Editorial:

El legado de Serra

QUE UN joven político catalán y socialista, que no ha hecho el servicio militar, lleva barba y tiene como principal experiencia de mando la alcaldía de Barcelona, asuma la cartera de Defensa en el Gobierno central, parece una de las demostraciones más evidentes de que algo puede estar cambiando en España.Narcís Serra fue elegido alcalde de Barcelona en abril de 1979 y ha sabido convertir la ciudad en un banco de pruebas de lo que puede ser una Administración socialista en España, salvando todas las distancias que es menester. El Ayuntamiento Serra, como tantos otros del país donde una generaci...

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QUE UN joven político catalán y socialista, que no ha hecho el servicio militar, lleva barba y tiene como principal experiencia de mando la alcaldía de Barcelona, asuma la cartera de Defensa en el Gobierno central, parece una de las demostraciones más evidentes de que algo puede estar cambiando en España.Narcís Serra fue elegido alcalde de Barcelona en abril de 1979 y ha sabido convertir la ciudad en un banco de pruebas de lo que puede ser una Administración socialista en España, salvando todas las distancias que es menester. El Ayuntamiento Serra, como tantos otros del país donde una generación de dirigentes socialistas -ahí tenemos al ministro del Interior, Barrionuevo, que llega de la alcaldía de Madrid-, ha hecho sus primeras armas en el Gobierno, ha desarrollado una labor fundamentalmente circunscribible en dos grandes ambiciones: reforma y animación. Reforma, en primer término, de todo el funcionamiento de los servicios municipales, y animación, en segundo, de todo aquello que el Ayuntamiento no puede crear, servir al usuario, sino canalizar en la medida en que exista una inquietud auténticamente ciudadana. Hablamos de la cultura.

Con respecto a la primera ambición, el Ayuntamiento de Narcís Serra ha replanteado desde abajo la política, incluso laboral, del Consistorio. En septiembre de 1979 entraba en vigor la reforma administrativa del Consistorio, que comportaba mejoras económicas a los funcionarios con mayor dedicación, reestructuración de categorías, aplicación de incompatibilidades, garantías sindicales y un incremento sustancial del horario del funcionariado que suponía que sus integrantes pasaban a trabajar de cinco a siete horas diarias. Estos criterios permitían meses más tarde reducir la plantilla en 563 personas, sin que eso supusiera merma alguna en la prestación de servicios. Al mismo tiempo, esa política de saneamiento se desdoblaba hacia afuera con la contención del déficit de transportes; el aumento de las inversiones, que totalizan 21.500 millones en el espacio de cuatro planes; el rescate para la ciudad de la obra de los túneles del Tibidabo, y los puntos de sutura aplicados al tema del Consorcio de la Zona Franca, donde había aparecido un fraudulento siete por valor de 3.000 millones de pesetas.

Durante su mandato, el alcalde Serra ha tenido que hacer frente a algunos contenciosos laborales de gravedad para Barcelona. Tras la primera huelga en la recogida de basuras, que se produjo en febrero de 1980 y que, por ser tan sólo de un día de duración, tuvo escasa incidencia, en el mismo mes del año siguiente el conflicto se envenenó hasta el punto de que la negativa a limpiar la ciudad se prolongó más de dos semanas. En esa situación Serra tomó una decisión arriesgada, sobre todo para un Ayuntamiento socialista: la requisa de los camiones de FOCSA, la empresa concesionaria, y la utilización del personal municipal para suplir a los trabajadores en huelga.

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En esa situación Serra creía sentirse asistido por la razón moral contra los huelguistas y no vaciló en actuar de acuerdo con lo que entendía como su deber. De la misma forma, la actuación de la alcaldía en las relaciones con las asociaciones de vecinos ha rehuido las tentaciones del populismo. Aunque la actividad de esas asociaciones ha sido importante en el restablecimiento de los modos democráticos en la ciudad, la alcaldía se negó a darle una voz directa en el plenario municipal, entendiendo que, puesto que había una representación democrática al frente del Consistorio, la delegación de autoridad en los representantes de la ciudad debía de ser total.

En el área de la animación, ésta mucho más difusa que en el de la gestión, la alcaldía barcelonesa ha sabido hasta cierto punto imponer un concepto crecientemente universalista de lo que es la ciudad. Aun no batiendo el récord de kilometraje que posee, sin duda, el alcalde Tierno, Serra ha recibido en Barcelona a Juan Pablo II, a Sandro Pertini, a Willy Brandt y a, sus correspondientes al frente de las alcaldías de Nueva York, Moscú, Hong Kong, Viena, Milán, Boston y Colonia, y ha visitado oficialmente un buen número de ciudades europeas y americanas. Ha tratado de combatir las tendencias que algunos comentaristas han visto en la ciudad de asemejarse a un Titanic cultural, al que amenazasen los hielos de la apatía. Y en este sentido ha llevado a cabo una política de agitación cultural cuya más lograda realización ha sido el Año Picasso. Todo ello permite decir que Serra ha sido un buen alcalde, lo que no significa de inmediato que vaya a ser un buen ministro.

Con su marcha a Madrid ha comenzado de hecho la campaña para las municipales que habrá en 1983. Podría pensarse que el resultado de las pasadas elecciones legislativas da una cabeza de ventaja a los socialistas, que en la primavera próxima gozarían aún, previsiblemente, del período de gracia, los cien días famosos, que se otorga a toda nueva Administración, sin que las hipotecas de toda acción de gobierno hubieran comenzado a pesar inexorablemente. Al mismo tiempo, el Gabinete de Felipe González puede poner su granito de arena electoralista para que el equipo de Pasqual Maragall llegue en la mejor situación posible a los comicios. Pero quizá sea demasiado temprano para hacer pronósticos, al menos en lo que a Barcelona se refiere, de quién será el ganador. Por lo demás, nada permite pensarque los que se van no vuelvan. La eventual ejecutoria de Serra en Defensa podría ser -si acierta- excelente trampolín para las aspiraciones del socialismo catalán ante, las elecciones autonómicas de 1984 o, si no tan pronto, para las de 1988.

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