Entrevista:

Beatriz Guido

La narradora de la decadencia de la burguesía argentina que se unió al cineasta Torre Nilsson ocupa un cargo diplomático en Madrid

Sus personajes son decadentes; su entorno, refinado. Familias que se aman o se desmoronan con desdén, estancias suntuosas repletas de ángeles barrocos, fantasmas íntimos teñidos de citas mitológicas. Un estilo de vida arrogante, culto, europeo, que no siempre podría identificarse con Latinoamérica e incluso Argentina, si no fuera por la omnipresencia de ese antiperonismo feroz, sin redención posible, que obsesiona a Beatriz Guido. La casa del Ángel o El incendio y las vísperas reflejan esa imposible nostalgia preperorfista, la putrefacción del paraíso. Hija de un arquitecto y de una actriz de ...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte

Sus personajes son decadentes; su entorno, refinado. Familias que se aman o se desmoronan con desdén, estancias suntuosas repletas de ángeles barrocos, fantasmas íntimos teñidos de citas mitológicas. Un estilo de vida arrogante, culto, europeo, que no siempre podría identificarse con Latinoamérica e incluso Argentina, si no fuera por la omnipresencia de ese antiperonismo feroz, sin redención posible, que obsesiona a Beatriz Guido. La casa del Ángel o El incendio y las vísperas reflejan esa imposible nostalgia preperorfista, la putrefacción del paraíso. Hija de un arquitecto y de una actriz de teatro de clase alta, Beatriz Guido reverencia a "la aristócracia del talento", esa burguesía intelectual, próxima al radicalismo, en la que creció. Su unión sentimental con Torre Nilsson tuvo también connotaciones creativas: Guido adaptó sus novelas al cine y Torre Nilsson las incorporó a sus filmes.

Beatriz Guido agradece a su padre su interés en alimentar la fantasía de su hija. "Fui a un colegio de monjas porque mi padre pensó que la liturgia y el boato enriquecerían mi imaginación más que la laica que daban unas maestras completamente liberales y donde mi propio padre daba clases. Pero en casa el ambiente era absolutamente liberal". La pasión política nació temprana, paralela a la literaria. Su casa, una hermosa quinta, no estaba muy alejada de las fábricas y a Beatriz le gustaba observar desde una ventana los trajines y sudores de los obreros, aunque en sus novelas la clase obrera sea algo ajeno, vislumbrado con ojos de naturalista, desde arriba. Su entorno está más cerca de los radicales o liberales elitistas que se escondían en su casa en tiempos de persecuciones y que nunca aceptaron el justicialismo. Su crítica más feroz se refiere a esa burguesía terrateniente y ganadera, absolutamente decadente, que pactó con el peronismo. Aunque también se aventura en la autocrítica: "Un liberal es un fascista asustado", dice uno de sus personajes acusándola a ella misma."El peronismo, y más tarde la dictadura, las torturas y la guerra", afirma Guido haciendo desencadenar la historia reciente de su país a partir de Perón, "han sido un temblor muy fuerte para nosotros. Nos creíamos en nuestra torre de marfil, diferentes de Latinoamérica. Ahora sabemos, para bien o para mal, que somos Latinoamérica".

Beatriz Guido mantiene, a sus 60 años, una cara de rasgos in,fantiles en perpetua pugna con su propensión a la redondez, instalada insolentemente con los años. Su voz melosa, de timbre acariciante, no oculta un lado prepotente en una mujer acostumbrada a imponerse y a hacer su voluntad, bien sea por la vía encantadora de la persuasión o por la senda directa de la autoridad.

Posa espléndida ante el fotógrafo, encantado ante la colaboración de la escritora, ahora agregada cultural de la Embajada argentina en Madrid. Han sido muchos los años que Beatriz Guido ha pasado entre actores, escribiendo en los sets, asistiendo a rodajes, acompañando a Leopoldo a los festivales de cine. La pareja se conoció a través de Ernesto Sábato, cuando Leopoldo Torre Nilsson preparaba el rodaje de El túnel. A la afinidad amorosa se añadió una colaboración profesional enriquecedora. La mayor parte de las películas de Torre Nilsson, realizadas tras su encuentro, están escritas por Guido. Ambos vivieron varios años en un piso madrileño. Tras la muerte de Leopoldo, la escritora volvió a Madrid para escribir sus ultimas novelas. "Mi relación con Leopoldo fue una lotería. No hubiera aceptado convivir con un hombre que me impidiera escribir, que se encelara con la literatura". Se enternece cuando confiesa que quiso tener un hijo. "No me quedaba encinta y cuando me quedé lo perdí". Se consuela recordando a Simone de Beauvoir, que renunció a los hijos por la creación. "Existe cierta incompatibilidad sentimental entre la entrega a la literatura y ser madre".

Archivado En