Tribuna:

El capitalismo real

La reciente y rotunda negativa de los grandes bancos norteamericanos a prorrogar el pago de la deuda argentina, así como el rechazo de Estados Unidos al texto de la resolución final que proponían los países pobres en la Conferencia de Viena, han puesto en evidencia, con su implacable realismo, la actitud de profundo desdén que el gran capital siente ante las necesidades y los reclamos del Tercer Mundo. La fórmula es tan sencilla que podría programarse en siete capítulos: 1. Si los países subdesarrollados son gobernados por dictaduras militares, la gran banca los estimula a que acepten c...

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La reciente y rotunda negativa de los grandes bancos norteamericanos a prorrogar el pago de la deuda argentina, así como el rechazo de Estados Unidos al texto de la resolución final que proponían los países pobres en la Conferencia de Viena, han puesto en evidencia, con su implacable realismo, la actitud de profundo desdén que el gran capital siente ante las necesidades y los reclamos del Tercer Mundo. La fórmula es tan sencilla que podría programarse en siete capítulos: 1. Si los países subdesarrollados son gobernados por dictaduras militares, la gran banca los estimula a que acepten créditos millonarios con intereses leoninos, gozosamente aceptados por los Martínez de Hoz o sus equivalentes. 2. Como las respectivas economías (generalmente inspiradas en la escuela monetarista de Milton Friedrnan) se desgastan en el caos, la incompetencia, el desnivel social y la entrega de la soberanía, tarde o temprano llega el momento en que las dictaduras no tienen otro remedio que entregar el poder a gobiernos civiles, democráticamente electos. 3. Entonces, sólo entonces, la banca norteamericana se vuelve implacable, a través del Fondo Monetario Internacional impone brutales sacrificios a los sectores populares, niega prórrogas o renovaciones de préstamos, y en definitiva pone a los Gobiernos democráticos ante una gran disyuntiva (abdicación o entrega incondicional). 4. Como es previsible, el malestar social sube de tono y comienza el consabido ciclo de huelgas, represión, más huelgas, más represión. 5. Los sectores ultra reaccionarios, que no estaban vencidos sino agazapados, salen eufóricos de sus madrigueras para reclamar a voz en cuello la mano fuerte que rescate y tutele la patria. 6. Con su tradicional espíritu de sacrificio, la convocada mano fuerte accede, sable en mano, a ocuparse del rescate y la tutela. 7. Sálvese quien pueda.Se escribe mucho sobre y contra el socialismo real, o sea, el de los países del Este. Creo que el término fue acuñado, hace ya bastantes años, por la ultraizquierda italiana; pese a ese origen, los comentaristas occidentales lo usan insistentemente cuando se trata de enumerar las eventuales carencias de los países socialistas: falta de libertades, censura de prensa, limitaciones del partido único, arte panfletario, etcétera. Por supuesto, en la nómina se omiten los evidentes logros: campañas masivas de alfabetización, alto índice de salud y seguridad social, planificación de la vivienda, distribución equitativa de la riqueza, ausencia de parados, etcétera.

Existe un socialismo real, ya lo sabemos, pero ¿acaso no existe también un capitalismo real? Kissinger acuñó un término, la Realpolítik, y trató de convencernos de que con ello designaba el crudo realismo aplicado a la política. Hoy Kissinger emplea un lenguaje más flexible, oportunista y ambiguo para hablar de las crisis de la OTAN o el controvertido despliegue de los euromisiles, pero en los tiempos en que desarrollaba su Realpolitik, y como paso previo a la insólita obtención del Nobel, estuvo implicado (como se sabe, el dato proviene de fuentes norteamericanas) en la caída del presidente socialista Salvador Allende. Ésa fue una demostración de los presupuestos éticos del capitalismo real, o sea, algo que podríamos definir como "el crudo realismo aplicado a la expansión y defensa del capital".

Es posible que la democracia constituya, aun con sus carencias y malentendidos, el sistema social y político más adecuado al desarrollo del hombre. Pero cuando en el subsuelo de la democracia actúa, corrompe y se expande el capitalismo real, el sistema puede teñirse de una flagrante injusticia. Hay formas larvales de capitalismo que pueden ser seductoras; aun para sectores progresistas: la pequeña industria, el minifundio rural, el taller vocacional, etcétera. También hay formas de socialismo que pueden ser seductoras aun para capas reaccionarias, verbigracia: las cooperativas o las empresas autogestionarias, siempre y cuando sean organizadas y encauzadas como una parodia capitalista y no como un proyecto de acción comunitaria.

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Así como hubo un socialismo utópico (Saint Simon, Fourier, Owen, etcétera), también existió un virtual capitalismo utópico, aunque nadie osara bautizarlo con un apelativo tan antiutilitario, y Ramón Tamames llega a preguntarse si Boulding y Heilbroner, con su teoría sobre los límites del crecimiento económico, no propusieron, al final de los años sesenta, también una utopía. Lo cierto es que las variantes modestas o los embriones utópicos de capitalismo acaban normalmente siendo succionados, desajustados o desvirtuados siempre que se colocan (o simplemente aparecen) en la mira de los grandes monopolios o de las transnacionales. El gran capital no sólo saca partido de la clase trabajadora o de la faena individual; también se aprovecha de las pequeñas empresas y las industrias artesanales, ya que unas y otras generalmente terminan por ser absorbidas, fagocitadas o simplemente deshechas. Con la exitosa y bien probada fórmula de que el pez grande engulle al pequeño, el capitalismo real suele nutrirse del capitalismo irreal o simplemente ingenuo. La célebre, imagen del self-made-man sólo tiene cabida y sentido en ese contexto cuando el hombre que se hace a sí mismo, o hijo de sus propias obras, deja cortedades y escrúpulos en el camino, y pega el salto del mini al macro capital.

Aun con todos los traspiés y deformaciones posibles, el socialismo real tiene un evidente entramado de justicia. Un entramado que, naturalmente, es asimismo ideología. Cuando las debilidades o torpezas del hombre desvirtúan o traicionan aquella estructura, también están lesionando el sostén ideológico. Es claro que el socialismo no sólo es desvirtuado cuando alquien, desde el poder, cae en la tentación de cercenar las libertades ciudadanas; también es desvirtuado cuando se tiñe de capitalismo o es seducido por la voceada eficacia de la derecha o se resigna a aplicar los métodos que ésta propugna y llevan a un pragmatismo que empieza siendo contante y sonante y acaba convirtiéndose en intransigente y despiadado.

El capitalismo real, por su parte, aun con todas sus seducciones y ternezas, se basa en una trama de injusticia. La injusticia es de algún modo su raíz y su fundamento. ¿Qué es en definitiva la. plusvalía sino el seudónimo moderno de la explotación y en algunos casos del simple saqueo? Por otra parte, las variantes del bienestar que razonablemente se conquistan a través del dinero y que, como es lógico, atraen al hombre y a la mujer corrientes, son hábilmente usadas por los psicólogos de la publicidad, no sólo para colocar ventajosamente un determinado producto en el mercado, sino también para acrecentar la fascinación del dinero como tal. Como el Big Brother de Orwell, el capitalismo real tutela, encauza y vigila nuestras vidas de consumidores potenciales. Con la misma capacidad de persuasión que nos ofrece el cigarrillo que horadará nuestros pulmones, también nos vende las maravillas de la OTAN, tal vez su negocio más próspero. Del self-made-man al self-spoiledman: del hombre que se hace a sí mismo al hombre que a sí mismo se aniquila. Pese a que los devotos del capitalismo nos lo presentan con maquillajes liberales, democráticos, progresistas, y aunque en realidad hay prólogos, márgenes y gradaciones del dinero que pueden ser justos y compensadores, el capitalismo, hasta en sus etapas y matices más suaves, lleva en sí mismo su vocación de abuso. Un patriarca del pensamiento latinoamericano, el mexicano Jesús Silva Herzog, escribía en 1948 que la democracia capitalista había creado "la economía de la abundancia para los pocos y la escasez para los muchos. El lucro ha sido su finalidad suprema, su finalidad sin fin, y para conseguirlo no se han detenido los oligarcas ante ningún estímulo material ni ante ningún principio moral". Y el muy cristiano Berdiaeff, que moría ese mismo año, había opinado de modo aún más incisivo, "Todo el sistema económico del capitalismo es el retoño de una concupiscencia devoradora y destructora".

Si tales juicios podían emitirse (y se trata de pensadores no marxistas) en la primera mitad de este siglo, ¿qué dictámenes y pronósticos cabría emitir hoy, ante la cerrada, intransigente actitud norteamericana en la IV Conferencia de Naciones Unidades, celebrada recientemente en Viena, a fin de establecer las ayudas para el desarrollo del Tercer Mundo? Ya nadie pone en duda que Estados Unidos financia su imponente déficit presupuestario con el servicio de la deuda de los países pobres, y hay quien prevé que la próxima broma sutil del presidente Reagan será declarar (y hasta puede que con el tácito amén del Vaticano) abolida para siempre la inquietante parábola (Mat. 19:24) del camello, el rico, el ojo de la aguja y el reino de los cielos.

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