'Abortó' la contestación femimista

Abortó la manifestación organizada el martes por los colectivos feministas y homosexuales para protestar contra la visita a Canadá de Juan Pablo II. En el parque Laurier, de Montreal, se concentraron sólo un centenar de jóvenes con sus pancartas pintorescas: Los papas pasan, las mujeres permanecen, No queremos un papa en la cama, ¿Qué se oculta debajo de la sotana?

El fracaso de la contestación resaltaba aún más porque había sido convocada por, cinco organizaciones y colectivos que van desde la Izquierda Socialista al Comité de Abjuración de la Religión Católica Rom...

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Abortó la manifestación organizada el martes por los colectivos feministas y homosexuales para protestar contra la visita a Canadá de Juan Pablo II. En el parque Laurier, de Montreal, se concentraron sólo un centenar de jóvenes con sus pancartas pintorescas: Los papas pasan, las mujeres permanecen, No queremos un papa en la cama, ¿Qué se oculta debajo de la sotana?

El fracaso de la contestación resaltaba aún más porque había sido convocada por, cinco organizaciones y colectivos que van desde la Izquierda Socialista al Comité de Abjuración de la Religión Católica Romana.

Estaba prevista la participación de las feministas de inspiración católica que firmaron el manifiesto de protesta contra la visita del Papa machista, pero a última hora prefirieron abstenerse.

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Lo paradójico es que en Canadá, donde la contestación de la mujer caiólica es quizá más radical que en cualquier otra parte de la Iglesia, es precisamente donde el episcopado ha dado un mayor paso para la integración de la mujer en las estructuras eclesiásticas y donde más duramente ha condenado la discriminación de la mujer.

Baste recordar que el obispo Robert Lebel, delegado en 1980 por el episcopado canadiense en el Sínodo de Roma sobre la familia, invitó a la Iglesia públicamente "a aceptár como un hecho positivo los movimientos feministas modernos". Por su parte, el arzobispo de Quebec, Luis Albert Vachon, en el último Sínodo de 1983, llegó a decir que la Iglesia "debe reconocer nuestra apropiación machista de las instituciones eclesiásticas y de tantas realidades de la vida cristiana".

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Y la jerarquía canadiense ha pasado también, en este campo, de la palabras a los hechos. En Canadá, por ejemplo, es en el único lugar donde una mujer, MitaBeauchamps, ha sido nombrada vicaría episcopal de una di.ácesis (Valleyfield), y donde ya numerosas mujeres son cancillerals en las diócesis. Más aún, una mujer, Marguerite Clouttier, ha sido nombrada secretaria adjunta de la Conferencia Episcopal de Canadá, y una religiosa es la secretaria general del episcopado de Quebec.

Sin embargo, a las mujeres católicas canadiense no les basta esto. Quieren que se llegue a la total igualdad de derechos y que se les permita ser ordenadas sacerdotes. Piden que la Iglesia permita el control responsable de la natalidad, que no se considere el divorcio como incompatible para seguir recibiendo los sacramentos, que se puedan volver a casar por la Iglesia los dívorciados, que se acepten las relaciones prematrimoniales si están encaminadas a una seria preparación para un empeño matrimonial. Y, por fin, que se separe la actividad sexual propiamente dicha de la acción procreativa, por considerar que la sexualidad tiene por sí misma ya una dignidad propia como diálogo profundo entre dos personas.

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