Tribuna:Crónicas urbanas

La hamburguesa platónica

El caballo golpeaba una pradera como inglesa con los cuatro cascos de plata e iba cabalgado por un adolescente aristotélico hasta un confín de nubes muy apoteósicas mientras sonaba a la vez una música que le recordaba algo de Haendel. La visión tenía un entorno de niebla dorada y la penetraba, casi la dividía en dos, un rayo por donde ahora el jinete ascendía galopando hacia la esfera celeste, y allí arriba, sentado en un sillón estilo Luis XV, le esperaba un abuelo de barbas incandescentes, que no era Jehová propiamente dicho, sino alguien más profano, por ejemplo, el filósofo Platón. La hamb...

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El caballo golpeaba una pradera como inglesa con los cuatro cascos de plata e iba cabalgado por un adolescente aristotélico hasta un confín de nubes muy apoteósicas mientras sonaba a la vez una música que le recordaba algo de Haendel. La visión tenía un entorno de niebla dorada y la penetraba, casi la dividía en dos, un rayo por donde ahora el jinete ascendía galopando hacia la esfera celeste, y allí arriba, sentado en un sillón estilo Luis XV, le esperaba un abuelo de barbas incandescentes, que no era Jehová propiamente dicho, sino alguien más profano, por ejemplo, el filósofo Platón. La hamburguesa estaba podrida, olía a perro muerto, pero el profesor lanzó por el pasillo un grito de victoria:-iiRufina!!

-Diga, señor.

-Es fantástico. Acabo de descubrir el alma.

-¿Otra vez?

-Mire por aquí..

La criada puso su ojo alcarreño en la punta del tubo y no vio nada. En el interior de la lente sólo aparecía una estructura de filamentos ensangrentados, y aquella mujer, que aún llevaba la escoba en la mano, no podía divisar a ningún griego de oro cabalgando en el fondo del espectro en dirección a un dios. Para imaginar ciertas cosas había que estar preparado. El profesor se limitó a sonreír, aunque a partir de ahora nadie en el mundo le iba a arrebatar la imagen sublime que le había sido revelada. La hamburguesa es una categoría, o sea, el estado definitivo en la evolución del hombre. Todo fluye, pero la hamburguesa permanece. Durante algún tiempo le fue dando vueltas a la, morra para acuñar una frase profunda que sintetizara su descubrimiento, y cuando estuvo seguro de que no erraba, se decidió a dar la gran noticia a los doce alumnos becarios. La hamburguesa es una idea sintética a priori.

Aquella gente estaba. acostumbrada a convivir con las ratas. Todos los días, en el instituto, se sacrificaban docenas de ellas; esos chicos de bata blanca les trinchaban las entrañas buscando el origen de la vida o, en su defecto, cualquier otro virus insignificante. Además de ratas, en las jaulas del laboratorio había también pollitos tomateros, conejos de indias y algún pato, en cuyas vísceras secretas anidaba, tal vez, la verdad. Después de la escabechina de cadajornada, la señora Rufina pasaba la fregona sobre los desperdicios y con ellos se llevaba también las dudas filosóficas, los dogmas de la teología y otros restos de cobayas; lo ponía todo en una bolsa de plástico y de esta forma las fuentes de la existencia quedaban siempre inéditas para la mañana siguiente. Este grupo de jóvenes biólogos veneraba a su maestro.

Tenía pinta de mosquita muerta

Era un sabio bien afeitado, de calva sonrosada y lanilla en el cogote, tenía pinta de mosquita muerta y con sus ademanes blandos daba la sensación de que acababa de comer natillas con bizcocho, pero usaba por dentro la certidumbre nerviosa de un director espiritual, con la que había acogotado a sus discípulos. Con ellos formaba una especie de comunidad de investigación al margen de las bacterias y había conseguido imbuirles ciertos principios neoplatónicos en tomo a la biología. Las células de todo ser vivo se renuevan de manera constante, la carne no es más que un fluido, como el río de Heráclito, y el profesor quería hallar la unidad inmóvil que le llevara a Dios montado en un caballo alazán, de modo que aquella mañana, al llegar al laboratorio, los becarios se encontraron, con una hamburguesa debajo de cada microscopio. Y él les dijo:

-Amigos, hoy puede ser un día grande.

-¿Qué es esto?

-Tienen ustedes en el aparato un filete picado de la mejor calidad. Pongan el cristal de 100.000 aumentos y no dejen de mirar hasta que la descubran.

-¿Alguna bacteria rara?

-Muy rara. Se trata del alma.

Hubo entre ellos risitas de burla, pero el maestro comenzó a aleccionarles con palabras humildes y solemnes. Les contó su visión anterior, las imágenes musicales con la figura del mancebo ateniense a bordo de un rayo que había contemplado, y muy pronto en la sala de análisis se creó una atmósfera espiritual en medio de un silencio en el que sólo se oía la escoba de la señora Rufina en el pasillo. Los discípulos. estaban sentados en batería, con la bata blanca en el banco de experimentos, tenían la barba desparramada y el ojo sumido febrilmente en el tubo electrónico, y, de momento, nadie lograba vislumbrar el menor rastro psíquico en aquella torta de carne cruda. El núcleo de las moléculas formaba manchas violáceas de estructura irregular, como en la prueba de Rorschach para descifrar sueños, algo que generaba una asociación libre de imágenes. El alumno predilecto creyó adivinar en el espectro la pelvis de su madre. Alguien dudaba si aquella silueta no sería la de un niño vestido de primera comunión. Otro quiso sospechar que ese conjunto de fibras le recordaba una foto sepia de su infancia sin contenido especial, o sea, una placa vacía de la memoria, y el más imaginativo del equipo vio con toda claridad que esa red de hexágonos era una malla o la alambrada de la represión que contenía a su alma, aunque su alma no estaba allí. Nadie había descubierto un ideal en el fondo de la hamburguesa ni se había escuchado música de esferas en el laboratorio, pero después de la amorosa plática del maestro el grupo de becarios de biología tenía ya la convicción de que toda carne picada despide una carga magnética y esconde un secreto sonoro. Por eso ellos no se asombraron cuando les dijo que de ahora en adelante la reunión vespertina tendría lugar en un sitio de hamburguesas.

Reflejo de una cultura fenecida

En este tiempo, la gente llena los estadios, va al cine, acude a la iglesia, toma bollos en los bares, visita museos y hace tertulia en los casinos. El profesor pensaba que todo eso era el reflejo de una vieja cultura fenecida. Según su criterio, una hamburguesería bien montada constituía el punto más idóneo para hablar modernamente de espiritualidad biológica y engullir de paso los nuevos alimentos terrestres que ofrece la ciudad. El recinto estaba adornado por una teoría de plástico rojo bajo los signos de neón y había asientos siderales, grandes paneles luminosos con dibujos de enormes copas de helados, maquetas espectaculares de muchachas de cartón ofreciendo la especialidad de la casa, pupitres de mando a distancia, camareras con un cucurucho de payaso en la cabeza, empleados con uniforme de astronautas, música totalmente blasfema en un ritmo estrepitoso estrellándose contra los carteles de la pared, que anunciaban películas de terror. Aquella tarde, el maestro y sus neófitos entraron por primera vez en la caja espacial y se pusieron todos en cola frente al mostrador. Les atendió una chica con gorra de visera, vestida con colores de motorista.

-¿Qué desean?

-Lo que den aquí.

-Pueden tomar una Big Wendy o el Whopper.

-No sé.

-¿Prefieren un King de pollo? ¿O un Yumbo? ¿O una doble cheeseburguer?

-Eso.

La chica dio la orden por el micrófono hacia la profundidad de la cocina, y al poco tiempo deparó a los recién llegados unas bandejas llenas de envases de tipo farmacéutico con una hamburguesa madre para cada uno, con aros de cebolla, patatas fritas, una coca-cola y un frasco de catchup. La carne olida venía en un nido de lechuga, entre laminas de queso y dos rodajas de tomate. El maestro llevo a los becarios a un rincón para celebrar el misterio.

-Aquí hay una mesa larga.

-Cabemos los trece.

-Sentaos.

-Nunca había entrado en un lugar como éste. Tiene una belleza específica.

-Mientras tomamos esto, quisiera proponerles una cuestión. ¿Habría alguna forma de controlar el movimiento de una célula? Quiero decir si existe la posibilidad de detener o de acelerar su evolución. Sí se lograra mantener a una célula viva, pero inmóvil, el hombre alcanzaría la imortalidad.

Los discípulos creían que era un tema de discusión muy interesante dando buenas dentelladas a la harriburguesa con churretones de salsa en la comisura. El profesor comenzó a ceder la opinión a los demás con un gesto de su mano pringada. Mientras estos seres hablaban de biología genética, en la mesa de al lado unos jovenzuelos, con el pelo de pincho y mucha cremallera, contaban una historia macabra. Había alrededor una caterva de púberes , chillando, padres con niños extraterrestres, profetas de cabeza rapada, lo más vistoso de un ganado lanar bajo las descargas de las cajas registradoras, de las batallas de marcianos, comecocos y el sonido de una batería de rock que se vertía desde el techo. La clientela arrojaba residuos de comida por el sumidero, camiones blindados con chapa blanca entraban por el sótano con nuevas toneladas de carne machacada y aquél era un espacio brillante de luces y espejos de plástico y reflejos de metacrilato y las calderas soltaban un fragor caliente y por aquel vano de la cocina se veía un baile de fantasmas entre máquinas automáticas que hacían subir en largas poleas una serie infinita de hamburguesas crudas como una cadena de células. En medio de este estruendo de modernidad, aquellos jovenzuelos de pelo pincho narraban para si, con carcajadas, un relato de terror. Uno de ellos acababa de explorar el interior de la lechuga y había descubierto un dedo humano con uña y todo. La hamburguesa del muchacho llevaba prensado un dedo de mujer con un anillo de boda.

-Te juro que es verdad.

-No.

-Míralo.

-Eso no es un deo.

-¿Entonces qué es?

También contaban la historia de aquella familia que había vendido al abuelo a una multinacional para convertirlo en carne picada a precio módico, o la de aquel perro dálmata que se perdió en la calle de Orense y sus dueños encontraron el collar dentro de una hamburguesa. En ese momento sonaba un golpe candente de rock y allí, en el fondo del local, el maestro tenía recogidos sobre su regazo a los jóvenes biólogos, que no cesaban de discurrir en torno a los orígenes de la vida. En aquella tertulia de sabios se manejaban conceptos de transustanciación, de hipóstasis cromosomáticas y otras sutilezas de índole genética. El profesor había descubierto en el microscopio la ley del ente inmutable de Parménides en la raíz de una hamburguesa, había sintetizado en ella una idea inmóvil de Platón a través de la imagen de un caballo alazán y el jinete dórico con música de Haendel. El profesor quería dar esa sensación visual a los suyos. ¿Dónde estaba la verdad? Tal vez en el sótano de aquel establecimiento.

Con buenos modales, el hombre preguntó al encargado del local si podía bajar al sótano para comprobar el proceso de fabricación de una hamburguesa. Sólo era una curiosidad científica. Después de muchas dudas, las cámaras secretas del negocio le fueron franqueadas, y el equipo de biólogos vio allá abajo, casi en el fondo de la tierra, unos gigantescos embudos agitados por un temblor infernal, unos engranajes con dientes de medio metro que trituraban carne y luego la vomitaban por unos canales hacia unos tubos. Nadie se explica cómo sucedió. El maestro estaba en lo alto de una pasarela admirando aquellas máquinas poderosas y, en un rapto de locura, se arrojó al interior de una caldera.

Al día siguiente, en el laboratorio, los doce becarios lograron también su revelación. En la hamburguesa del microscopio saltó el caballo alazán cabalgado por el propio maestro en un paisaje de niebla dorada. Contemplaron cómo ascendía a bordo de un rayo hasta llegar a la cúspide, donde el filósofo Platón, de barbas incandescentes, lo recibía sentado en un sillón. Luis XV.

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