Tribuna:

La elipse

11, miércoles

Me llaman para unas jornadas culturales de homenaje: de Madrid a Goya o de Goya a Madrid, que no me aclaro bien del orden de factores. Madrid no es sino un reduccionismo de Goya. Hizo tapices en la Real Fábrica porque le metió su pariente, Bayeu, hizo cartones y costumbrismos madrileños, por liberarse o por liberarnos. Pero hay en él -ya que no queremos salir de Goya- un Madrid de "tortilla de patata" y un Madrid negro. Cuidado. Goya es un europeísta, un afrancesado, un hombre que restalla el látigo sobre los caballos, como si fuera su firma, hasta- París, pero se qued...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte

11, miércoles

Me llaman para unas jornadas culturales de homenaje: de Madrid a Goya o de Goya a Madrid, que no me aclaro bien del orden de factores. Madrid no es sino un reduccionismo de Goya. Hizo tapices en la Real Fábrica porque le metió su pariente, Bayeu, hizo cartones y costumbrismos madrileños, por liberarse o por liberarnos. Pero hay en él -ya que no queremos salir de Goya- un Madrid de "tortilla de patata" y un Madrid negro. Cuidado. Goya es un europeísta, un afrancesado, un hombre que restalla el látigo sobre los caballos, como si fuera su firma, hasta- París, pero se queda en Burdeos. Goya, más que de Madrid, huye de su Madrid, del Madrid que él ha creado. No escapa de una ciudad, sino de un tapiz. Escapa del tópico dominical, artesano, aplaciente y orfeónico de la gallina ciega. De un pueblo que todavía no está compuesto de citoyens, sino de artesanos. Que todavía es más gremial que proletarial. Antes de la España negra, que ya es el regoyismo del goyismo, Goya hace el Madrid negro, en sus planchas, aguafuertes, trabajando dentro de la negrura crítica de su alma/tórculo.

Reducir a don Francisco a un Madrid municipal y regularmente espeso es traicionarle. No debemos caer en eso. Él, según lema de Artaud, tan posterior, "huye lo claro por aclarar lo oscuro", y lo aclara mediante el farol del criado, que le ilumina los Fusilamientos. Goya crea una humanidad lastrada, degradante y fornicante, y la aloja en sus pinturas negras, en la sombra celestina del Prado y en la Quinta del Sordo. Madrid negro/ Goya que sacó Buero en una función. No dejemos a Goya (estos días hay peligro) en un calendario madrileño.

13, viernes

Voy a un pase de la moda de la piel. A lo que más se parece este fin de siglo es al anterior. Piel, cuero y lencería fina sobre un lacónico cuerpo de mujer joven. Cuando Orwell creía que 1984 estaría entre las estrellas y el colectivismo, resulta que hemos pegado el gran salto adelante hacia atrás que nos deja en Sacher-Masoch y su Venus de las pieles. Sacher-Masoch, ese Sade menor. Ni siquiera tiene impulso, ya, este siglo agobiado de misiles, para llegar hasta Donato Amadeo Francisco, marqués de. La moda femenina vuelve a ser violenta, viene siéndolo desde hace algún tiempo, y hay como un sutil fascismo vaginal en lo que fuera -tiempos/tiempos- el eterno femenino. Las pieles (ecologismos aparte y focas numeradas en rojo para que no las maten los peleteros) no visten el cuerpo de la mujer, que tiene tanta vocación de desnudo. (Los médicos registran gran número de mujeres que se desnudan inexplicablemente, entre las alienadas.) Las pieles (fue el único acierto de aquel militar erotómano que dio su apellido al masoquismo) se despegan de la piel. De ahí su erotismo. El cuero macho, sobre el cuerpo de la mujer, halaga la homosexualidad latente del hombre, masculiniza un poco a la muchacha, invoca no sé qué violencia negra.

Y la lencería fina, los sujetadores con cenefa de flores transparentes, nos devuelven la hembra tradicional, "frágil/no tocar/mantener siempre de pie", como una protoporcelana encargada en la China. La moda, pues, es un sutil juego de oferta/contraoferta, que nos ofrece y retira a la mujer visualmente. (Encima, una mujer que hace su trabajo, cobra, se pone unos vaqueros y vuelve a casa.) La modelo es la mujer que no existe en ninguna parte, como quizá la Nadja de Breton, ya que sólo es ideal profesionalmente, y, cuando se corporaliza en una marquesa rica, suele resultar más la Venus de la celulitis que la Venus de las pieles. Oferta monetarista y cultura preerótica, la duda milenarista entre el Apocalipse Now y la belle epoque, la duda Reagan/Andropov, está en un vespertino y banal pase de modas. Basta con saber ver, además de mirar.

14, sábado

El robo en Italia de la reliquia del "santo prepucio" ha liberado una gran cantidad de comentarios de Prensa a lo largo de la semana. Después de leerlos todos, o casi, llega uno a la conclusión de que mejor es no tocarlo, o no tocarlo en broma, pues sobre cualquier cosa se puede hacer chistes, menos sobre los asuntos chistosos. Es caer en tautología. Lo que ningún comentarista ha señalado es que, el mismo día en que robaban el santo prepucio (o su reliquia: la Iglesia vive de reliquias, más que de realidades, y estoy escribiendo una fabulilla sobre el tema), el mismo día, digo, Roma y Washington reanudaban sus relaciones díplomáticas, interrumpidas desde 1867. La realidad católica USA ha llevado a Reagan a esta decisión respecto del Vaticano. Pero también hay que pensar que Reagan, protagonista de una política macho, ha de simpatizar, sin duda, con una secta religiosa que conserva el prepucio de su fundador, o su reliquia, que viene a ser como su sombra platónica (y Cristo viene de Platón, no lo olvidemos). Es como si en Hollywood o en la Casa Blanca se conservase igual adminículo, partícula o tilde masculina de John Wayne, modelo humano y cinematográfico del presidente. Si Madrid no debe reducirse a Goya ni Goya a Madrid, si la mujer no debe reducirse a la moda de esta temporada, ni la moda debe reducirse a unas cuantas marquesas gordas que la compran, una religión no puede quedarse en el reduccionismo de un prepucio, mínima charcutería obtenida de la circuncisión hebrea, por muy auténtico que sea el despojo.

Hablé madrugador amen te en este periódico de El sacrificio y lo sagrado, de Girard (Anagrama), cuyo mayor hallazgo es que el sacrificio/venganza resulta siempre gratuito (incluido el de Cristo), ya que no hay nada que vengar. A Cristo, antes de la cruz, mucho antes, parece que le sometieron a este sacrificio previo y vicario de lo que aquí llamamos operación de fimosis, godos como somos. Pero la estética del prepucio nos revela una Iglesia prepucial, excluyente con las mujeres, y una ética de cow-boy teológico que es la que mejor ha entendido Reagan.

Archivado En