La lucecita del Kremlin

El período Chernenko -aún no sabemos si época o simplemente transición- se abre con un distanciamiento de los modos ornamentales del tiempo Andropov, pero también del barroquismo campesino de la era Breznev.Yuri Andropov quería gobernar desde un eficaz anonimato, hecho de horror al ditirambo y discreción de mausoleo; Leonid Breznev pretendía que el ciudadano se sumara a un largo brindis de vodka y de jactancia; Konstantín Chernenko prefiere un cierto fasto comedido, el paternalismo esforzado de quien se deja adular mientras mira distraídamente al cielorraso.

Andropov no tenía esposa ni ...

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El período Chernenko -aún no sabemos si época o simplemente transición- se abre con un distanciamiento de los modos ornamentales del tiempo Andropov, pero también del barroquismo campesino de la era Breznev.Yuri Andropov quería gobernar desde un eficaz anonimato, hecho de horror al ditirambo y discreción de mausoleo; Leonid Breznev pretendía que el ciudadano se sumara a un largo brindis de vodka y de jactancia; Konstantín Chernenko prefiere un cierto fasto comedido, el paternalismo esforzado de quien se deja adular mientras mira distraídamente al cielorraso.

Andropov no tenía esposa ni hijos a la vista, hasta el punto de que la Prensa occidental llegara a adjudicarle la viudez en la víspera de que fuera su mujer quien enviudase; Breznev desbordaba familiares tan bien situados como escasamente inmunes al escándalo; Chernenko se deja fotografiar junto a una prudente parentela y ha invitado a una reciente recepción a la esposa y a la hija de su antiguo protector Leonid, en un gesto que en el braille de la política soviética cobra todo su significado.

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Mientras el nuevo líder de la URSS se atropella entre accesos de algún asma profundísima cuando se dirige a la nación, discretos funcionarios aseguran al visitante occidental que es únicamente un pudor y una modestia innatos lo que le roba el aliento llenando de puntos suspensivos su discurso. El rumor de enfermedades es igualmente descartado con la tranquila confianza de quien sabe que el líder no ha estado encamado un solo día al paso de los años.

El nuevo estilo del anciano jefe parece acreditar la idea de que mientras el súbdito reposa, un lejano rectángulo de luz brilla tenaz en un vitral del palacio-fortaleza moscovita, seguro, afable, buscando más el respeto que el temor, muy dado al apaciguamiento, en una línea intermedia entre el rigor y el compadreo.

Un tiempo el de Chernenko que quisiera detener el tiempo. No una era glacial, sino un suave calorcillo que adormece mientras se enseñan tácticamente los dientes a la gran potencia americana y se señala a Europa la grata conveniencia de desoír el murmullo del susto nuclear. Todo será que el tiempo, rebelde a un permanente estancamiento, haga realidad un día la afirmación de Galileo: "Y, sin embargo, se mueve". Incluso en la Unión Soviética.

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