Editorial:

El interminable conflicto irlandés

NO ES frecuente que un ministro en ejercicio reconozca los errores de su departamento. Por eso es bastante sorprendente que James Prior, ministro encargado de los asuntos de Irlanda del Norte en eI Gobierno de la señora Thatcher, haya declarado estos días que fue un error prohibir la entrada en el Reino Unido del abogado de Nueva York Martin Galvin, uno de los activistas en la recogida de fondos en EE UU para sostener la lucha del Ejército Republicano Irlandés (IRA); y que fue asimismo un error de la policía el haber utilizado balas de plástico para reprimir la manifestación que tuvo lugar el ...

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NO ES frecuente que un ministro en ejercicio reconozca los errores de su departamento. Por eso es bastante sorprendente que James Prior, ministro encargado de los asuntos de Irlanda del Norte en eI Gobierno de la señora Thatcher, haya declarado estos días que fue un error prohibir la entrada en el Reino Unido del abogado de Nueva York Martin Galvin, uno de los activistas en la recogida de fondos en EE UU para sostener la lucha del Ejército Republicano Irlandés (IRA); y que fue asimismo un error de la policía el haber utilizado balas de plástico para reprimir la manifestación que tuvo lugar el domingo pasado en Belfast. Lo cierto es que la policía del Ulster -Royal Constabulary Force (RUC)- actuó en esa ocasión con una brutalidad extraordinaria, en un esfuerzo absurdo, e inútil, por detener al citado ciudadano norteamericano que se encontraba en la tribuna acompañado de dirigentes del Sinn Fein, la rama política del IRA. La policía disparó contra una masa de varios miles de personas, entre ellas muchas mujeres y niños, y causó la muerte de un joven de 22 años y numerosos heridos. En los días que siguieron a esos acontecimientos, grandes manifestaciones de duelo se han sucedido en los barrios católicos de varias ciudades del Ulster. El Gobierno de Dublín ha protestado ante el Gobierno británico. Ha surgido así, una vez más, una situación de tensión en torno a Irlanda del Norte, que conmueve a amplios sectores de la opinión. La sinceridad autocrítica de Prior ha sido quizá estimulada por el hecho de que le queda poco tiempo en su cargo: todos los comentarios dan por segura su salida del ejecutivo en breve plazo. Pero en todo, caso, sus declaraciones reconocen dos realidades que conviene no olvidar cuando se reflexiona sobre el problema irlandés: en primer término, es absurdo confiar en el cese de la solidaridad de Norteamérica, donde viven quince millones de irlandeses, muchos de los cuales ven en el IRA la continuación de las tradiciones del nacionalismo irlandés del siglo pasado; por otro lado, una política basada exclusivamente en la aplicación de métodos policiacos y represivos no permite resolver un problema complejo, no sólo político, sino cultural, religioso, como el de la imprescindible convivencia en Irlanda del Norte de una mayoría protestante, que quiere seguir protegida por el Gobierno de Westminster, y una minoría, pero muy numerosa, católica, que se siente por encima de todo irlandesa y que aspira lógicamente a integrarse en la República. de Irlanda.En este orden, los fracasos y errores de la señora Thatcher no han sido sino la última fase de degradación de la política que se ha venido aplicando desde Londres, y en la que también los laboristas han asumido, en diversas etapas, graves responsabilidades. Fue en 1969, sien do Harold Wilson primer ministro, cuando se tomó la decisión de enviar unidades del Ejército británico al Ulster. Oficialmente, se trataba de impedir los choques armados entre las dos comunidades, y ciertos sectores católicos acogieron incluso con favor a los soldados ingleses. Pronto se desvanecieron las ilusiones. La realidad es que, desde la partición de la isla en 1920, los quince años transcurridos entre 1969 y la actualidad re presentan el período más mortífero y sangriento: se han producido más de 2.300 muertes (lo que, proporcional mente a la población, significaría unos 56.000 en España) y más de 24.000 heridos y lesionados. No hay familia en el Ulster qué no haya sido afectada, de una u otra forma, por la violencia.

La predisposición a la tolerancia y al compromiso, que se suele considerar típica del carácter británico, siempre ha quedado desmentida en el caso de Irlanda; ya ocurrió así en el siglo pasado. En la etapa actual, él primer intento serio de buscar una solución basada en la tolerancia y el compromiso, una fórmula política superadora de la violencia y de la incompatibilidad entre las dos comunidades, ha partido no de Londres, sino de Dublín. Cuatro partidos nacionalistas, tres de la República de Irlanda (Fianna Fail, Fine Gael y el laborista) y uno del Ulster (el partido socialdemócrata y laborista), crearon un Foro para la Nueva Irlanda que ha estudiado durante un fío diversas fórmulas políticas, con sus aspectos económicos y culturales, susceptibles de garantizar la seguridad, la convivencia, los derechos humanos de las dos comunidades que constituyen Irlanda del Norte. El resultado ha sido un informe muy completo, hecho público el pasado mes de mayo. En él se contemplan diversas posibilidades, desde la federal o confederal hasta otras más complejas y originales, como la de una autoridad conjunta a través de la cual los Gobiernos de Londres y Dublín podrían colaborar en la solución de los problemas. Ello garantizaría que "las dos tradiciones del norte de Irlanda se hallarían en condiciones de igualdad"...". No habría disminución del carácter británico de la población unionista. Sería a todas luces una fórmula "sin precedentes" para asumir una realidad extraordinariamente peculiar, configurada por la historia. Comparando con la tradición del nacionalismo irlandés, el informe del foro, conservando la visión global del problema, lo que no carece de lógica, supera, sin embargo, la idea simplista de la integración del Norte en la República de Irlanda. Es obvio que ello abría caminos nuevos que el Gobierno Thatcher no ha sabido valorar. La actitud negativa adoptada por Westminster, a pesar de las insistencias de Dublín para iniciar una discusión sobre las ideas del foro, o incluso sobre otras propuestas que pudiese hacer el Gobierno británico, es sin duda una de las causas del actual agravamiento de la situación. La única reacción del Gobierno Thatcher fue aconsejar a los partidos del Ulster que estudien entre sí eventuales soluciones. Era una manera indirecta de rechazar las propuestas del foro. Londres despreció una ocasión que se le ofrecía de salir del círculo vicioso.

Diversos factores van a influir sobre la reorganización del Gobierno de la señora Thatcher, que se espera para después del verano. Uno de ellos será sin duda la situación social, que se ha complicado bastante a consecuencia de la huelga minera. Pero otro factor de desgaste del Gobierno Thatcher es a todas luces su política miope sobre el problema irlandés; conflicto interminable, pero que se agrava en una etapa en que podría mejorar; talón de Aquiles de siempre de la democracia británica.

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