Tribuna:

Cambio y recambio

La mayoritaria satisfacción generada por la victoria electoral del PSOE y su inminente acceso al Gobierno suele ir acompañada de sentimientos de pesar y preocupación por el descalabro del PCE y, excepto en Cataluña y el País Vasco, de las formaciones de centro-derecha, así como por el fulgurante ascenso de Alianza Popular.Desde las más diversas partes se alzan voces, incluyendo en algunos casos las de los propios interesados, pidiéndoles a los socialistas que administren magnánimamente su triunfo y favorezcan la recomposición de esas formaciones políticas hoy casi aniquiladas.

En el cas...

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La mayoritaria satisfacción generada por la victoria electoral del PSOE y su inminente acceso al Gobierno suele ir acompañada de sentimientos de pesar y preocupación por el descalabro del PCE y, excepto en Cataluña y el País Vasco, de las formaciones de centro-derecha, así como por el fulgurante ascenso de Alianza Popular.Desde las más diversas partes se alzan voces, incluyendo en algunos casos las de los propios interesados, pidiéndoles a los socialistas que administren magnánimamente su triunfo y favorezcan la recomposición de esas formaciones políticas hoy casi aniquiladas.

En el caso del centro, se trataría de evitar, dicen los entendidos, que Fraga y sus incombustibles lleguen a ser los aglutinadores y portavoces únicos de la derecha social, con el consiguiente peligro para la democracia y el consiguiente ridículo ante el extranjero.

En cuanto al PCE, el motivo sería, al parecer, el de reparar una supuesta injusticia histórica.

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Veremos en qué acaba todo eso. Veremos si el PSOE, que está dispuesto a arreglarlo casi todo, también está por esta labor. Lo notable, en todo caso, es que en un Estado democrático se le atribuye al futuro Gobierno no sólo la responsabilidad de gobernar, sino también la de remodelar la oposición. Claro que la nuestra no es una democracia cualquiera; que su fragilidad aconseja extremar los cuidados, por los medios más artificiosos si es preciso, para que llegue a arraigar firmemente. En este sentido, que un Gobierno socialista favorezca la recomposición de opciones de recambio que no impliquen un regreso, más o menos camuflado, al antiguo régimen, me parece digno de encomio.

Ahora bien, lo que es tanto o más notable es que, junto a la preocupación por la suerte de la derecha menos montaraz, no se expresa también pesar y preocupación por la suerte de las ideas, movimientos y planteamientos de izquierdas en este país.

Porque, señoras y señores, todo hay que decirlo: en estas elecciones en las que ha barrido un partido de izquierdas, la barrida ha alcanzado también a la política, las ideas, los planteamientos de izquierdas.

Y no me estoy refiriendo al PCE. Aun a riesgo de levantar iras vitaliciiis, entiendo que la política oficiil del PCE jamás ha sido una pollítica de izquierdas: antes de 19,56 era una política orientada, como se decía en Francia, no a la derecha ni a la izquierda, s¡no al Este; entre 1956 y 1975 fue una política irreal, pensaola fuera de este país para un país inexistente. (Otra cosa es que la resistencia y la lucha antifranquista, política, sindical, cultural, desarrollada por los militanteis comunistas en el interior merezca toda nuestra admiración y respeto. De ahí la sensación de injusticia histórica que provoca el descalabro del PCE.) A partir de 1976 ha sido una política a remolque de la situación, en un desesperado intento por hacerse un sitio en la realidad política española: desesperado, porque al desmarcarse definitivamente del padrinazgo soviético y de la estrategia de ruptura derriocrática, Carrillo y sus fieles destruían su identidad histórica, al tiempo que otro partido de izquierdas, el PSOE, con unas personas, unas actitudes y una imagen mucho más acordes con los tiempos y con las exigencias de la situación, encarnaba ya la identidad implícita en la estrategia eurocomunista del PCE. Las cosas no tenían por qué haber sído necesariamente así: podría haber ocurrido, por ejemplo, que en 1974 hubiese sido el PCE el que hubiese tenido su Sureste y que el PSOE, en cambio, no lo hubiese tenido. Se habría llegado así a 1976, con Rodolfo Llopis y su equipo al frente del PSOE y, poir ejemplo, con Nicolás Sartorius y un nuevo equipo al frente del PCE. Pero las cosas han sido como han sido y Carrillo tiene siernpre la razón.

Anemia en la izquierda

Decía, pues, que la barrida electoral del PSOE ha coincidido, paradójicamente, con una anemia general de los movimientos, las ideas y los planteamientos de izquierdas. Y con ello no pretendo negar indirectamente que el PSOE sea un partido de izquierdas. No es esta la cuestión. Lo que ocurre es que la fuerza o la debilidad de la izquierda en un país dado no puede medirse tan sólo con el número de votos recibidos por un partido de inequívoca tradición de izquierdas, sinoque hay que tomar también en consideración aspectos como, por ejemplo, la situación de los movimientos sociales, la atmósfera intelectual y cultural del país y, por supuesto, las propuestas prograináticas de los partidos políticos de izquierdas, y en especial, en nuestro caso, del PSOE.

Y ahí, sin ánimo de ofender a nadie, es obligado decir que la fortaleza de la izquierda no aparece por parte alguna. Porque, veamos: ¿cuál es la fuerza del movimiento sindical, del vecinal, del feminista, del ecologista, del pacifista, etcétera? ¿Dónde están las ideas, los análisis, los debates, las publicacíones, en que se manifiesta la vitalidad cultural de la izquierda? ¿Qué es lo que permite identificar el programa del PSOE como un programa de izquierdas?

Y no me estoy preguntando retóricamente por la ausencia de movimientos huelguísticos generalizados, de ocupaciones de fábricas, de enfrentamientos con la policía; ni siento nostalgia alguna por mitologías revolucionarias o por jugosos debates sobre la sobredeterminación de la contradicción principal por la dominante; tampoco creo que sea decisiva la no nacionalización de la banca o la no inhabilitación de los ex ministros de Franco para la vida democrática.

Me estoy refiriendo, más modestamente y más ambiciosamente, a la debilidad de los movimientos, las ideas, las actitudes, las alternativas, que tratan de enfrentarse, no sólo con los efectos, sino con las causas de los problemas que nos atenazan.

Lo que predomina hoy en la izquierda social ante la persistencia de la crisis económica, el incremento del paro, la falta de modelos de referencia y la permanente amenaza golpista es una actitud defensiva, una moral del mal menor. El programa del PSOE entronca directamente con esta atmósfera.

Sabe Dios que me encantaría equivocarme, pero mucho me temo que, dada la necesidad de dar total prioridad a la consolidación de la democracia en España, las propuestas del PSOE en materia económica, social y cultural se quedan en la superficie de los problemas. No se trata de una cuestión de moderación o de cantidad, sino de criterio, de orientación. No se trata de exigir la creación de un millón de puestos de trabajo en vez de 800.000, o de rebajar la inflación punto más, punto menos, o de que se haga un referéndum sobre la salida de la OTAN dentro de seis o de 36 meses, de que se dedique un 10% más o menos a la investigación científica. El problema consiste en que la lógica profunda de las reformas que pretende implementar el PSOE no difiere en nada sustancial de la lógica que está en la base de todos los problemas económicos, sociales y culturales que hoy atenazan al mundo occidental.

Una lógica estrecha

Además de la decidida apuesta por la normalización democrática de este país, lo que el PSOE se propone no es más -ni menos, ¡ojo!- que hacer bien lo que hasta ahora la derecha ha hecho mal: limar las irracionalidades más escandalosas del sistema económico y atenuar las consecuencias de su crisis; modernizar la Administración del Estado y los servicios públicos, combatiendo la corrupción y aumentando su eficacia; forjar una política exterior mínimamente sustantiva y coherente, etcétera. Hay que convenir en que, ahora y aquí, esos objetivos distan de ser triviales: ál escaso margen de maniobra que concede la situación económica internacional hay que añadir, en este país, la pesada hipoteca que para la vida democrática representan un poder militar, una oligarquía económica y unas inercias políticoideológicas, enraizadas en cuarenta años de dictadura política, de desmadre empresarial y de oscurantismo cultural. Plenamente consciente de esta hipoteca, el PSOE se plantea reformar casi todo lo que se puede ahora reformar sin que se cabreen demasiado los albaceas de la España eterna o, por lo menos, sin que la banca y/o la CEOE y/o el amigo americano tengan motivo real alguno para apoyar y financiar a los salvapatrias, que de todos modos se van a cabrear por la mera presencia de los socialistas en el Gobierno.

En este sentido, es muy posible -yo lo creo así- que este programa de derecha democrática, honrada y eficiente con que el PSOE llega al Gobierno sea el único programa de izquierdas hoy posible en España en tanto que es el único que puede crear las condiciones de posibilidad de una política que aborde en profundidad y con criterios nuevos los problemas económicos, sociales y culturales del país.

Ahora bien, conviene ser consciente de que el actual programa del PSOE en estos casás va a chocar más pronto o más tarde -a menos que se produzca un espectacular y harto improbable cambio de coyuntura en la escena mundial- con los angostos límites impuestos por la lógica objetiva del sistema capitalista mundíal, como les ha ocurrido y les seguirá ocurriendo a todas las políticas, de Reagan o de Mitterrand, que no ponen en cuestión esa lógica. Se hará necesario, pues, un reajuste, una corrección, un cambio de rumbo. Después del cambio, el recambio. Y entonces, la única política de recambio que podrá representar un avance real será no la de una hipotética derecha civilizada, sino una política de izquierda, posible y necesaria. Que esa política esté disponible para entonces depende de lo que vayamos haciendo desde ahora, porque ni es algo que se invente de la noche a la mañana, ni se trata de desenterrar viejas consignas, ni se reduce a hacer más deprisa y radicalmente lo que ahora se va a intentar hacer despacito y suavemente. Se trata de ir haciendo otras cosas.

Por caminos distintos

Felipe González gustaba de decir durante la campaña electoral que a un coche en plena mar-

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Pep Subirós es filósofo y ex director de la revista El Viejo Topo.

Cambio y recambio

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cha atrás no se le puede meter bruscamente la primera, so pena de romper la caja de cambios. Nada más cierto. Pero, siguiendo con el símil, se le podría preguntar al presidente en ciernes dónde está escrito que hay que seguir forzosamente por ese camino y con ese motor. Hay muchos indicios y experiencias propias y ajenas que permiten pensar razonadamente que el camino conduce, o bien a un cul-de-sac o bien a un precipicio, y que además, por desgracia o tal vez por suerte, nuestro vehículo no está en condiciones ni siquiera de llegar al límite al que otros han llegado.

El hecho de que no dispongamos de mapas fiables, con rutas alternativas asfaltadas; ni de motores de recambio, con garantía de origen, no es motivo suficiente para que racionalicemos la necesidad de circular una y otra vez por caminos minados y sin salida. Esa reiteración deviene necesaria, aunque no racional, si una y otra vez nos empeflamos en ignorar o en destruir las aspiraciones, las tentativas, las experiencias que tratan de desbrozar caminos cualitativamente nuevos, que tratan de sustituir la lógica del valor de cambio por la del valor de uso, la del productivismo por la de la producción socialmente útil, la del mucho trabajo para pocos por la del poco trabajo para todos, la del dominio por la de la convivencia, la del gigantismo por la de la escala humana, la de la destrucción por la de la superviviencia, etcétera.

No es cuestión de pedirles a los socialistas que además de consolidar la democracia en este país, de reformar todo lo reformable y de favorecer la recreación de una derecha civilizada, se responsabilicen también de crear la izquierda necesaria. Sí se les puede pedir, sin embargo, un par de cosas, aun a riesgo de exhibir una ingenua petulancia: en primer lugar, que hagan un soberano esfuerzo por no olvidar que están haciendo el trabajo que la derecha no ha sido capaz de hacer; en segundo, que muestren el máximo respeto y sensibilidad hacia los movimientos de hechos y de ideas que con toda probabilidad irán expresando una voluntad de recambio cualitativo, aunque no siempre ofrezcan gran coherencia y consistencia (pero ¿cuántos años tardó el movimiento socialista en alcanzar coherencia y consistencia?). Buena parte del futuro y de la consolidación democrática va a estar ahí.

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