Tribuna:

Placer y felicidad

Muchos opinan que el escritor que dedica gran parte de su vida a la meditación y al amoroso perfeccionamiento de su oficio muestra una falta de simpatía por su prójimo. Lo cierto es que el escritor -inmerso en su alejamiento o soledad- se pregunta, seria y diariamente, sólo esto: ¿Cuál es el sentido del arte en un mundo tumultuoso? ¿Qué puede significar para los hombres que trabajan, para las mujeres y niños que pasan hambre, para las grandes masas de la humanidad que luchan por la paz y la justicia? ¿De qué valor puede ser un relato o un poema piara un hombre con miedo a la muerte en las pequ...

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Muchos opinan que el escritor que dedica gran parte de su vida a la meditación y al amoroso perfeccionamiento de su oficio muestra una falta de simpatía por su prójimo. Lo cierto es que el escritor -inmerso en su alejamiento o soledad- se pregunta, seria y diariamente, sólo esto: ¿Cuál es el sentido del arte en un mundo tumultuoso? ¿Qué puede significar para los hombres que trabajan, para las mujeres y niños que pasan hambre, para las grandes masas de la humanidad que luchan por la paz y la justicia? ¿De qué valor puede ser un relato o un poema piara un hombre con miedo a la muerte en las pequeñas guerras hoy en curso o torturado en las prisiones de un dictador? ¿De qué pueden servirle, si esas creaciones no reflejan la doctrina de ningún partido político y no incitan directamente a la pugna ideológica? Algunos lectores consideran que los que escriben tales relatos o poemas lo hacen como seres divorciados de la vida. Pero si alguien se atreviera a responder a ese escritor que en todas partes hay gentes que .anhelan leerlos, el angustiado creador contraería un nuevo temor: que esos lectores también deben estar divorciados de la vida o ansiosos de escapar de ella.Dícese también que el escritor que no se preocupa intrínsicamente de las cuestiones contemporáneas -del aquí y del ahora- y que estima y juzga a los hombres y mujeres como individuos, no como unidades de una masa -si esa masa es una nación, una raza o una clase económica-, se dice que tal escritor no hace nada para aumentar la felicidad o disminuir la miseria de la humanidad, o que, si hace algo, actúa únicamente como un drogado de la literatura. En nuestra. opinión, esto no es verdad, pues adviértese una relación íntima entre el arte y la vida contemporánea, aunque no sea fácilmente reconocida por aquellos que con tanta arrogancia se llaman actuales.

CONCHA ZARDOYA

L. PÉREZ REGUEIRA, Madrid

Distingamos, primero, qué es felicidad y qué es placer. Este último depende de la inmediata satisfacción del deseo. La felicidad es el sentimiento que hombres y mujeres poseen algunas veces de que sus vidas tienen valor, de que se mueven hacia una finalidad importante y, sobre todo, de que trabajan por su propio perfeccionamiento y, en consecuencia, de la sociedad en que viven. La desdicha, por el contrario, es confusión y discrepancia mental, una sensación de desconcierto, de haber perdido el propio camino, de'vivir al azar, sin obediencia a ningunaforma o canon. "Una vida desdichada", escribía Charles Morgan, "es como un libro malo: fluye acá y allá y no lleva consigo ninguna seguridad de forma. Y la principal dificultad de vivir es la dificultad que todos tenemos al percibir lo que es realmente la forma de nuestra vida o, en verdad, que posee una fórma".

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He aquí el gran problema del momento histórico presente. Somos desdichados. ¿De dónde procede nuestra infelicidad? Si reflexionamos un poco, nos damos cuenta de que nuestra desdicha proviene de nuestra desarmonía mental: de ese insatisfecho anhelo de razón y forma. Es la nuestra una época escéptica. Infinidad de personas -al haber perdido la fe que les legaron sus antepasados- han recurrido a una nueva: creen en la ciencia. Pero vivimos en una época científica en la que el conocimiento del hombre ha sobrepasado su sapiencia y toda ley moral, puesto que se siente encantado por el poder destructor de sus propias invenciones, que es incapaz de dominar. La nuestra es una edad de crueles paradojas en las cuales se funda el sistema distributivo que, al ser tan imperfecto e injusto, en vastas zonas del planeta las materias alimenticias son destruidas, mientras que en las demás hombres y mujeres claman por ellas y hasta sólo por un pedazo de pan y un sorbo de leche o de agua. Sin embargo, por encima de todo Is la nuestra una época de interrogaciones acuciantes. Su juventud no puede encontrar ninguna salida para su entusiasmo, y, así, pregunta constantemente: ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Qué significa esta vida mía? ¿Cuál es su forma? ¿Cuál es su futuro? Al no hallar respuesta a esas preguntas, surge el dolor, la rebeldía, el inútil descontento.

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Placer y felicidad

Viene de la página 11O, pasivamente, se refugia en la droga. He aquí la infelicidad del mundo actual. Volvamos a preguntar por qué.

Una cosa es obvia. Entre las confusiones que asedian la existencia contemporánea somos incapaces de distinguir esa forma completa que anhelamos, y tampoco entrevemos lo que nos aguarda en el porvenir. ¿Qué sentimos? La certeza y la vergüenza de nuestro propio fracaso. Mas también percibimos que dentro de nosotros hay una forma vital que espera consumación, aunque no podamos imaginar su forma completa. Si ahondamos en nuestro examen quizá lleguemos a comprender que sólo la literatura y todas las artes pueden completar esa forma existencial que buscamos. En todas ellas hay alguna clase deforma, aunque a veces parezcan negarla. Ninguna de ellas es droga narcotizante -aunque la música, por ejemplo, fuera bálsamo, reposo y olvido para el angustiado Unamuno-: todas incitan nuestra capacidad de ensueño y de imaginación, nuestra creatividad. Desde su estado incipiente asume, en cada uno de nosotros, los diversos avatares de un fructífero devenir. Esas artes suministran a hombres y mujeres todos los ingredientes necesarios para conocerse, ser felices o buscar la paz interior. Esas artes -¿espejo de la naturaleza?- nos proporcionan una representación de hechos observados -¿o imaginados?- como una explicación acerca de ellos. En esas artes vemos lo que hemos sido y lo que estamos llegando a ser. Y, por un acto de creación imaginaria, podemos reconocernos como parte de esa naturaleza. El peeta, el novelista, el pintor, el escultor y el músico -por la forma y el impulso del arte que ejecutan- pueden comunicar a la humanidad esa idea de la forma que busca para intentar ser feliz. La obra de arte recoge el deseo -o el sueño- de cada individuo, lo transfigura y lo reparte, multiplicado, para que sea recibido por cada uno y por todos los que a ella se acerquen. "Un artista no está en el mundo para la gloria o el poder", afirmaba el ensayista inglés. De acuerdo. Y aún podemos añadir que está en él para recrear al hombre y a la mujer: para hacerlos felices de una manera ontológicamente profunda y no para inventar escapismos ni placenteros pasatiempos.

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