Reportaje:

La universidad carcelaria

Hoy, día 15 de febrero, he cumplido treinta años y he llegado a la conclusión de que hay que sacar algo provechoso de esta universidad carcelaria. Es el primer -y espero que sea mi último- cumpleaños en la prisión. Los chicos cantaron cumpleaños feliz y me felicitaron. W. repartió el chocolate. Después, la pregunta obligada: "¿Qué deseas en tu cumpleaños?". No he tenido tiempo de contestar nada, además es obvio, cuando W. insinuó: "Yo sé lo falso que eres; solamente dices que estás bien con nosotros, pero en realidad quieres que te pongan en libertad". Bromas al margen. Me desearon que ...

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Hoy, día 15 de febrero, he cumplido treinta años y he llegado a la conclusión de que hay que sacar algo provechoso de esta universidad carcelaria. Es el primer -y espero que sea mi último- cumpleaños en la prisión. Los chicos cantaron cumpleaños feliz y me felicitaron. W. repartió el chocolate. Después, la pregunta obligada: "¿Qué deseas en tu cumpleaños?". No he tenido tiempo de contestar nada, además es obvio, cuando W. insinuó: "Yo sé lo falso que eres; solamente dices que estás bien con nosotros, pero en realidad quieres que te pongan en libertad". Bromas al margen. Me desearon que éste fuese mi único cumpleaños aquí. He notado un síntoma negativo: engordé. Me he prometido aplicar la dieta CM (come la mitad). Durante los paseos corró un poquito (de momento aguanto unos dos o tres minutos).Los días pasan, dirías que cada uno igual que el siguiente, pero siempre hay algo, quizá un detalle, algún título en el periódico, un comentario en la radio, un debate sobre lo que va a pasar, alguna novedad desde fuera. En medio están los quehaceres de siempre: las comidas, la limpieza de la celda, los paseos -los martes o los miércoles-, la ducha, y los sábados cierta animación con las visitas (hay que pasar cartas, ¿registrarán o no?, ¿encontrarán?, ¿no encontrarán?). Y la misa los domingos. Así pasa el tiempo.

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Pero creo que no será un tiempo perdido. De todo ello resultará una cosa: cada uno de los que estamos aquí hemos sido definidos ya como revolucionarios. Profesionales. Y si la situación se fija por algún tiempo y el poder lo tienen los mismos que ahora, entonces, si pasa cualquier cosa, yo, Wiesiek, sin hablar ya de un Litinski, Celinski o Michnik, inmediatamente nos veremos en chirona.

Igual que ahora. Porque ya tenemos colocada una etiqueta para siempre. Ya no tiene sentido ser bueno y esperar que eso cambie algo, que seamos recompensados por ello. Al reves: si un profesional de este tipo ha salido y no hace nada, no se le nota; eso quiere decir que hace algo y sabe camuflarse perfectamente.

Está claro que resulta más peligroso y, consecuentemente, hay que detenerlo. La única solución razonable que se me ocurre es mantener la actividad.

Una actividad para que no sea necesario y no se detenga a gente como nosotros. Wiesiek lo resumió así: los revolucionarios se crean en la cárcel y Ios educan las autoridades.

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La vida crea a veces un guión que supera las posibilidades de cualquier autor humano. Si hace un par de años alguien me hubiese dicho que estaría entre rejas junto a Kuron, Michnik, y en la misma celda con Czuma, por ejemplo, probablemente me habría desmayado.

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