadecuado, porque la jurisprudencia ha ido, poco a poco, ainpliando el campo de las posibles querellas contra los miembros de la profesión médica, hoy por hoy, uno de los grupos más vulnerables en este aspecto.

La consecuencia que está empezando a preocupar, tanto a las grandes compañías aseguradoras, como a la profesión médica, es el impacto que este fenómeno está teniendo en el encarecimiento de la medicina y en su misma práctica. Se han producido muchos casos de accidentes de menores de edad que cuando han llegado a los centros de urgencia de los hospitales no han sido atendidos por no estar acompañados de alguien que pudiera autorizar la intervención a la que deberían ser sometidos.

El encarecimiento que esta lluvia de denuncias ha provocado se debe a que, en muchos casos, los pacientes, rizando el rizo del sistema, no tratan ya de resarcirse en casos de fallos garrafales con resultado de muerte o invalidez, sino de sutiles especulaciones sobre las decisiones del cirujano, las consecuencias a medio y largo plazo de un deterrrúnado tratamiento o incluso la simple consideración de que otro método distinto al empleado podría haber sido más efectivo.

Extremo sería el caso del psiquiatra que fue acusado de seducir a su clientela, compuesta mayormente por señoras de mediana edad. Una vez descubierto su delito fue llevado a los tribunales por varias de sus pacientes, no por estupro o abusos deshonestos, sino acusado de haberles causado daño con el ejercicio de su profesión.

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