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América Central, en espera del cambio

El año 1983 ha, iniciado su caminar con un agravamiento de la tensión en América Central Parece como si los Gobiernos y fuerzas político-sociales que inciden en el área buscasen la definición final de sus posturas con vistas a la cada vez más probable guerra regional.La Administración Reagan ha visto fracasar su estrategia con respecto a Nicaragua y El Salvador. Para la patria de Rubén Darío y de Sandino, el Gobierno de EEUU ha diseñado una política en varias direcciones. Ha tratado de estrangular la económica cortando la ayuda directa, presionando en organismos financieros internacionales con...

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El año 1983 ha, iniciado su caminar con un agravamiento de la tensión en América Central Parece como si los Gobiernos y fuerzas político-sociales que inciden en el área buscasen la definición final de sus posturas con vistas a la cada vez más probable guerra regional.La Administración Reagan ha visto fracasar su estrategia con respecto a Nicaragua y El Salvador. Para la patria de Rubén Darío y de Sandino, el Gobierno de EEUU ha diseñado una política en varias direcciones. Ha tratado de estrangular la económica cortando la ayuda directa, presionando en organismos financieros internacionales con el mismo objetivo, haciendo lo propio con países de Europa occidental. Políticamente, EE UU persigue aislar a Nicaragua, presentándola a través de una vasta operación de propaganda, como un Estado "comunista" y represivo. Militarmente, EE UU organiza, financia y dota de todo tipo de armas y asesoría a un número de guardias somocistas acantonados en la frontera con Honduras, calculado entre 5.000 y 7.000 efectivos, lo cual, en el contexto centroamericano debe considerarse no como simples bandas armadas, sino como un auténtico y bien pertrechado ejército regular. En una escalada de la estrategia amenazadora, las fuerzas armadas de EE UU desarrollaron recientemente a nivel conjunto con las de Honduras, maniobras a lo largo de la línea fronteriza, a escasos metros de territorio nicaragüense. Mucho se ha dicho que la política de EE UU hacia Nicaragua no conseguirá otra cosa que la radicalización del proceso interno y el establecimiento de mayores lazos con los países socialistas.

Quienes lo dicen denuncian la supuesta miopía norteamericana. Sin embargo, no hay tal. Para los estrategas norteamericanos, el supuesto alineamiento definitivo de Nicaragua con la Unión Soviética, la supuesta marginación de los sectores políticos internos opositores, la destrucción del sistema actual de economía mixta eliminando al sector privado -mayoritario hoy en la estructura productiva- creará las condiciones internas y externas óptimas para proceder a una intervención militar que puede tener distintas variantes, pero que sin duda tendrá como ejes principales a las fuerzas armadas de Honduras, el Ejército contrarrevolucionario somocista y todo tipo de apoyo en medios de guerra y consejeros del mismo Ejército norteamericano, que acaso no rebase los límites de la frontera Honduras-Nicaragua salvo en una situación "de extrema necesidad".

No caer en la trampa

La máxima dificultad que encuentra dicha estrategia incendiaria estriba en que los dirigentes de la revolución son conscientes de ella y no es probable caigan en la trampa, tanto por razones de conveniencia coyuntural como porque son sinceros convencidos de lo que ellos denominan la originalidad del proceso en la construcción de la nueva sociedad.En El Salvador, la política de guerra auspiciada por la Administración Reagan ha cosechado fracasos de magnitud. Tras lo que era la pieza fundamental en su estrategia desde 1979, las elecciones de marzo de 1982, el Gobierno emergente se ha abocado a un clima de enfrentamientos internos que le han debilitado y ocasionado aún mayor aislamiento internacional. No sólo no han podido acabar militarmente con el FMLN, sino que éste ha aumentado su influencia política y su capacidad de combate. Así lo demuestran las últimas campañas militares. De un análisis objetivo de la guerra salvadoreña se desprenden con nitidez dos consecuencias. La primera, que las fuerzas armadas salvadoreñas no poseen capacidad ninguna para derrotar estratégicamente al ejército guerrillero. La segunda, que el FMLN empieza a romper a su favor el equilibrio militar que caracterizó a la guerra en los últimos tiempos. Analizando ambas consecuencias en el marco de una ayuda bélica norteamericana extraordinaria y sobre un mapa geográfico como es El Salvador, en donde no existe retaguardia física para el FMLN, podemos comprender la fortaleza moral, políticay militar de los insurgentes salvadoreños.

Tanto el Gobierno nicaragüense como el FMLN-FDR de El Salvador insisten en el diálogo y negociación como salida política real y racional a la crisis centroamericana. Diálogo que ha de darse tomando como base las propuestas de los Gobiernos de México, Venezuela, Colombia y Panamá (grupo de Contadora).

En esta coyuntura, la Administración Reagan se halla ante dos posibilidades. 0 bien aborda la última fase de su estrategia agresiva propiciando la guerra Honduras-Nicaragua e interviniendo en El Salvador -con sus varias modalidades-, o, por el contrario, reconoce en la salida negociada la opción más realista. Hasta el momento es la primera la elegida. También hasta ahora las propuestas de paz de nicaragüenses y salvadoreños sólo han obtenido respuestas de guerra.

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Varios son los factores que pueden incidir en un cambio de política del Gobierno de EE UU hacia la región. La consolidación interna de la revolución nicaragüense, el mantenimiento de la tendencia al alza del FMLN-FDR en la guerra salvadoreña, la persistencia de los Gobiernos democráticos de la región en la salida negociada, la grave crisis económica existente en EE UU, la actitud crítica de políticos norteamericanos liberales, demócratas y algunos republicanos, así como de la opinión pública. De igual forma, y como factor muy importante, la existencia de iniciativas de paz provenientes de Europa.

El nuevo Gobierno español no puede ni debe contemplar impasible la tragedia. No puede permanecer frío ante las diarias noticias de agencias que anuncian pérdidas de vidas humanas y destrucción social. No debe adoptar la postura del silencio -en actitud de simple observador- ante la perspectiva real de un holocausto regional. Por razones de ética política inherentes a todo Gobierno de izquierda. Por otras tan poderosas como son las vinculaciones históricas y culturales. Aunque sólo sea por la razón simplista pero válida de que los muertos en la crisis centroamericana tuvieron un abuelo o abuela, un bisabuelo o una bisabuela -qué importa- que un buen día llegaron a estas tierras provenientes de Galicia, Andalucía, Castilla u otro lugar de España.

Los centroamericanos son conocedores de los límites que el Gobierno español afronta en estos primeros meses de gestión. Igualmente del disgusto que mostraría Washington ante una iniciativa de paz para la región por parte del Gobierno español. La elección no es sencilla, se requiere valentía y audacia. Pero también en América Central tenemos derecho a esperar beneficios de ese fenómeno operado en España llamado cambio.

Iñaki Martínez es colaborador del Instituto de Investigaciones Sociales de América Central, con sede en Managua.

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