Editorial:

El mensaje del Rey

LA CONFIGURACIÓN de la vida pública de un país no es sólo obra de las leyes promulgadas por el Parlamento sino también fruto de los usos que permiten colmar las inevitables lagunas de los diseños normativos. En ese sentido, el mensaje navideño del Rey desempeña el papel de hacer visible, en el ámbito de la comunicación social, las atribuciones y competencias que el artículo 56 de la Constitución le asigna, especialmente las tareas de simbolizar la permanencia y unidad del Estado y de moderar el funcionamiento regular de las instituciones. Si las palabras de don Juan Carlos permitieron advertir...

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LA CONFIGURACIÓN de la vida pública de un país no es sólo obra de las leyes promulgadas por el Parlamento sino también fruto de los usos que permiten colmar las inevitables lagunas de los diseños normativos. En ese sentido, el mensaje navideño del Rey desempeña el papel de hacer visible, en el ámbito de la comunicación social, las atribuciones y competencias que el artículo 56 de la Constitución le asigna, especialmente las tareas de simbolizar la permanencia y unidad del Estado y de moderar el funcionamiento regular de las instituciones. Si las palabras de don Juan Carlos permitieron advertir, en 1980, la gravedad de las amenazas que pesaban sobre la democracia española, el mensaje de este año es un elocuente testimonio de normalidad institucional tras los 12 primeros meses de Gobierno socialista.La victoria electoral del PSOE en octubre de 1982 significó la incorporación de la izquierda a las responsabilidades del poder después de un largo interregno de persecuciones, exclusiones y marginamientos. El año transcurrido ha desvanecido por entero los miedos irracionales o los temores maliciosos acerca de la supuesta incompatibilidad entre la Corona y los representantes de la soberanía popular elegidos en las listas de un partido de izquierda. No se trata tan sólo, y ni siquiera fundamentalmente, de los gestos -en ocasiones sorprendentes por innecesarios o sobreactuados- de adhesión a la Monarquía protagonizados por altos cargos de la nueva mayoría. El factor decisivo es que las instituciones de la Constitución de 1978 han mostrado su eficacia para armonizar -como establece el artículo primero de nuestra norma fundamental- el reconocimiento de la Monarquía parlamentaria- como "forma política del Estado español" y la afirmación de que "la soberanía nacional reside en el pueblo español, del que derivan los poderes del Estado". El compromiso de don Juan Carlos con la democracia y las libertades y la sinceridad de los socialistas -una vez superadas las vacilaciones doctrinales que exhibieron durante el primer tramo de la reforma-, para aceptar la Corona, hacen prácticamente inimaginable cualquier modificación del planteamiento institucional consagrado por la Contitución.

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El Rey ha subrayado en su mensaje que "la alternativa de poder realizada hace un año ha reforzado nuestra experiencia democrática y la capacidad de diálogo". En una perspectiva histórica, en la que se inscribe el amargo recuerdo de los conflictos fratricidas y de la intolerencia que condenó a la izquierda a una larga etapa de clandestinidad, esa nueva experiencia debe ser "capaz de superar antagonismos y de borrar cicatrices seculares". Don Juan Carlos ha expresado, una vez más, la necesidad de asumir por entero nuestro pasado y de no convertirlo en arsenal para la lucha política. "No nos arrojemos unos a otros nuestra historia. Más bien aprendamos de ella lo que es la clave del avance de los pueblos: acertar a articular la diversidad, la espontaneidad social y la eficacia política, para alcanzar los fines y resolver los problemas comunes de un modo beneficioso para todos, respetando siempre el área propia del otro, con un espíritu de conciliación y no de conflicto".

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Una segunda reflexión acerca del acceso al poder de los socialistas es que el asentamiento de la convivencia en libertad exige que todos los españoles se habitúen "a vivir las inuitaciones políticas que la voluntad popular desea". Un sistema pluralista auténtico convierte siempre en provisional y contingente, en función de la voz de la soberanía popular expresada en las urnas, la distribución de papeles entre mayorías y minorías. En este aspecto, la democracia es "una cura del excesivo orgullo y de la seguridad absoluta en la permanencia en el poder". Porque "ese poder hay que intentar conservarlo, ganárselo día a día ante el pueblo que lo otorga y es preciso es forzarse en hacer méritos para conseguirlo lícitamente, pensando siempre que hay otros sectores que aspiran también con legitimidad a que sus acciones meritorias y sus aciertos sean reconocidos por el pueblo para concederles su confianza".

Don Juan Carlos ha hecho un llamamiento a que las controversias políticas se desarrollen siempre "de forma correcta y civilizada", sin que los "criterios dispares" de unos y otros acerca de la manera más eficaz de conseguir el bienestar para los españoles puedan ser objeto de descalificaciones por los adversarios. La exhortación a que se reconozca el valor de las instituciones y la afirmación de que "en su funcionamiento correcto y en el respeto a sus decisiones está una de las claves de nuestra convivencia democrática", cobran especial relevancia tras las ásperas polémicas desatadas a propósito de la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el decreto-ley de expropiación de Rumasa. El mensaje también pone en guardia contra la tentación de utilizar escenarios exteriores para ventilar litigios internos entre Gobierno y oposición -"reservemos para nosotros cuanto sea posible las diferencias sin propalarlas ni extenderlas"- y condena las intoxicaciones catastrofistas de quienes no vacilan en subordinar los intereses nacionales a sus propias ambiciones partidistas. "Porque lo que no resulta admisible, ni eficaz, ni patriótico, es dar la sensación de que nos congratulamos de las desgracias que a España perjudican por el hecho de que ocurran bajo el mandato político de aquellos con cuyas ideas no se coincide en un momento dado". La solidaridad demostrada con ocasión de las inundaciones del pasado verano puede servir de ejemplo de esa responsabilidad comunitaria "por encima de intereses políticos o de circunstancias temporales".

El Rey ha dedicado un emocionado recuerdo a las víctimas de los crímenes perpetrados por un "terrorismo inútil y cruel", a los que ofrendaron su vida al servicio de los demás en las inundaciones del País Vasco y a quienes han experimentado el dolor de las recientes catástrofes. La conciencia del carácter mundial de una crisis que afecta a valores de distinto signo debe contribuir a combatir el pesimismo y a evitar los desalientos y cansancios colectivos. En tiempos de crisis resulta más necesaria que nunca la búsqueda de los puntos de coincidencia y de los valores compartidos "madurados en la razón y en la palabra". Porque el rechazo de la violencia y de la intolerancia debe marchar en paralelo con la profundización "sin recelo y sin pausa" del diálogo entre los españoles, y con la afirmación, la libertad, la justicia, el respeto a los débiles, la fraternidad y el entendimiento entre las personas y los pueblos.

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