La alegría del que ríe último

A primera hora de la mañana de ayer todo eran caras largas entre los directivos de Loewe que llegaban a su puesto de trabajo en los pisos superiores de la elegante tienda de Serrano, en la madrileña plaza de Colón. A las tres de la tarde se brindaba con champaña. El propio Louis Urvois había dejado ayer su hotel en el paseo de la Castellana madrileña y en el que se encontraba alojado el lunes, día 30.La risa va por barrios, asegura el refrán, y otro tanto ocurre con el llanto. La adjudicación de Loewe ha conocido tales alternativas durante el pasado mes de julio que los miembros de las dos ofe...

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A primera hora de la mañana de ayer todo eran caras largas entre los directivos de Loewe que llegaban a su puesto de trabajo en los pisos superiores de la elegante tienda de Serrano, en la madrileña plaza de Colón. A las tres de la tarde se brindaba con champaña. El propio Louis Urvois había dejado ayer su hotel en el paseo de la Castellana madrileña y en el que se encontraba alojado el lunes, día 30.La risa va por barrios, asegura el refrán, y otro tanto ocurre con el llanto. La adjudicación de Loewe ha conocido tales alternativas durante el pasado mes de julio que los miembros de las dos ofertas -Jaeger y Urvois-Spínola- han tenido ocasión, diacrónicamente, de entregarse a la mayor de las alegrías y a la más profunda de las depresiones. La pugna por Loewe ha revestido además tintes de tragedia personal. Para Urvois, porque había cruzado el punto de no retorno con la empresa para la que hasta ahora ha trabajado, Estee Lauder. Para los cuatro directivos de Loewe, porque un triunfo de Jaeger les hubiera puesto de patitas en la calle.

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La guerra Loewe ha venido amenizada, además, por el enfrentamiento entre los dos Loewe, padre e hijo. El padre, Enrique Loewe Knappe, presidente de la empresa durante 33 años, porque de forma altruista ha hecho campaña en favor de la solución Jaeger, convencido de que era la única fórmula para asegurar la supervivencia de la marca de sus sueños, lejos de unas manos de las que gerencialmente desconfia. El hijo, parte importante en la oferta contraria, que no se habla con el padre, a quien acusa de pretender un nuevo protagonismo que ya no le corresponde.

"Mi ideal sería ahora luchar juntos por sacar adelante la empresa, si es que me dejan", aseguraba ayer Loewe Knappe, "pero a mí me espera un camino de humillaciones. Me han dejado fuera de su oferta, a mí que he hecho el nombre Loewe después de 50 años de duro trabajo".

Ambas ofertas han movido con pasión los hilos de las relaciones públicas, en una tarea de lobby muy a la americana. En mayo pasado, Isabel Preysler, marquesa de Griñón, viajó a Nueva York ínvitada por Loewe para visitar la impresionante -también por el volumen de sus pérdidas- tien da en las Trump Towers, un viaje en el que se invirtieron muchos wiles de dólares.

Los escoceses, por su parte, amagaron tras el 11 de julio con solicitar un -a investigación oficial sobre las condiciones de adjudicación a Urvois-Spínola. "Las presiones de los británicos no han sido bien consideradas". Los Urvois-Spinola han sido más elegantes, asunto fácil teniendo algún que otro abogado dentro de la propia Comisión.

El 19 de junio, más relaciones públicas, el superministro Boyer asistió a una cena social celebrada en casa de Enrique Loewe, hijo, con casi una cuarentena de invitados, para homenajear al rector de la universidad de Nueva York, mister Brademas, un reputado hispanista. A la cena asistieron también los marqueses de Griñón.

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