Editorial:

Perspectivas de la Conferencia de Madrid

EL PROYECTO de declaración sometido por los países neutrales y no alineados (Austria, Chipre, Finlandia, Liechtenstein, San Marino, Suecia, Suiza y Yugoslavia) a la Conferencia sobre Seguridad y Cooperación en Europa, que está celebrando su última etapa en Madrid, es un documento de considerable importancia internacional. Es el resultado -y su texto lo refleja- de muchos meses de trabajo y discusiones (la Conferencia se abrió en noviembre de 1981).Dentro de los barroquismos inevitables de un texto diplomático, sobre todo cuando se trata de encontrar frases comunes para expresar profundas contr...

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EL PROYECTO de declaración sometido por los países neutrales y no alineados (Austria, Chipre, Finlandia, Liechtenstein, San Marino, Suecia, Suiza y Yugoslavia) a la Conferencia sobre Seguridad y Cooperación en Europa, que está celebrando su última etapa en Madrid, es un documento de considerable importancia internacional. Es el resultado -y su texto lo refleja- de muchos meses de trabajo y discusiones (la Conferencia se abrió en noviembre de 1981).Dentro de los barroquismos inevitables de un texto diplomático, sobre todo cuando se trata de encontrar frases comunes para expresar profundas contradicciones, el documento tiene la ventaja de que coloca al conjunto de los miembros de la Conferencia ante el dilema real al que hace falta contestar. No esconde que una serie de principios, suscritos solemnemente en Helsinki en 1975, han sido violados. Ello se refiere, sin duda, a Polonia o Afganistán, pero también a otros casos en diferentes países.

Ante esos incumplimientos caben dos caminos: o decir esto no sirve para nada" y enterrar la Conferencia; o dar a esos principios una articulación mucho más precisa, casi detallista, para que la obligación de su cumplimiento sea más concreta y efectiva. Esto último es lo que pretende el documento.

Sorprende favorablemente en el proyecto de los neutrales y no alineados, comparado con otros documentos similares, el desarrollo consistente que tienen algunos temas esenciales: el de las libertades y derechos humanos, con especificaciones muy netas sobre libertad de sindicación, lo mismo que sobre respeto a las creencias religiosas, minorías nacionales, entre otros. Los apartados sobre terrorismo, llamando a una cooperación bilateral y multilateral en la lucha contra él, a la eliminación de cualquier facilidad de actuación en países vecinos del afectado, representan un valioso instrumento internacional para reforzar las demandas de España con respecto a ETA y la frontera francesa. Los apartados sobre derechos de los trabajadores emigrados responden asimismo a una particular sensibilidad española.

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Sin embargo, el punto principal del proyecto que estamos comentando es, sin duda, el referente a la celebración de una conferencia sobre problemas del desarme, o, mejor dicho -por emplear la enrevesada terminología oficial-, sobre medidas creadoras de confianza y de seguridad, y sobre desarme. Se propone que tal conferencia se abra en Estocolmo en noviembre del presente año; que en su primera etapa se dedique a esas medidas y a su control y verificación. El ámbito de su aplicación sería, lógicamente, el conjunto de Europa, desde el Atlántico hasta los Urales. Alguno puede pensar que se va a agregar una más a las numerosas instancias en las que ya se discute, sin resultado, el tema candente del desarme. Negar ese peligro sería ceguera. Pero también significa abrir un nuevo camino para atacar ese terrible problema: con la participación, al lado de los grandes, de todos los países europeos. Y si se lograsen progresos, incluso pequeños al principio, sobre todo en cuanto a poner en acción sistemas de control, las consecuencias serían muy importantes.

Aún no se conoce la reacción de otros países al proyecto de los neutros y no alineados. Sería ingenuo suponer que éste puede ser aprobado sin más. Pero, si se recuerdan los avatares por los que ha pasado la Conferencia de Madrid (después del fracaso de la anterior, celebrada en Belgrado en 1978), no cabe duda de que el proyecto en cuestión ofrece una solución positiva dentro de una relatividad determinada por una situación internacional particularmente difícil. Y, sobre todo, ofrece una perspectiva de ulteriores negociaciones, concretadas en las propuestas siguientes: en 1983, en Estocolmo, la conferencia sobre desarme; en 1984, en Atenas, una reunión de expertos sobre métodos para la solución pacífica de los conflictos; en 1985, en Ottawa, una reunión de expertos sobre derechos humanos; y en 1986, en Viena, la tercera Conferencia (después de Belgrado y Madrid) de continuación del proceso iniciado en Helsinki. La propuesta para ello de la capital de un país neutral es, sin duda, acertada y significativa.

En cuanto a la posición de España, cabe recordar que el discurso de Fernando Morán iba en un sentido semejante al que está plasmado en el proyecto hoy sobre la mesa. El papel de la delegación española puede ser valioso para lograr, con el conjunto de las delegaciones, que la iniciativa de los neutrales y no alineados, con todos los retoques necesarios, desemboque en una conclusión de la Conferencia de Madrid que abra perspectivas.

Es fácil el denuesto por el exceso de palabrerías diplomáticas; pero el silencio de la palabra, en la vida internacional, suele anunciar el ruido de las armas.

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